Estoy segura de que si le hubieran dicho a Robert Louis Stevenson que después de 127 años todavía se seguirían haciendo remakes de una de sus obras más conocidas, una arcaica edición en inglés de 1886 conocida bajo el nombre de Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, arramblaría con una botella de buen whisky y se volvería, sin perder un segundo, a dormirla al monte Vaea. No sólo porque esa escena, la de un hombre enfilando una colina con la única compañía de su botella de alcohol, queda muy dramática sino porque el concepto de versionar a los clásicos (lo crean o no), ya no se lleva. Y mucho menos si se trata del nuevo drama de la NBC, que debería pasar a la posterioridad como un ejemplo de mala programación de la cadena (que no sabía muy bien como rellenar publicidad) que por una serie en si.
Sea como fuere, la serie médica/psicológica/romántica/tróspida creada por David Schulner (que a la vez también actúa como productor ejecutivo) y protagonizada por Steven Pasquale, nos introduce en la caótica vida del Dr. Jason Cole, un famoso neurocirujano que vive encerrado en un trastorno disociativo de la identidad; por la mañana, de 8:25 am a 8:25 pm, es un ser bondadoso y cálido, que se preocupa por el buen hacer de sus pacientes y flirtea, sin acercarse demasiado, a su compañero de bisturí Lena Solís. No obstante, cuando cae la noche y su Casio empieza a sonar espasmódicamente, su alter ego Ian, entra en escena; un tipo rudo y con malas maneras, que lleva acosando a su primera novia, Olivia, desde que tiene uso de razón. Los malos rátings no se han hecho esperar y la cadena ya le ha dado pasaporte a la serie, que se ha convertido en uno de sus peores estrenos en lo que lleva de temporada.
La industria anda parca en ideas. Es cierto, si. Admitámoslo y sigamos con nuestras vidas, que ya somos todos mayorcitos. Al menos eso es lo que pensamos que tienen entre ceja y ceja los productores norteamericanos, que siguen sin recuperarse de la muerte de Lost, que repiten en modo loop los errores que llevaron a Fringe a la parte de atrás de una gasolinera con los pantalones medio bajados o que realizan un copy paste compulsivo de clásicos temas, a la par que recurrentes, como son los líos entre médicos, sucesos paranormales o calcomanías de Jack Bauers diversos. La audiencia quiere cosas nuevas. Y los blogueros, también. Que las cadenas, que pocas veces tienen en cuenta el nivel intelectual del público, arriesguen y se jueguen su última sota de bastos a un proyecto por el que el vecino no daría un duro. No hay más que echar un vistazo a Lena Dunham y su estrepitoso éxito en una plataforma tan exigente como es la HBO. Necesitamos más Utopias y menos The Mob Doctor, The Followings o The Carrie Diaries, por mucho que algunas de ellas me hayan entrado por el rabillo del ojo. Y Do No Harm no encaja con el perfil de la televisión que se consume hoy en día La que nos venden. Tal y como sucediera con My Own Worst Enemy en 2008, el mito de la doble personalidad no es un terreno en el que los guionistas, ya sean de la FOX o como en este caso de la NBC, dominen excesivamente bien. Pero sin más dilación, me gustaría hacer un poco de hincapié en algunas de las lagunas que hacen de Do No Harm, uno de los peores estrenos de la temporada.
Hay actores de relleno y luego está Steven Pasquale. El actor de Rescue Me, se intenta colocar con calzador un personaje que le viene largo por todas partes. Incluso cuando se desdobla en el histriónico Ian, resulta incómodo, tanto visual como interpretativamente. Probablemente tampoco sea por culpa de la dirección de un tímido Jeffrey Reiner, al que le han cancelado ya otros títulos como Trauma y más recientemente Awake, y que demuestra estar encasillado en una realización previsible, torpe y tosca. Tampoco sabremos si con otro actor de más postín Do No Harm hubiera circulado con mejor suspensión (es el caso de Kiefer Sutherland en Touch), pero es que el guión restante tampoco ayuda demasiado. No hay un conflicto claro entre ambos personajes, únicamente una lucha entre un chulazo deslenguado y el típico pringado de turno. Aunque exista esa incapacidad de autocontrol y esa extraña pócima que la rata de laboratorio de Jason fabrica clandestinamente en los laboratorios del hospital, pero nada surte efecto en el espectador.
Por otro lado, la ambientación y la fotografía de la serie es de lo más cutre y molesta que he visto últimamente, eso sin desmerecer a Once Upon a Time que pelea duro para que nadie le quite ese puesto. Lo que debería ser un lugar diáfano y adaptado para pacientes, parece un centro social de extrarradio con claras deficiencias estructurales que embotellan más si cabe el transcurso de la historia. Además si a esto le sumamos a una plantilla conformada por Michael Esper, en un papel que debería de haber rechazado desde el minuto uno, y Phylicia Rashad como una directora de hospital encasillada y a la que los guionistas, apenas dejan lucirse. Pero todo ello no sirve de nada si tenemos en cuenta que la NBC ha retirado la serie de emisión y de momento no hay fecha fijada para los próximos capítulos siguientes. Acertada o no, dicha decisión ha abierto de nuevo la polémica disputa sobre si las series merecen un cierto nivel de capítulos para demostrar su evolución o directamente basta el piloto para desechar el resto.
Personalmente considero que Do No Harm es un error. Un insulto hacia la mente de un espectador cada día más aburguesado con el nivel del cable y que tiene que escoger con medida qué títulos sigue y cuales se deja en el peaje. Eso no es malo, pero si una delgada línea de tiro para las cadenas que, en ocasiones inexplicables, dan luz verde a proyectos más propios de verano o viernes noche. Do No Harm podría haber escogido ser cualquier cosa; una revisión sobre el conflicto moral que implica ser dos personas, un remake contemporáneo pero respetando al clásico de siempre o un asalto del un trastorno disociativo de la identidad desde el punto de médico, más que psicológico. Pero no. La serie de David Schulner no lleva a nada, ni atraca en ningún puerto. Un nivel que, a estas alturas de temporada, no se puede permitir.
Lo mejor: la idea inicial es buena pero la realización posterior es un caos
Lo peor: un guión absurdo, actores mal dirigidos y una puesta en escena demasiado austera
Tiene una retirada a: My Own Worst Enemy
Calificación: 3/10