Revista Diario

Dolor

Por Belen
El dolor es algo que asusta enormemente al ser humano. Y es curioso, porque por norma general somos capaces de aguantarlo de forma admirable. Pero nos aterra. 
Cuando nos convertimos en padres tememos aún más el dolor de nuestros hijos. Hace casi un año que Rayo ingresó con crisis de dolor en el Hospital. En mi cabeza muchas veces martillean las palabras del neurocirujano en aquellos días: 
- Le damos el alta, la válvula funciona correctamente y él tiene un buen estado general. - Pero Doctor, ¿y el dolor?, ¿qué hacemos con el dolor? - Tratarlo.
En aquel momento fue como si me apuñalaran el corazón, prometo no exagerar. ¿¿¿Tratar el dolor??? ¡¡¡Ni hablar!!! Pensé yo en aquellos días. Estaba dispuesta a todo para que mi hijo tuviera una infancia sin dolor. Pasé días, semanas sin dormir bien, tenía pesadillas con este tema, estaba irascible, metida en mi misma, mi cabeza ideaba, buscaba explicaciones. 
Conseguimos minimizar el dolor, incluso hacerlo desaparecer a ratos, pero aún sin invitación, se empeñaba en regresar una y otra vez. 
Poco a poco nos fuimos acostumbrando a él, tanto Rayo como nosotros. Y a lo largo de este largo año hemos aprendido a tomarlo como compañero de viaje. El niño ha aprendido a vivir su vida de niño junto a, o mejor dicho, a pesar del dolor.
Pero las crisis se fueron sucediendo, y poco a poco ha ido perdiendo en calidad de vida. Su día a día se ha ido llenando de limitaciones, casi sin darnos cuenta. Y su médico buscaba soluciones, pero había tanto riesgo en ellas... y tan pocas garantías. Optamos por una medida poco agresiva, y que tenía posibilidades de éxito. Todo fue bien en un principio, como sabéis, me habéis acompañado en estos días de ingreso.
Pero a día de hoy he de confesar que las cosas no van bien. El dolor no solo no se ha ido sino que ha aumentado desde el mismo día de la intervención. No voy a aburriros con explicaciones médicas, posibles razones que ni yo misma a veces comprendo. A esto se une una fotosensibilidad más acentuada de lo habitual (Rayo necesita gafas de sol casi continuamente en la calle). La realidad es que mi hijo no está bien, y yo me quedo sin cartas para seguir jugando la partida, porque ya no sé qué más hacer o qué pensar o cómo actuar.
Me siento perdida y ligeramente asustada, y en días así este blog pierde sentido, pues no es menester estar contando cada día amarguras. Me apetece hablar de tantas cosas, tengo tanto que compartir, pero me quedo sin palabras porque me siento triste y alicaída.
El próximo miércoles iremos a la consulta a quitarle los puntos y a hablar con el médico. La duda me desespera, ¿qué pasará?, ¿qué decidiremos?, ¿cómo solucionaremos todo esto? Las preguntas se agolpan en mi cabeza y para ninguna tengo respuesta.

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