Revista Cine
En una calurosa tarde de verano, un jurado delibera sobre la inocencia o culpabilidad de un chico acusado de parricidio, sobre el que caerá todo el peso de la ley si así lo deciden por unanimidad sus doce miembros. Aparentemente, el caso está muy claro. El chico es culpable y todo el jurado está de acuerdo. ¿Todos? No. El jurado nº 8 tiene una duda razonable e intentará convencer con argumentos porqué no deben mandar a la silla eléctrica al acusado. Sobre estos sencillos pero fuertes pilares, se sustenta toda la estructura de Doce hombres sin piedad (1957), una película con evidentes orígenes teatrales que Sidney Lumet adaptó del guión de Reginald Rose, rodándola en tan sólo veinte días, gracias al ofrecimiento del productor y actor protagonista de la misma, Henry Fonda.La película comienza con un magistral plano secuencia de unos tres minutos en el que Lumet presenta a los doce personajes, mostrándonos un breve esbozo de su personalidad, y así darnos una idea de cual será el comportamiento de cada uno de los miembros a lo largo de la deliberación. Entre ellos hay dos que llevan la voz cantante y, en función de lo convincente de su discurso, arrastrarán la opinión del resto a un lado o a otro. Estos son, como ya he dicho, el jurado nº 8, Henry Fonda, quien planteará su indecisión y sorpresa ante el convencimiento de sus colegas, y Lee J. Cobb, el jurado nº 3, un hombre amargado que carga un profundo resentimiento por su propia experiencia como padre de un hijo rebelde. Entre el resto de miembros, también resultan interesantes el astuto y anciano jurado nº 9, John Sweeney, y el impresentable jurado nº 7, Jack Warden, deseoso de terminar cuanto antes para ver un partido de béisbol. La admiración por esta película quedó constatada en varias versiones posteriores, en las que se han visto involucrada gente de la talla de Jack Lemmon, Edward J. Olmos o James Gandolfini para la versión televisiva de William Friedkin de 1997, o la versión de Televisión Española de 1973, con míticos de nuestro cine como Manuel Alexandre, José Bódalo, Rafael Alonso o Sancho Gracia.Gran parte del mérito de Doce hombres sin piedad es que la práctica totalidad del metraje transcurre en la sala donde el jurado discute la sentencia y sin que por ello pierda un ápice de ritmo, más bien al contrario. El excelente guión de Reginald Rose es el mejor exponente de cómo se puede hacer una obra maestra sin artificios ni grandes recursos, tan sólo con una historia sin fisuras y un buen puñado de excelentes actores, cosa que, por otro lado, resulta difícil ver hoy en día. Toda una lección de cine del maestro Lumet.