Domingo. Le veía alejarse en el portal, echando de vez en cuando la vista atrás y moviendo su mano diciendo adiós. Y si era de tarde parecía de noche, y si era de noche parecía más oscuro. Y el mundo parecía un sitio frío, sin gente, todos escondidos tras luces en las ventanas como escudos para que no ocurriera nada. Y existía un beso de domingo, un beso de mañana es lunes y ya nada sabe igual hasta que lo cotidiano nos salve porque lo necesitamos para que todo sepa igual y no duela tanto. Y se alejaba dejando dolor en cada metro después de aquel beso, dejando el estómago revuelto un poco, la vida un poco sin sentido, los domingos hechos noche con ganas de acostarse y olvidar. Y en un par de segundos, quizás tres, se planteaba 10 preguntas, quizás 100, sobre los motivos, los pasados, los futuros, los porqués. Y dolía un simple adiós.
Y ahora, un domingo cualquiera después, hasta echaba de menos ese dolor pequeño de un adiós.