Una casa de piedra al final del viñedo
(Atención, este artículo cuenta detalles de la película)
Los ojos de Kate miran a un lado y al otro, llenos de terror. Bellos ojos celestes que para definirlos con precisión, mejor aclarar que son los de Meg Ryan. Esos ojos celestes le temen al cielo, a volar, al avión. Y si un avión implica un viaje y un viaje conlleva a la posibilidad de cambios rotundos, a lo que realmente le teme Kate es a que toda su vida cambie repentinamente y ella no sepa como transitar ése cambio. Por eso Kate mira la vida por la ventana. Sus sueños, sus deseos, sus ilusiones y sus miedos, siempre enmarcados en perfectas ventanas.
Es la primera escena de French kiss (1995, L. Kasdan) y descubrimos a Kate en un simulacro de vuelo. Un extraño tratamiento, último intento para perder el miedo que Kate tiene a volar. Charlie, su prometido, viaja a París por trabajo y la ha invitado al viaje, pero Kate odia que los aviones vuelen, odia que los franceses tengan mal olor, odia que haya 450 tipos de queso en Francia. Como es de esperar el simulacro de vuelo no arroja los resultados esperados. Es más, la que se arroja del avión en medio del simulado despegue es Kate, por lo que le reembolsan el dinero del tratamiento. Allí, sentada en el piso frente a la pantalla que proyecta un video de lo que se vería a través de la ventana del avión despegando, Kate acepta que no viajará a París con Charlie, porque es más fácil mirar el mundo por la ventana y esperar a que su amado la llame por teléfono.
La noche anterior a que su novio Charlie viaje a París, Kate le muestra a través de la ventana del confortable auto, una hermosa casa blanca ubicada en un confortable barrio de una ordenada ciudad canadiense. Kate es norteamericana pero ha renunciado a su ciudadanía para poder ser canadiense como su futuro marido. Esa casa es la de los sueños de Kate que para sorpresa de Charlie tiene ahorrado un dinero –desde que era niña- para comprarla. Así aparece, estable y cómoda la vida de Kate, todo puesto en su lugar. Pero en París, el bueno de Charlie se enamora de otra y Kate tiene que salir del cómodo sillón del living de la casa de sus suegros para enfrentarse a la vida.
De esta manera Kasdan nos propone una forma de mirar el mundo a través de la mirada de Kate. El simulacro del vuelo no es el único que veremos en la película. En tal caso nos pone en código: estamos ante una comedia y si la comedia pone el mundo patas arriba, la simulación es una forma de hacerlo. En la simulación, en la máscara el personaje descubre su verdadero ser.
Junto a Kate haremos finalmente el viaje a París para reconquistar a Charlie, que se ha enamorado de una “godesse” –diosa- francesa. El simulacro final que Kate monta con ayuda de Luc Teyssier –el genial Kevin Kline haciendo de un apestoso ladrón francés- ante los ojos del azorado Charlie, no es ni más ni menos que para descubrir que ya no ama a su prometido, sino a Luc que la ha ayudado a superar el miedo a volar. Entiéndase volar no sólo de manera literal.
Denunciar de alguna manera el artificio de la puesta en escena, es parte de las herramientas que tiene la comedia para desplegar el periplo del personaje, y es en el artificio en donde la película se desdobla, en ése mundo doble en donde lo normal está invertido es en donde podemos encontrar finalmente el sentido.
Veamos. Las situaciones simuladas, miradas esquivadas, artificios montados, se repiten una y otra vez, como parte de la comedia. Kate sube a un simulador de vuelo para perder el miedo a volar. Kate simula frente a Charlie ya no amarlo y simula además tener una relación libre con Luc. El policía simula no ver a Luc, para no atraparlo por el robo de un collar ya que tiene una vieja deuda con él. Luc simula ante Kate haber tenido una apasionada noche de amor con Juliette, la “godesse” francesa. Kate simula vender el collar robado en Cartier, pero en realidad le está dando a Luc los ahorros de su vida para que éste pueda comprar su viñedo. Y sigue la lista, de lo más pequeño en la trama, a lo más importante, las situaciones están montadas en la duplicidad. Así finalmente podemos (re) encontrar un tema recurrente en las películas de Kasdan, el tema de la segunda oportunidad.
La escena en la joyería cierra magistralmente: el policía mirando a Kate algo intrigado le entrega un cheque de Cartier -que representa los ahorros de la chica- diciendo “la ilusión es completa”.
Cuando Kate sin más opción se sube al avión con destino a Paris, ataviada con su prolija camisa blanca cerrada hasta el cuello y saco azul haciendo juego, conoce a Luc, un francés que viaja de vuelta hacia su país natal. Luc lleva en su chaqueta un gajo de una vid y allí escondido un collar de diamantes que ha robado. La planta y la joya son para Luc lo que Charlie es para Kate. Sólo que ellos no saben cuánto se parecen. En ese primer encuentro en el avión parecen tan distintos que se detestan y sin embargo se necesitan.
En el simulacro de vuelo Kate hace el ejercicio de visualizar una casita en la pradera. Una casita de piedra. Luc piensa vender los diamantes para comprar un viejo viñedo y allí plantar la vid que trae de Norteamérica. El viñedo tiene una casa de piedra abandonada.
Kate lleva colgado de su cuello un medallón con una foto de Charlie. Es de alguna manera simétrico con el collar de diamantes de Luc, que colgará del cuello de Kate para la cita definitiva con Charlie, a modo de amuleto de la suerte, según las palabras de Luc. Kate entiende que ama a Luc y para salvarlo de una condena por robo le entrega un cheque a nombre de Cartier con sus ahorros, ésos que iban a comprar la casa perfecta en Canadá.
Así planta, collar, medallón, casa, cabaña y ahorros se construyen como símbolo. Un símbolo que se va transformando pero que encarnan una misma idea. Kate y Luc echarán raíces juntos en el viñedo. Ambos tienen finalmente ésa segunda oportunidad, ésa otra vida que esperaban sin saberlo.
Y hay algo más. Al llegar al lujoso hotel parisino donde se hospeda Charlie, Kate es entretenida por un ladronzuelo –después sabremos colega de Luc- en el preciso momento en el que Charlie baja en el lujoso ascensor de cristales besándose apasionadamente con la Godesse, que va enfundada en un corto y escotado vestido rojo. El eje vertical que dibuja el ascensor señala la irrupción del destino. Kate no soporta la visión de la escena y cae desmayada, situación que aprovecha el ladronzuelo para arrebatarle el equipaje donde Kate guarda sus documentos y sin saberlo la vid-joya de Luc.
Gracias a la ayuda de Luc, Kate recupera su mochila pero sin pasaporte, completándose así el pasaje simbólico mencionado anteriormente. Kate ya no tiene pasaporte, no tiene ciudadanía, ni los norteamericanos ni los canadienses quieren reponer la documentación; no pertenece a ningún lugar. El viñedo de Luc la está esperado.
En una de las primeras escenas, Kate le dice a Charlie que lo único que le interesaría conocer de París es la Torre Eiffel. Y así como Kate la desea, la Torre se le niega. Kate deambula sola por las nocturnas calles parisinas sin pasaporte, sin dinero y sin Charlie. Todos vemos a la Torre Eiffel que brilla iluminada, pero se apaga antes de que Kate pueda descubrirla. Nuevamente la vemos en un vidrio espejado para desaparecer de inmediato sin que Kate pueda corroborar su ubicación. Los ojos de Kate sólo se encontrarán con la Torre cuando finalmente la mire enmarcada en la ventana del tren que se aleja de París. Allí la torre señala un nuevo eje vertical, Kate está sentada frente a Luc y viajan sin saberlo a conocer el viñedo que luego será su hogar.
Antes de conocer esas tierras fértiles sobre las que echará raíces junto a Luc, Kate pasará por la gran casa familiar de los Teyssier. Padre, madre, hermanas todos alrededor de una gran mesa campestre disfrutando de una buena comida y un excelente vino. Kate se siente como en casa y le pide a Luc que le muestre la habitación que ocupaba cuando era niño. En esta escena está encerrado parte del secreto de la película.
En su antigua habitación, Luc conserva bajo la cálida luz que entra por la ventana, una caja de madera –experimento de la infancia- que enseña a Kate. Allí Luc ha encerrado los aromas de la campiña en pequeñas botellas de vidrio que guardan un secreto. Las botellas brillan silenciosas, Luc le pide a Kate que describa el vino que comparten. Un vino atrevido, sofisticado y sin pretensiones, dice ella y casi disculpándose aclara que en realidad se está describiendo a sí misma. Luc satisfecho asiente, el vino como las personas absorben las influencias de la vida alrededor para conformar su personalidad. Kate sonríe satisfecha, entonces Luc le ofrece algunas de las pequeñas misteriosas botellas para oler. Kate, deliciosamente, reconoce esos aromas y puede nombrarlos. Entonces Luc le pide que vuelva a probar el vino, esta vez con los ojos cerrados. Kate cautivada, descubre que algunos de esos aromas encerrados en las botellas están escondidos en el sabor del vino.
Si Luc le enseña a Kate que sabores, perfumes, plantas, flores, bebidas y personas somos en realidad parte de lo mismo, Kate puede mirar ahora a Luc de una forma diferente. El francés es portador de un secreto, secreto que ahora le es revelado. Gracias a eso, ella también puede mirarse a sí misma de otra manera.
Kasdan también nos habla a los espectadores. Disfrutar de un vino es como disfrutar de una película. Podemos reconocer las influencias, los matices provenientes de otras películas, de otros directores, de otras artes. El cine toma un poco de su entorno, de su ambiente, de las personas, para adquirir cuerpo y hacernos transitar el recorrido. Y así reconocernos a nosotros mismos y al mundo de una forma diferente. Kate besa a Luc en la mejilla a modo de agradecimiento. El destino queda sellado, pero el viaje debe continuar.
Las columnas blancas que adornan un pasillo del exclusivo hotel de la Costa Azul, señalan de manera vertical y con eficacia el encuentro final entre los personajes y el intercambio de parejas necesario para que las cosas, como en toda comedia, se reacomoden. Kate se presenta radiante ante los ojos de Charlie que aturdido percibe que en el interior de Kate se ha encendido una llama, algo que la hace brillar como nunca antes. Pero ha sido Luc, con su toque de alquimista, quien ha encendido esa llama. Kate ya no quiere a Charlie, ahora sólo quiere vivir con Luc en la casita de piedra en el viñedo, ésa casa que se imaginó en el vuelo simulado y que como parte de ésa magia, se ha materializado.
El recorrido que hace Kate, desde la puritana familia canadiense a la ancestral familia francesa, queda simbolizado además entre los opuestos que construyen los personajes. El correcto Charlie es un médico exitoso que viaja a París para un congreso y descubre en Juliette a ese clisé de mujer mediterránea -diosa degradada- con la que vive una pasión desenfrenada. Contrariamente, Luc no es sólo un sucio ladrón francés si no que es el conocedor de un oficio ancestral que le devuelve a Kate un entendimiento de algo más. El amor es la vuelta a un primer estadio en donde no sólo las vides echan raíces.
El final de la película la muestra a Kate vestida con un liviano vestido floreado caminando junto a Luc por el naciente viñedo mientras Louis Armstrong canta “La vie en rose”. Kate finalmente encontró su lugar.
Por Melina Cherro