Nada más llegar a Chiaia ese domingo de madrugada y entrar al piso de Giovanni, mi único deseo era dormir. La jaqueca había empezado temprano.
Tenía la necesidad imperiosa de volver a Napoli y desde el balcón contemplar el mar con Capri y Posillipo al fondo, magestuosas, algo que no había cambiado.
Después de dos horas de oscuridad, llegó la calma. Y todo lo ocupaba la imagen de Giovanni, su fuego y sus manos enormes. La voz potente cambiando de registro entre un huracán de fuerza y pasión.
Lo necesitaba, era el refugio al cansancio rutinario de la prisa y del ya y ahora. De ciudad asfixiante.
Desde que Pati y Goio se independizaron, todo se precipitó y la oficina ya no era el antro de los días, la fuga del piso ruidoso.
Y llegó. Y con él una piel nueva empezó a despertarse y a sentir la crispación de los poros.
Tan joven, tan terso y punzante. Me transformó en pose.
En el delirio de las horas sin tiempo, me hizo egoísta, fetichista del placer.
Cuando la noche se hacía habitación y el orgasmo en un grito universal.
Giovanni...
De pronto, se abrió la puerta y fui otra vez temblor, pasión enredada en los ojos negros.
Húmeda y afiebrada, apresada en el abrazo de otro domingo en Napoli,
la vida resurgía.
*Nápoles para mí eres la alegría, la locura y la poesía.