I. Tarantino desatado
Divertida, gamberra, paródica, iconoclasta. ¿Sirve de algo racionalizar lo que solo es un ejercicio de cine elaborado para el placer cinéfago? No lo piensen más, déjense llevar por las imágenes en movimiento. Nunca buscó Tarantino otro objetivo que tender un cable de empatía y complicidad con el espectador. Su autocomplacencia y esteticismo puntilloso son vicios contagiosos, alimentados por cientos de horas devorando celuloide. Se nota la pasión por el oficio, se nota la mirada del espectador. Parece que hiciera cine por la sola razón de revivir el goce que supone sentir escenas, planos, diálogos que un día, bajo la oscura luz del proyector, transformaron a este niño de Tennessee en un entregado amante de la ficción desnuda.
Django desencadenado no se piensa, se engulle; no se mastica, pasa por nuestra garganta como el hilo de un refresco por la pajita, rápido e intenso. Apenas da tiempo a asimilar la prosaica belleza de sus fotogramas. Sale uno del cine estimulado, pese a saberse presa del artificio. Y qué más da. El guión tan solo provoca, ni explica ni describe, no ilustra, no adoctrina, se pone al servicio del espectáculo visual como circo prodigioso. Tarantino juega, se nota que disfruta. Recalen si no en la surrealista escena final: Django hace girar su caballo en círculos, para disfrute de su amada Broomhilda von Shaft y el regocijo del espectador. Metáfora certera de las intenciones del autor. Disfrutad, malditos, y no miréis atrás.II. Que la Historia nunca te estropee un buen plano
¿Quién dijo que Django desencadenado es racista? Spike Lee y Quentin Tarantino debieron una noche de copas urdir el bulo a mayor gloria de la taquilla. De hecho, Quentin aviva el black power, el orgullo de ser negro, el reflujo de la era Obama, haciendo de su protagonista un icono, mitología deconstruida, pero sin aspavientos, metalenguajes o lecturas políticas. Cine, solo eso.
El contexto de la trama es mera carcasa, chasis desde el que pintar las imágenes y tejer diálogos. Da igual matar a Hitler que aprovechar por puro divertimento los jugosos tópicos que ofrece el sur esclavista. El niñoTarantino goza rompiendo estereotipos, creando los suyos propios. Aprovecha el imaginario colectivo. El negro cazarrecompensas que disfruta matando blancos homenajea géneros limítrofes y da cancha a las emociones del afroamericano contemporáneo.III. Reprochar por reprochar
A mitad de la trama, Tarantino alarga una escena en la que los protagonistas recorren el largo camino hacia la mansión de Calvin Candie (DiCaprio). Sirve como justificación moral al comportamiento posterior del personaje interpretado por un histriónico, divertido Christoph Waltz (doctor Schultz). Pero hace decaer el interés, ablanda el ritmo.La forma de resolver el epílogo narrativo es desproporcionada, pirotécnica, improvisada. Pero ¿no es en realidad Django desencadenado toda entera eso mismo, goce futil, redoble y fanfarria sin rumbo ni puerto? Ya dije, reprochar por reprochar.