En el magnífico prólogo de Doce cuentos peregrinos, Gabriel García Márquez cuenta el azaroso proceso de creación de este libro, que duró casi dos décadas. Los cuentos se escribían, se reescribían, se perdían entre otros papeles y volvían a encontrarse, practicando siempre el insaciable y abrasivo vicio de escribir de manera compulsiva, hasta alcanzar la perfección que siempre marca su estilo. Porque cada relato constituye una pequeña obra maestra de estilo que consigue el milagro de enlazar temáticamente con el resto. Se trata de narraciones que siempre tienen por eje las andazas de gente de Latinoamérica en Europa, ya hayan viajado al viejo continente por placer, por negocios, por devoción o exiliándose de su país. Son muy interesantes las palabras del escritor colombiano acerca de las diferencias entre cuento y novela:
" (...) el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de algún personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más íntimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el libro por el resto de la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace falta para empezarlo se impone para terminarlo. El cuento, en cambio, no tiene principio ni fin: fragua o no fragua. Y si no fragua, la experiencia propia y la ajena enseñan que en la mayoría de las veces es más saludable empezarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo a la basura."
En estos relatos García Márquez sigue fundamentalmente explorando las posibilidades que ofrece el realismo mágico, tanto que si se nos diera a leer alguno de ellos sin saber el autor, seguramente podríamos adivinarlo sin muchos problemas. Existe una constante en muchos de ellos: la presencia agazapada de la muerte, esa dama que a veces nos visita en el momento menos esperado, como en el relato El rastro de tu sangre en la nieve, donde asalta a una bella recién casada, después de que esta se pinchara accidentalmente el dedo con la espina de una rosa. En otros como La santa, la muerte se muestra de forma insólita, dejando incorrupto el cuerpo de una niña, cuyo padre sacrifica su existencia para ver reconocido el milagro por el papa de una iglesia desbordada por peticiones similares. También se coquetea con el género de terror, ejecutando una pieza tan inquietante como Solo vine a hablar por teléfono, en el que una situación cotidiana se transforma en una auténtica pesadilla. Otro de los más destacables es Buen viaje, señor presidente, cuyos protagonistas se hacen entrañables al lector por diversos motivos y que contiene una nada grata reflexión sobre la realidad de Hispanoamérica:
"El presidente suspiró. «Así somos, y nada podrá redimirnos», dijo. «Un continente concebido por las heces del mundo entero sin un instante de amor: hijos de raptos, de violaciones, de tratos infames, de engaños, de enemigos con enemigos»."
Merece la pena acercarse a estos Doce cuentos peregrinos, sin más pretensiones que la de leer literatura de exquisita calidad, comprobando que, a pesar de su fijación por ciertos temas y asuntos, la escritura de García Márquez posee la misma maestría cuando aborda un relato corto que cuando lo hace con una novela.