Revista Cultura y Ocio

Doliente

Publicado el 26 abril 2014 por Katto @JesusMuCa
Nada hace presagiar que vaya a ocurrir algo. En principio, es un día más en el que todo transcurre con la exasperante rutina de siempre, y es entonces, sin previo aviso, cuando vives uno de esos momentos en los que se te hace un nudo en la garganta y sientes que algo se derrumba dentro de ti. Te sientes desconcertado, e incluso, algo ebrio. Es como cuando vives algo con tanta intensidad que llega a superarte. Es el instante en el que dudas de que todo lo que estás viviendo sea real, y cuando logras concienciarte de que así es, el golpe que recibes es tan fuerte que consigue desorientarte.
El olor de los cirios consumiéndose gobernaba la estancia junto al incesante murmullo de todos cuantos allí había. Apoyado en el cristal, contemplaba su rostro. Un rostro apacible, ajeno a todo. Como el de aquel que duerme con la certeza de que ya no le queda nada más por hacer.
Alguien se acercó a mí, no recuerdo muy bien quién. Se inclinó para susurrarme algo. Sus palabras vinieron acompañadas por el intenso aroma de su perfume. Después se marchó y permanecí allí, inmóvil, durante un instante más, inmerso en mis vacios pensamientos.
Debí hacer caso a aquellas palabras y salir de allí, aunque tan sólo fuera por un instante. Pero era yo mismo quien me lo impedía. Quería permanecer allí un poco más. Rememorando con alegría ciertos momentos; arrepintiéndome de otros tantos. Y es que es eso mismo lo que nos proporciona la pérdida de una persona. Una irremediable avalancha de recuerdos e imágenes, de sonidos y olores. De todo cuanto esa persona nos hizo vivir o sentir. De un arrepentimiento tan profundo e incontrolable que puede llegar a asfixiar.
Salí de la pequeña sala unas horas después. Era más que necesario para mí renovar el aire de mis pulmones. Vi mi reflejo en los ojos de las personas que esperaban fuera. Hice caso omiso a sus palabras, a sus gestos. Sólo quería seguir mi camino y abandonar aquello, continuar precipitándome en el vacío de mis pensamientos. Entonces ella alargó su mano y me asió por el brazo. Sabía que era ella por el tacto de su piel. Por la suavidad con la que sus dedos se apretaban en mi brazo. Por su olor. Y fue entonces cuando me sentí a salvo. Cuando la luz volvió a encenderse y todo desapareció. No pude hacer otra cosa que cerrar los ojos y sentir cómo unas diminutas lágrimas corrían por mi rostro, mientras un frio inesperado me calaba los huesos. Y sentí una sensación extraña de bienestar sobre la que se abatía una tristeza profunda e irremediable. Sentimientos tan lejanos encontrados en mí.
Me derrumbé sobre la silla y los dos nos mantuvimos en silencio. Con sólo mirarme podía ver lo que se hallaba dentro de mí. Era un don que la había acompañado durante siempre. Algo que apreciaba considerablemente.Entre sus manos guió mi cabeza hacia su pecho, y no hice nada por evitarlo, sólo me dejé llevar. Sentí los latidos de su corazón. Lentos pero fuertes, retumbaban en todo su pecho como la imparable melodía de un reloj. Me sentía a salvo, como tantas veces cuando me abrazaba. Sólo ella conseguía provocar ese sentimiento en mí. Y sólo cuando lo creyó oportuno me dejó marchar.
Tomé la salida, ya más calmado pero aún vacío por dentro. De nuevo, aparecían rostros conocidos, acompañados de más palabras vacías que se hincaban en mi cabeza como un clavo ardiendo. Busqué la salida aún estando fuera, lo necesitaba. Comencé a caminar, y así, cuando quise percatarme de ello, me encontraba tan lejos que aunque quisiera no podría escuchar sus voces. Y allí estaba, solo, en un inmenso lugar alejado de todo y de todos. Donde sólo la tristeza me hacía compañía y donde los recuerdos consiguieron encontrarme. Una vez más, una avalancha de imágenes y sonidos me asaltó, dejándome caer de rodillas al suelo y llenando mis ojos de lágrimas. Y yo seguía haciéndome preguntas estúpidas a las que nadie podría contestar. Asustado y a la vez enfadado. Y es que me destrozaba el alma saber que ya no volvería a existir, que todo quedaba atrás y que pasaría a ser un recuerdo más, como otros tantos.
De repente, sin previo aviso, la oscuridad se apoderó de todo. Pero no sentí temor alguno, todo permanecía en calma y una paz absoluta me abrazó. Alcé la vista y pude contemplar una figura alargada. Sentí calor en el rostro acompañado de unas palabras: -No temas, todo estará bien.
A todos aquellos que me dejaron,
pero que siempre estarán ahí.

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