12/05/2012 12:43:40
Por Mercedes Rodríguez García
En el clímax de la carne apenas se percató del acto creativo. Grandeza de mujer puso en el trance, nos maduró en su vientre. ¿Dolor? Más bien gemidos de suprema dicha que a todo la dispuso.
Si no tenemos luz, ella la hace; si hay sombras, las disipa.
Si no tenemos pan, inventa el trigo y en el horno de su corazón lo cuece.
Si falta el agua, ella junta sus manos y pide al cielo que desate la tormenta. Y moja nuestro labios, resecos ya los suyos.
Si escasea el oxígeno, inhala el verde de las plantas y transforma la sabia en aire puro. Ella jadea, y no morimos.
Si los guijarros y el lodo vedan el camino, ella sin vacilar se quita su vestido. La piel le queda a la intemperie; y nuestros pies, a salvo.
Nada escatima.
No digo un beso, que es como si al viento huracanado detuviera.
No digo abrazo, infalible cobertor de miedos infantiles y adultas desazones.
Digo su fuerza, su valor, su ilimitada magia para atemperar quebrantos y aliviar la carga que le dan los hijos de los hijos: ya su pelo frondoso y colorido; ya matizado, blanco escondido; ya ralo y seco, de plata iluminado.
¿Qué hay amor en su cólera, y amor en sus regaños, y amor en sus reproches, y amor en sus reclamos? Virtudes maternales.
¿Encono? Si acaso a quien nos odia, a quien nos daña, a quien injustamente la libertad nos roba, nos priva, o nos prohíbe; a quien nos daña, nos aborrece u oprime.
Su corazón no elige, su desvelo dispensa todos los asedios, su espada es el amor. Sus ojos ven más allá de la palabra y miran sabiamente.
Ella viene del tiempo. Es consejera y se expone al sacrificio y al rechazo. Sabe perdonar de modo incondicional. Nada pide a cambio. Por la felicidad del hijo sacrifica la propia, olvida cansancios y dolores. Para ella no hay mayor beneficio ni corona más regia.
¿Un solo domingo de mayo, cada año?: No es compensable.
¿Un perfume? ¿Una postal? ¿Un beso?: No alcanzan la calidad de su universo.
Mejor devolverle sus desvelos, abrigarle mil razones para la alegría, borrarle las nostalgias, disiparle las ausencias, reciprocarle los afectos.
Toda madre debiera llamarse Maravilla, escribió el Apóstol.
Y Las madres Maravilla demandan entusiasmo a diario.
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