[Ricardo Portmán] @ecosdelviniloDesde hacía varios años andaba prácticamente de puntillas, retomando conciertos con The Cranberries, revisando su repertorio, con algún desajuste con la prensa e inquietantes sismos en su estado anímico. Dolores O’Riordan siempre fue distinta, crepuscular, poco dada a la sonrisa gratuita pero muy apegada a un postura honesta. La de Limerick no andaba vendiéndole la moto a nadie.Su sorpresivo fallecimiento en Londres echó sal en algunas heridas que parecían sanadas en la generación que vivió en primera persona el surgimiento de The Cranberries y el florecimiento de su discografía temprana. Eran tiempos de grunge, del llamado rock alternativo y a pocos pasos del britpop. Cuando llegó a las tiendas en 1993 su debut Everybody Else is Doing It, So Why Can't We algo se removió en los que eran indies (y no lo sabían). La cautivadora voz de Dolores también era la voz de los que no encontraban su lugar. Eso de no encajar del todo remitía a Linger con sus orquestaciones, todo un desafío para las guitarras chirriantes del Cobain de turno.
Ya con No Need To Argue, dos años después, la banda irlandesa terminó por entrar en el peligroso terreno donde se confunden los límites de la autenticidad y el mainstream -circunstancia que terminaría por suceder a partir del tercer elepé-. A todas estas O’Riordan apelaría a ir por libre, regresando fugazmente junto a los Hogan y Lawler.
El fallecimiento de la cantante avivó una llama no totalmente extinta y los mensajes masivos, tanto de compañeros de profesión como del público, dejan muy claro la profundidad de la huella de Dolores O’Riordan. Su canto final en Ode To My Family Does anyone care? (¿A alguien le importo?) ha tenido respuesta por todos aquellos que recordaron que nunca la habían olvidado. Dolores O’Riordan nos importaba.
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