Revista Cine
La propaganda mediática -algunos lo llaman prensa especializada- ha estado haciendo mucho ruido en estas tres últimas semanas y en medio de toda la algarabía de "nuevas noticias" ha aparecido el rostro avejentado y más rollizo del antaño enfant terrible del cine estadounidense Quentin Tarantino quejándose de un supuesto acoso injustificado con motivo de su última película, basándose las acometidas de los "periodistas" en lo inapropiado de presentar una película con escenas de alta violencia cuando hace poco hubo en el estado norteamericano una nueva muestra de la insensatez del libre comercio de armamento, como si el bueno de Tarantino tuviera culpa alguna.
Si nos tomáramos en serio esas pretendidas acusaciones deberíamos resaltar de inmediato la hipócrita postura de una sociedad que se lamenta de múltiples homicidios causados por armas vendidas legalmente a seres humanos que en demasiadas ocasiones son todavía casi analfabetos funcionales y siempre con un paupérrimo razonamiento lógico que les hace olvidar que a quien a hierro mata a hierro muere.
Cualquiera con dos dedos de frente y un pelín de experiencia cinéfila entenderá que acusar de violento a Tarantino después de veinte años de poder ver sus películas (no tantas, por otro lado) y añadir que fomenta la violencia en las calles es un mero pretexto para hacer ruido mediático y añado de mi cosecha que una estupenda excusa para no entrar al detalle de las carencias que aquejan, una vez más, a las películas de Tarantino que parece haber caído en un círculo vicioso.
Estaba cantado que Tarantino antes o después iba a filmar una película en el entorno del western y lo digo con toda la intención porque en mi opinión el western es un género propio, como puede ser el negro, el thriller o el suspense, sin que forzosamente todo aquello que se ruede en parajes campestres con gentes montadas a caballo y armas al cinto pueda considerarse automáticamente como un western, mal me llamen purista, esnob o cualquier calificativo semejante.
Seguro que cuando Tarantino vio la versión que de Valor de Ley filmaron los Coen (y leyó lo que dijimos aquí) ardió en ganas de filmar él también un western y como es natural en lugar de fijarse en un clásico acudió como es su costumbre de los últimos años a un pastiche de los que se filmaban en tierras europeas con cuatro liras o cuatro duros y ya puesto en vereda, igual que en la última ocasión fijó su atención en el maltrato al pueblo judío, ahora la fija en el esclavismo propio de los estados sudistas de Texas y Mississippi y le aplica el mismo tratamiento superficial, seguramente de forma consciente, importándole un ardite que luego sesudas críticas le acusen de liviano al carecer de profundidad.
Esas acusaciones también me parecen erróneas porque está clarísimo que Tarantino no es ni ha sido nunca ni tampoco lo ha pretendido, un director que con su obra proclame ningún mensaje. No: Tarantino pretende divertir a un público determinado que desafortunadamente y por culpa de las carencias del propio director va menguando ostensiblemente.
El viernes pasado asistí al estreno de la última película de Tarantino, titulada Django Unchained cuyo título castellano Django desencadenado es apropiadísimo en todos los sentidos porque desde los avatares del protagonista hasta la sensación que uno tiene después de haberla visto es que ciertamente se le puede aplicar como sinónimo o paralelismo la frase Tarantino desenfrenado.
O sea: falto de control. Excesivo.
En uno de los vídeos publicitarios previos al estreno se ha podido escuchar al protagonista Jamie Fox frases elogiosas hacia su compañero Christoph Waltz asegurando que Tarantino incluso mimó las frases de su personaje a sabiendas que el austríaco podía sacarle el máximo provecho. Efectivamente, el amigo Waltz demuestra su agradecimiento con el que fue su descubridor para el gran público en 2009, como ya comentamos aquí, ofreciendo una actuación memorable (aunque sólo he visto la mitad: pero el doblaje al castellano es, francamente, estupendo) que, una vez más, y ya van dos, desequilibra el conjunto.
Y a pesar de que Jamie Fox no parece sentir mucho aprecio por Leonardo DiCaprio y para sorpresa mía he de decir que también éste realiza una muy buena interpretación en un personaje que incluso se podría haber escrito mejor pero que por descontado merece mucho más interés que el del protagonista, ese Django que da título y que no consigue enganchar en ningún momento y ése es un grave defecto estructural porque disponiendo de un hombre que puede moverse oscilando entre una gran ansia de venganza y una pasión amorosa buscando la forma de conciliarlas ambas en un escenario lleno de peligro y zozobra y dejarlo con unos diálogos paupérrimos es un error grave del guionista y del director que no lo corrige, aunque en este caso coincidan o concurran culpas y responsabilidades en la persona de Tarantino que no ha aprendido de los errores del pasado y los perpetúa como rasgos distintivos.
Aparte de los excesos tarantinianos en los que la sangre hace su generosa aparición y que son lamentablemente "la marca de la casa" se observa una ya preocupante falta de control sobre el conjunto, como si el director no supiera ver la obra terminada con la lejanía precisa para desechar aquello que sobra y añadir aquello que falta. Una vez más el metraje es excesivo, sobrepasando en doce minutos la anterior, que ya se hizo larga, alcanzando los 165 que en román paladino son nada menos que dos horas y tres cuartos que con un poco de modestia se podrían reducir bastante.
Lo peor es que ese Django no acaba de reclamar la atención y siendo su historia la que se nos cuenta, así que los dos personajes interesantes le dejan como único centro de interés, nada hay en la pantalla que suscite sorpresa porque todo lo que veremos a continuación es el acostumbrado festival tarantiniano que a él puede que le parezca catártico y divertido y que seguramente habrá miles de aficionados que lo disfruten, pero que en definitiva podemos calificar cinematográficamente como mucho ruido y pocas nueces.
Naturalmente hay en toda la película continuos guiños cinéfilos y frases ingeniosas (recuerdo especialmente una, la última en vida, [no digo quien la pronuncia, por evitar spoilers] que se la debe aplicar el propio Tarantino: "lo siento, no he podido resistirme" y luego empieza el festival) pero también desequilibrio en la gramática: Tarantino sabe aprovechar como siempre el muy buen trabajo de Robert Richardson a la cámara y lo demuestra con una variedad de planos entre los que está el tan olvidado plano detalle para mostrar visualmente conceptos y sentimientos; incluso acude al recurso del flashback con muy buen tino sin producir desconcierto y complementando la trama, pero se recrea en exceso en algunos momentos produciendo unos baches en el ritmo general y en consecuencia perjudicando el conjunto lo que tampoco subsana en la moviola donde una sabia decisión hubiera ahorrado al respetable unos minutos de tedio.
En definitiva, podríamos decir que ciertamente la película no engaña ni sorprende, lo cual no es malo ni bueno: a los seguidores acérrimos de Tarantino les sabrá a gloria y a quienes le tienen inquina les sobrarán razones para acusarle de superficial y vacuo, y al resto, que intentamos obtener por el precio de la entrada un rato como mínimo interesante, un poco más allá que meramente entretenido, nos sabe a poco: mejor que la anterior, pero prescindible.