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Estamos en Domingo de remember y esta vez, es inevitable, le toca el turno a Edurne Pasaban: acaba de conseguir su ochomil número trece junto al equipo de Al filo de lo imposible. Recordamos la entrevista que le hice en junio de 2009 para la revista Psycologies. Salió publicada en diciembre.
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EDURNE PASABAN_ENTREVISTA

Imagen_F. Latorre (edurnepasaban.net)
Es uno de los nombres del momento, un referente que pone de manifiesto que las mujeres siguen rompiendo esquemas y prejuicios. La alpinista Edurne Pasaban (Guipúzcoa, 1973) nos recibe en un hotel de Madrid todavía convaleciente de su última expedición a la cima de Kangchenjunga (India, Nepal).
Se muestra como lo que es: campechana, cariñosa y una gran comunicadora (MBA por la ESADE da clases de motivación, planificación y liderazgo a empresarios). Pero, ante todo, es una mujer con una vida dedicada plenamente a la montaña. No en vano, es una de las pocas alpinistas especializada en los ochomiles himalayos cuyo reto es ser la primera mujer del mundo en conseguir los catorce ochomiles.
Mujer en un mundo de hombres y curtida en mil batallas, incluida una grave depresión, pasó de trabajar como ingeniero en la empresa familiar dedicada a la construcción de maquinaria a montar su propio restaurante con el fin de poder permitirse desaparecer durante dos meses a bordo de una expedición. De ahí a convertirse en profesional de la montaña sólo media un gran esfuerzo y un afán de superación que roza la cabezonería. Edurne es una viajera convencida que se propone seguir siéndolo, una alpinista a la que la única montaña que se le hace cuesta arriba tiene el nombre de “ritmo de vida tradicional”. Hablamos con ella.
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Cuéntanos, ¿quién es Edurne Pasaban? Una chica normal de 35 años que, bueno, tal vez no tiene una vida normal. Soy una persona tranquila que tiene una familia y es amiga de sus amigos. No tengo hijos, pero espero tenerlos. Aunque con mi trabajo, de momento, me resulta imposible planteármelo. La verdad, no me veo teniendo una familia y yéndome a escalar ocho mil metros. Eso es algo que me ha costado asimilar.
El alpinismo es algo poco común entre las mujeres. ¿Cómo surge esta afición en ti? Yo empiezo a hacer montaña muy joven. A los catorce hice un curso de escalada. En aquel entonces, tenía amigas de la escuela, de las de toda la vida, con las que salía a pasear y a ligar, pero también empecé a relacionarme con gente más mayor que me acabó de meter en el mundo de la montaña. Me fui de los Alpes a los Andes con 18 años y de ahí pasé al Himalaya. Cuando hice mi primera expedición nunca imaginé que, primero, me dedicaría a esto por completo y, segundo, intentaría los catorce ochomiles. Aquello era un hobby. Pero, poco a poco, he ido haciendo montaña, paralelamente a estudiar y trabajar y, finalmente, se ha convertido en mi profesión y puedo vivir de esto.
Imaginamos que los sponsors son de vital importancia en tu trabajo… Bastante. Aún así, este deporte no es mediático y, por lo tanto, a un sponsor no le interesa. Durante los primeros años y hasta que no he logrado subir nueve montañas de ocho mil metros no he tenido un sponsor. Mis sponsors han sido, en un primer momento, mi trabajo como ingeniero y, luego. la restauración (cuando no estaba en la montaña estaba sirviendo platos en mi restaurante), incluso mis padres. Más adelante se produce un cambio, entran sponsors y me dedico plenamente al alpinismo. Entreno cuatro o cinco horas al día y me preparo más profesionalmente.
¿Cómo te preparas físicamente para enfrentarte a la montaña? Depende de la temporada, aunque siempre hay hueco para una juerga. Sin pasarse mucho, porque luego se nota. Una buena juerga me cuesta cuatro días de recuperar. Entreno en el Centro de alto rendimiento de San Cugat (Barcelona) y soy consciente de que detrás de mí está el esfuerzo y dedicación de mucha gente (dietista, médico, entrenador…).
¿Y psicológicamente? Hay psicólogos deportivos, pero yo no los utilizo. Yo hago mucho coaching, cosa que me ayuda mucho a la hora de formar equipos, afrontar momentos de crisis dentro de la expedición o, incluso, enfrentarme al mundo de la prensa. Para mí el coaching ha sido un gran descubrimiento.
¿Qué es realmente llegar a la cima, trabajo de equipo, motivación, constancia o una suma de todos estos factores? Es un poco de todo. Yo tengo las cosas bastante claras y sé muy bien cuál es mi objetivo, así que soy insistente y eso me ayuda a conseguir lo que quiero y, por supuesto, el equipo que tienes.
¿Cuál ha sido el momento más bonito y cuál el más triste que has vivido en tu profesión? El más bonito, probablemente, el que estoy viviendo ahora. Después de tantos años, por fin, se reconoce todo el trabajo que he hecho. Se me empieza a conocer hace un año, pero detrás hay 10 años más de duro trabajo. El momento más triste, sin duda, el fallecimiento de unos amigos en un accidente en la montaña.
¿Qué valoración hace tu familia de tan arriesgada profesión? Bueno, cuando terminé la carrera de ingeniero, me puse a trabajar con mi padre, en su empresa. Estuve trabajando con él cuatro años y era su sucesora en el cargo, así que decirle que iba a dejarlo fue una desilusión muy dura. Pero a medida que han ido pasando los años, han visto que soy feliz haciendo esto, aunque lo pasen mal cuando me voy de expediciones.
Parece que el alpinismo recibe la atención de los medios sólo cuando ocurre algún accidente. ¿Qué opinión te merece algo así? Hombre, es triste que la montaña, hasta hace poco, sólo se haya convertido en mediática por estos temas, que no se considere un deporte por sus logros, que sólo venda el sensacionalismo. Lo que creo es que conmigo está ocurriendo un cambio de perspectiva. Ahora se empieza a hacer un seguimiento de las expediciones, de lo que estoy haciendo. Puede que sea debido a que soy una mujer y que quiero ser la primera en terminar los catorce ochomiles, pero si es un camino que se abre, pues estupendo.
¿Alguna vez te has sentido traicionada por la montaña? A veces me he planteado qué hago aquí o por qué me he metido en esto, pero no creo que la montaña me traicione, yo ya sé adonde voy y que algo grave puede pasarme. Hace algún tiempo, estuve en una escalada en los Pirineos con unos amigos, con cinco profesionales de los buenos, y tres de ellos fallecieron. Ahí sí me sentí traicionada, pero traicionada por la vida.
Se dice que hay una maldición con el K2. Ninguna mujer ha regresado con vida y aquellas que lo han hecho han fallecido en posteriores expediciones. ¿Te pesa mucho esta maldición? Subí al K2 y volví y nunca más he vuelto a pensar que me puede pasar a mí. Para nada.
¿Has pasado alguna vez tanto miedo que te has quedado paralizada sin saber qué hacer? Creo que no. He pasado miedo y muchos momentos de tensión, pero siempre sacas una fuerza interior no sabes muy bien de dónde y te dices a ti misma: “tengo que salir de ésta”. No te derrumbas hasta que ves que estás a salvo.
¿Este tipo de experiencias te sirven para tu vida personal? Sí, aprendes mucho. Aunque, por ejemplo, pese a los logros, sigo siendo una persona con la autoestima bastante baja.
¿Cuál ha sido el reto más difícil de conseguir? Superar una enfermedad como la depresión. Si no puedes con un ochomil, recoges, te das la vuelta y te vas a casa, pero esta enfermedad es otra cosa y hay que superarla como sea.
¿Qué provocó tu depresión? ¿Cómo lograste salir de ella? Fue debido al cambio de vida. Yo estaba dedicada plenamente a la montaña y llegó una edad, para mí los treinta años, en que la gente de mi alrededor estaba haciendo otro tipo de vida: mi hermano se casa y tiene hijos, mis amigas igual, mis parejas me dejan porque es difícil llevar el ritmo de una persona con mi profesión… Es decir, todo se desestructura y, además, entonces no me ganaba la vida como ahora, tenía que trabajar en el restaurante para poder irme de expediciones. Ahí es cuando caigo en una crisis existencial, en una depresión. Hasta que te das cuenta de que esto es lo que tú has elegido y es lo que te hace feliz. Hoy en día me siento una persona muy afortunada por poder dedicarme a lo que más me gusta, la montaña.
Eres una mujer en un mundo de hombres. ¿Lo llevas bien? Es duro y eso que yo tengo suerte con mis compañeros de expedición, pues siempre me han tratado de igual a igual. Pero, bueno, tengo que aguantar cosas que me resultan un poco pesadas. Normalmente, durante las expediciones, las conversaciones giran alrededor de las mujeres, hay movimiento de películas porno… Además, las mujeres somos más expresivas y a mí no me importa decir que he llorado o que me encuentro triste. Para que te hagas a la idea, cuando vamos subiendo, difícilmente un hombre dirá “vamos a darnos la vuelta” sin esperar a que lo haga yo antes.
¿Te sientes cómoda con la popularidad? Hombre, yo no creo que no pueda salir a la calle sin ser reconocida. Además, se me respeta muchísimo. Aunque es un cambio brutal. Nunca hubiera imaginado que la gente en la calle me reconocería y eso se me hace raro. Pero, de momento, es respetable y no me molesta.
¿Compensan las heridas? No. Yo siempre digo que ni un ocho mil vale una uña. Lo que pasa es que, cuando vas escalando, no sabes dónde está el límite. Esto no avisa, tienes frío, pero es el frío de siempre. La congelación se produce por frío, cansancio, poca hidratación… No hay un aviso claro que te haga dar la vuelta y abandonar.
¿Qué pasa por tu cabeza cuando alcanzas una cumbre? En ese mismo momento no disfrutas, ya que estás nerviosa pensando en la bajada y la cosa se puede complicar. Los mejores momentos llegan cuando estás de vuelta en el campo base.
¿Cómo es la vida en el campo base? No logro imaginarlo… Bueno, es bastante monótona. Hay días en que no tienes gran cosa que hacer, salvo estar allí esperando el buen tiempo. Normalmente, te levantas pronto, te pones a hacer la colada y te pasas el día leyendo o viendo películas, haces una siesta y a las ocho de la tarde ya estás en la cama.
¿De qué os alimentáis allí arriba? En el campo base comemos bastante bien: chorizo, jamón, queso, vino… Con los años, hemos conseguido que nuestro cocinero haga unas lentejas muy ricas, tortilla de patata… En altura es donde comemos mal y poco, pero tampoco el cuerpo te pide mucho.
Muchas veces se critica a aquellas expediciones que suben una cumbre con oxígeno. ¿Puedes explicarnos cuál es la gran diferencia entre subir con oxígeno o sin oxígeno? Mucha. Subir con oxígeno supone que estás a ocho mil metros como si estuvieras escalando a seis mil. Realmente, sin oxígeno caminas más despacio, te cuesta mucho más respirar, la cabeza funciona más lentamente, pasas más frío…
¿Qué papel ejercen los sherpas en una expedición? Son personas que te ayudan mucho a cargar peso o, cuando nieva mucho, a la hora de abrir huella. Es gente muy dedicada, te cuidan… El trabajo que hacen tiene mucho valor.
¿Hay rivalidad en la montaña? Sí, hay muchos piques entre las diferentes expediciones. No todos vamos al mismo nivel, algunos tienen más infraestructura, otros menos, y hay críticas y problemas. Alguna que otra desilusión te llevas con la gente.
Se dice que hay una carrera abierta con otras dos mujeres, la austríaca Gerlinde Kalterbrunner y la italiana Nives Meroi, para ver quién consigue ser la primera en alcanzar los catorce ochomiles. ¿Qué hay de cierto en ello? No es una carrera, nos estamos jugando la vida. Entre nosotras, a diferencia de los hombres, no hay tanta obsesión y sí más tranquilidad a la hora de querer alcanzar determinadas metas. Las tres nos llevamos muy bien, somos amigas, aunque también es cierto que a cada una de nosotras nos gustaría ser la primera, ya que estamos trabajando duro para conseguirlo y nuestro futuro depende de ello.
¿Qué vendrá tras los ochomiles? No lo sé. Esta es la pregunta del millón. Hombre, yo veo que esto es sólo una época que tiene que terminar, pero me veo toda la vida relacionada con la montaña de una forma u otra. Creo que se pueden hacer muchas más cosas, incluso crear una familia. Me gustaría escribir un libro sobre mis experiencias y sensaciones, algo personal, nada técnico. También hacer algún documental y otro tipo de expediciones distintas a los ochomiles. Tal vez a los polos.
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