Los trece reinos tienen nombres grandes e históricos; son propios de un país viejo y monárquico, no de una flamante y vulgar democracia sin hechos de renombre. Llenan la boca al nombrarlos y sugieren mil reflexiones sobre los tiempos más gloriosos del poder floreciente de España, cuando eran gigantes en el mundo, no pigmeos con paletot de París, cuya única ambición es imitar al extranjero y rebajarse y desnacionalizarse a sí mismos.
Primeramente y ante todo se presenta Andalucía, coronada con una cuádruple tiara, pues el nombre los cuatro reinos es sinónimo de ella. Son esos reinos los de Sevilla, Córdoba, Jaén y Granada, nombres que por sí solos tienen un indecible encanto. En segundo lugar viene el reino de Murcia con sus minas de plata, sus palmeras y barrilla. Después aparece el gentil reino de Valencia, todo sonrisas, con sus frutas y su seda. El principado de Cataluña, serio y feroz, mira ceñudo a su encantador vecino. En él se levanta la humosa chimenea de la fábrica; aquí se teje el algodón; el vicio y el descontento tienen su cuna y se traman revoluciones. El orgulloso y testarudo reino de Aragón se extiende al oeste de este Lancashire de España, y al este del reino de Navarra, que se interna en los Pirineos con sus verdes valles. Las tres Provincias Vascongadas, que también limitan con él, son llamadas solamente El Señorío, pues el rey de las Españas es sólo señor de esta libre cuna de los invencibles descendientes de los primeros habitantes de la Península. Aquí se habla mucho de bueyes y de fueros o privilegios, pues las gentes de esta región, cuando no se ocupan en labrar la tierra, por el mero hecho de haber nacido allí, son partidarios de la lucha y de defender sus derechos espada en mano.
Castilla adorna con dos coronas las sienes reales, a saber: la de la Vieja, donde nació la monarquía, y la de la Nueva, conquistada después a los moros. La parte novena es la desolada Extremadura, que sólo tiene el título de provincia y está poblada de langosta, ganados trashumantes, cerdos, y aquí y acullá algún bípedo humano. León, reino muy honrado en otro tiempo, se extiende más arriba, con sus llanuras de cereales y sus venerables ciudades, hoy silenciosas como tumbas, pero antaño teatro de la caballería medieval. El reino de Galicia y el principado de Asturias constituyen el litoral del oeste y forman el malecón de España contra el Atlántico.
No es cosa fácil averiguar la población exacta de un país, mucho menos de uno donde no existen registros públicos. En términos generales, las gentes, que encuentran pocos encantos en el estudio de la estadística y economía política, consideran como de mal agüero cualquier tentativa para contarlos. Contar la gente era un crimen en Oriente, y en España se encuentran muchas dificultades morales y materiales para hacer un censo.
Así, mientras algunos escritores con estadísticas fantásticas esperan halagar a los poderes públicos exagerando brillantemente la fuerza nacional "alardear de ella, dice el duque, es la debilidad nacional", la mayoría, suspicaz por otro lado, está dispuesta a ocultar y disfrazar la verdad. Por nuestra parte siempre pondremos en entre dicho lo que oigamos acerca de población, comercio o rentas de España en el presente o en el pasado. Las clases elevadas tenderán a presentarlo todo floreciente con objeto de engrandecer a su país, y los pobres, por el contrario, se inclinarán a ver las cosas siempre peor de lo que en realidad son. Nunca proporcionarán un dato, siquiera sea indirectamente, que sirva para hacer empadronamientos o reclutas.
Imagen: Ronda, Jesús Beltrán para Curiosón
Richard Ford
Hispanista ingles (Londres, 21 de abril de 1796-Exeter, 31 de agosto de 1858)
1844 Manual para viajeros por España
1846 Cosas de España