Doble rasero

Hace unos años, casi todas las señoras cosían o hacían punto. Por necesidad o por gusto hacían jerseys, ropa para los niños y para ellas mismas. Hasta trajes de novia se han hecho en casa durante muchísimos años. Llegó un momento en que muchas mujeres no sabían coser o no tenían tiempo para ello, y al mismo tiempo con la proliferación de grandes superficies y fabricación masiva en países del tercer mundo la ropa se abarató. Por la coincidencia de todos esos factores una enorme cantidad de comercios dejaron de tener razón de ser: mercerías, tiendas de tejidos, de lanas o de máquinas de coser.

Hace años, muchos hombres se hacían trajes a medida y usaban sombrero. Las modas cambiaron, se generalizó la ropa confeccionada, que además te adaptaban con arreglos en la propia tienda, y más comercios perdieron su razón de ser: sastrerías o sombrererías (1).

Si sumamos la cantidad de mercerías, tiendas de tejidos, de lanas, de máquinas de coser, sastrerías y sombrererías, veremos que muchísimos comercios tuvieron que cerrar o transformarse en otra cosa. Así podríamos poner muchos otros ejemplos, pero no creo que sea necesario.

Hace bastantes décadas la minería del carbón dejó de ser rentable. El carbón producido por una mina generaba tantos gastos que causaba enormes pérdidas. No cubría ni remotamente los salarios de los que trabajaban en ella.

Hace ya años que los astilleros españoles dejaron de ser un negocio viable. Muchos países asiáticos ofrecían barcos idénticos a los que aquí se construían, pero a mitad de precio.

Pero, no sé por qué regla de tres, no se aplicó el mismo principio que con los ejemplos que cité al principio. Se nos obligó a todos a subvencionar actividades tremendamente deficitarias, aunque eso supusiera el llegar a pagar a los obreros de los astilleros durante años sin que tuvieran trabajo alguno. Es decir, cobraban por ir a su trabajo y no hacer nada. Tampoco podía aducirse que se subvencionaría la minería del carbón sólo hasta que las personas que trabajaban en ella se jubilaran. Hay bastantes mineros menores de 50 años, lo que significa que se ha seguido contratando a gente cuando esa actividad era ya claramente deficitaria.

Por si eso fuera poco, los beneficiarios de esas multimillonarias subvenciones nunca han estado contentos con el privilegiado trato que han recibido, en un tremendo agravio comparativo con otros trabajadores. En unos momentos en los que a mí me subían el sueldo un 2’5%, los obreros de los astilleros de mi zona, en unos años en los que cobraban simplemente por acudir a su puesto de trabajo, estuvieron cortando la carretera todos los miércoles durante meses y meses porque a ellos no les subían el sueldo un 7%.

En estos días, los mineros del carbón están cortando carreteras en algunos lugares del norte de España, porque no se resignan a admitir que el trabajo que ejercen es innecesario y una rémora para el país. Exigen la aprobación del Real Decreto del Gobierno que establece las ayudas a la explotación minera de carbón. Dicen en el telediario que su protesta es “pacífica”. Supongo que quieren decir que no han matado a nadie, pero no veo que sea un ejemplo de paz el hecho de que impidan el derecho a la libre circulación de los usuarios de esas carreteras.

Me pregunto por qué ese doble rasero. Lo mismo que propietarios y empleados de una mercería o una tienda de máquinas de coser tuvieron que buscarse la vida por sus propios medios, reconvertirse laboralmente y dedicarse a otra actividad, a un minero del carbón o a un obrero de un astillero le hemos seguido pagando para que siga ejerciendo una actividad ruinosa o, simplemente, para que no ejerza ninguna actividad.

Y además el aguantar que se comporten como víctimas y que le fastidien la vida a todo el mundo cada vez que les sale de las narices.

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(1) En una ciudad pequeña como la mía recuerdo perfectamente al menos dos sombrererías funcionando simultáneamente.

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Tal día como hoy, hace cuatro años: Repitiendo, que es gerundio