Estoy escribiendo esto un viernes. Hace dos días, vamos, que no quiero que me pille el toro. Y no es el mejor día, ustedes me disculparán. Me he levantado con una molestia en la cabeza, sobre la ceja derecha, que en lugar de despedirse educadamente se ha ido convirtiendo en una suerte de martillo percutor. Qué guay. La jornada laboral ha sido tan molesta como improductiva (te lo puedes permitir cuando trabajas en agosto) y al llegar a casa me esperaba un bebé (buenísimo de carácter, pero con carácter de bebé) y una madre exhausta (tan buena que me ha dejado descansar). En el minuto que el martillo ha bajado el ritmo me he dicho a mí mismo que mejor me pongo con el post, que quitárselo de encima es un alivio comparable a que se te pasen los dolores de cabeza. Y aquí estoy, sentado (no tumbado) de frente a varios libros pendientes, una Play apagada, matando mosquitos y en calzoncillos por el calor. Que qué escribo, pregunto en voz alta. De mí, de la gata, de tu hijo, responden también en voz alta. Espero que mañana sábado sea mejor.
La tele también está puesta y no me permite pasar por alto que no muy lejos de aquí (desengañémonos, es aquí al lado) hay quien está perdiendo la vida metido en el tren de aterrizaje de un avión militar por no perder la cabeza en un descampado. Seres de mi misma especie que en la huida han perdido a su familia. Perdido de vista, no, perdido para siempre. Hermanas mías que saben que hoy, mañana, dejarán su trabajo, su vida, su cara, guardados en el cajón con llave y la llave en las manos del demonio. Con la excusa de la religión, la cultura, la patria, honrar al padre y a Dios, el bien común y la salvación de cuerpos, almas y Estados. Tampoco me permiten, ni la tele ni yo, olvidar que aquí, más cerca, justo donde estoy, también tenemos de eso: religión, cultura, patria, Estado y seres humanos empeñados en que hay que salvarlos, que ellos tienen la solución y que son inofensivos, no unos salvajes como esos de aquí al lado. Como mucho sufrirían los malos, que al fin y al cabo lo tienen merecido. Como aquí al lado.
Miro a Martí y me pregunto, el dolor de cabeza no termina de irse, si la historia es lineal, siempre nueva y siempre mejor, o estamos condenados a repetirlo todo, a repetir algo. Si este bienestar que a mí me parece eterno (salvo este viernes y otros tantos) durará para toda su vida o le tocará el tramo malo de este siglo, de esta parte del aquí. Si será de los que sufran o de los que se empeñen en que no se sufra, con todas las malas o buenas intenciones del mundo. Si querrá salvar a algo o alguien, si lo salvarán, si nada de esto será necesario. Si se preocupará solo de lo que pasa aquí o también de la gente de aquí al lado.
Se me pasa el dolor de cabeza. Es posible que el sábado merezca la pena. Martí me mira e intenta meterse el puño entero en la boca. Le da una arcada. Espero que no sea una metáfora de nada.