SHUSHU
Es de mañana en algún lugar del universo. El sol entra por el alto ventanal dividido en varios rectángulos de cristal. El efecto de la luz en la cocina descubre una cantidad infinita de microorganismos que flotan en el aire.
Las cacerolas y sartenes de cobre dispersan la luz reinante hacia los rincones antes oscuros. Las puertas de las alacenas danzan un vaivén abiertas y liberadas, mientras los alimentos espían desde adentro un nuevo día.
La pesada mesa de roble inunda el centro del piso damero y sobre ésta comulgan restos de ingredientes que han sido usados: varios botellones de leche, chauchas de vainilla, azúcar.
El lugar huele sutilmente a vainilla y se siente en la piel la tibieza que emana de la olla donde es acariciado el brebaje con una larga cuchara de madera.
Mientras el dulce de leche se espesa y oscurece integrando esencias, la vida fluye tranquila, despacio y en calma.
Una mujer asegura el lazo del delantal en la parte de atrás en la cintura. Sus anchas caderas se contonean al compás de la cuchara. Arrima su nariz, y luego levanta la cabeza extasiada.
Afuera, jazmines y glicinas cuentan otra historia: se dejan picotear por las abejas mientras más lejos, los frutos maduros se desprenden y los que están a punto se dejan recoger y guardar en una cesta.
Ella mira por la ventana el horizonte y sin detenerse más de lo necesario vuelve a sus tareas, apaga el fuego contenedor, apoya el recipiente con el dulce en la mesada y abandona la estancia con la certeza de que hay dulce para rato.
P.D.: Se pusieron a pensar a qué huele la vida? Para mí huele a vainilla.
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