Revista Religión
Leer: Santiago 3:1-12 | Desde cerdos vietnamitas hasta zorros siberianos, los humanos han aprendido a domar animales salvajes. A la gente le encanta enseñarles a los monos a «actuar» en publicidades o entrenar ciervos para que coman de sus manos. Como señala el apóstol Santiago: «toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana» (3:7).
Pero hay algo que no podemos domar: todos tenemos problema para controlar una cosita llamada lengua. «… ningún hombre puede domar la lengua», afirma Santiago (v. 8).
¿Por qué? Porque, aunque nuestras palabras estén en la punta de la lengua, se originan en lo profundo de nuestro ser: «Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Entonces, la lengua puede usarse para bien y para mal (Santiago 3:9). El erudito Peter Davids lo expresa así: «Por un lado, [la lengua] es muy religiosa, pero, por el otro, puede ser sumamente profana».
Si no podemos domar esta lengua desenfrenada que tenemos, ¿está destinada a ser un problema diario en nuestra vida, siempre inclinada a decir cosas malas? (v. 10). Por la gracia de Dios, no. Aunque nuestros métodos fracasen, el Señor pondrá «guarda a mi boca» y a «la puerta de mis labios» (Salmo 141:3). Él puede domar lo indomable.
Señor, a veces digo cosas que no te honran. Gracias porque tu Espíritu puede controlar mi lengua indomable.
Para dominar la lengua, deja que Cristo gobierne tu corazón.
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