Tenía varios temas en la cabeza para este post. Varios y a la vez ninguno. Pero se me ha cortado de cuajo todo, de forma brusca, hace unos minutos.
Hoy en el cole un grupo de madres vamos a recoger firmas para que el centro pueda contar con una línea dos, esto es, una segunda clase por curso en aquellos cursos en los que no existe. Estamos luchando también para que mejore la transición de infantil a primaria. A mis niñas aún no les toca, pero estoy comprometida en esta batalla, porque mis hijas pasarán a primaria dentro de no mucho tiempo, y por solidaridad con los padres que se enfrentan este curso a ese salto. También por el entusiasmo que ha sabido contagiarme, Susana, una madre luchadora y entusiasta.
Hoy, también, he sabido que un crío de cinco años del colegio de mis hijas, ha fallecido de un tumor cerebral. Un niño que ya no podrá comenzar primaria el próximo curso. Dios, que importa la educación reglada cuando algo así sucede. Un niño que no volverá a reír, a llorar, a jugar, a esperar unos regalos de Reyes. No volverá a vivir.
Hoy el colegio infantil debe estar triste y desolado. Los niños no se enteraran, bendita ignorancia esa de la infancia, que te permite consolarte con los más simple y ser feliz en circunstancias en las que nadie más podría serlo. No son tontos, por supuesto y perciben el aire enrarecido a veces, casi irrespirable otras, pero a estas edades se les engaña con una facilidad pasmosa. Procuro que mis hijas no me vean llorar (la verdad es que cada vez lloro menos) y si notan mis ojos irritados y los párpados hinchados les digo que tengo los ojos malitos. El alma nunca enferma, los ojos sí.
No conocía a la criatura. Todo ha sido terriblemente rápido, fulminante se dice. No dejo de pensar en el dolor de esos padres, un sufrimiento peor a cualquier otro. Un desgarro que les escuece hoy, y mañana y pasado. Una herida que no cerrará. Por empatía, porque soy madre, me he dicho por un momento: ¿y si fuera yo esa madre? Entonces sería la madre muerta, me he respondido.
Gracias a Dios no soy ella. Y podré recoger a mis hijas, darles su merienda, y ver esos dibujos animados que les gustan y encuentro algo ñonos. Hoy voy a disfrutarlos como si fueran cine del bueno. Recogeré los juguetes que olvidan en el salón con placidez. Doblaré su ropa con deleite. Sobre todo, voy a abrazarlas con fuerza, que me noten a su vera, cariñosa, constante, perenne. Puedo hacerlo. Soy una madre viva.