"Estoy sol@"
"Me he quedado viuda"
"Me voy a quedar viudo"
"Se me murió un hijo"
"Mi marido está muy enfermo"
"Estoy viejo"
"Estoy cansada"
"No tengo fuerzas"
"No aguanto a mi marido"
"No puedo con mi mujer"
"No tengo vida propia"
"Estoy harta de cuidar a mis mayores"
"No se que hacer"
"Nadie me comprende"
"Ya no puedo hacer lo mismo que antes"
"Quiero estar como antes"
"No quiero envejecer"
...
Estas son algunas de las palabras que, cuando eres médico de familia, recoges en el día a día.
Con estas palabras van acompañados achaques varios. Y en esta época del año, el dolor (en diversas formas y localizaciones) es de lo más frecuente. Dolor que, como casi todo o todo no es solo por una causa. Si indagas, en la mayoría de las ocasiones son la expresión de algo más profundo y humano que una simple espondiloartrosis, tendinitis, contractura, lumbalgia, gonalgia...
Dolor del alma.
Y para el dolor del alma no se me ocurre nada mejor que tiempo y saliva.
Tiempo y saliva. Tiempo y saliva. Con arte y ciencia, pero tiempo y saliva.
No tiritas. Tiritas muchas veces absurdas (antidepresivos, condroprotectores...), dañinas (aines, bifosfonatos, coxibs...) y caras. Y muchas veces todas juntas. Si una tirita solo tapa la herida hasta que cure sola, varias juntas ¿para qué?
¡Prescripción prudente para el alma doliente!