El 6 de agosto de 2000, durante el gran Jubileo, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la Declaración sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia: Dominus Iesus, para la Doctrina de la Fe. Mi Universidad Católica Sedes Sapientiae organizó un evento en el que me invitaron a hablar junto al P. César Buendía y al político Arturo Salazar Larraín. Recuerdo con inmenso afecto la presencia del Dr. Andrés Aziani y cómo vibraba ante el encuentro propiciado. Les comparto todo el texto, dedicándolo al Dr. Aziani en el segundo aniversario de su partida para la Casa del Padre.
Con tal de que se anuncie a Cristo, yo me alegro (Fil 1,18)
Esta mañana, en Misa, me sorprendió gratamente la lectura de la epístola de San Pablo a los Filipenses (1, 18): Con tal de que se anuncie a Cristo, yo me alegro, y me seguiré alegrando...Para mí la vida es Cristo La semana pasada en este mismo escenario, el gran poeta peruano profesor en Francia, Américo Ferrari, nos comentaba que se hacía poesía cuando sucedía algo. Ser Cristiano, otro Cristo, no es un suceso cualquiera, es el SUCESO, es el ACONTECIMIENTO. Esto es lo Absoluto y por ello la Iglesia no quiere por nada del mundo lo relativicemos. Pero unido al ser de Cristo, ser cristiano es ser miembro del Cuerpo de Cristo, la Iglesia . Hace unos días, en el día de su fiesta, 15 de octubre, tuve la suerte de contemplar en Alba de Tormes, Salamanca, la tumba de una gran mujer, Teresa de Jesús. Poco antes de morir, un 15 de octubre de 1582, pronunció unas sentidas palabras: "Al fin, muero hija de la Iglesia". En aquellos tiempos recios en los que muchos apostataron por el luteranismo... la divina obsesión de los santos fue el permanecer en la Casa fundada por Cristo, aun a costa del martirio.... Por eso, su expresión: Muero hija de la Iglesia. De aquí, quiero partir,
I. PERMANECER EN LA IGLESIA.
El máximo responsable del documento que nos ocupa, José Ratzinger dio una Conferencia-testimonio en Alemania en 1971 con el título ¿Por qué permanezco en la Iglesia?Sin duda que nos aporta luces para entender el presente escrito
1- Si yo estoy en la iglesia es por las mismas razones porque soy cristiano. No se puede creer en solitario. La fe sólo es posible en comunión con otros creyentes. La fe por su misma naturaleza es fuerza que une. Su verdadero modelo es la realidad de pentecostés, el milagro de compresión que se establece entre los hombres de procedencia y de historia diversas. Esta fe o es eclesial o no es tal fe...Por eso una iglesia, una comunidad que se hiciese a si misma, que estuviese fundada sólo sobre la propia gracia, sería una contrasentido. La fe exige una comunidad que tenga poder y sea superior a mí y no una creación mía ni el instrumento de mis propios deseos. Todo esto se puede formular también desde un punto de vista más histórico: o Jesús fue un ser superior al hombre, dotado de un poder que no era fruto del propio arbitrio, sino capaz de extenderse a todos los siglos, o no tuvo tal poder ni pudo por tanto dejarlo en herencia a los demás. En tal caso yo estaría al arbitrio de mis reconstrucciones mentales y él no sería nada más que un gran fundador, que se hace presente a través de un pensamiento renovado. Si en cambio Jesús es algo más, él no depende de mis reconstrucciones mentales sino que su poder es válido todavía hoy.
2- Yo estoy en la iglesia porque creo que hoy como ayer e independientemente de nosotros, detrás de «nuestra iglesia» vive «su iglesia» y no puedo estar cerca de él si no es permaneciendo en su iglesia... la que no obstante todas las debilidades humanas existentes en ella nos da a Jesucristo; solamente por medio de ella puedo yo recibirlo como una realidad viva y poderosa, que me interpela aquí y ahora. Henri de Lubac ha expresado de este modo esta verdad: «Incluso los que la (iglesia) desprecian, si todavía admiten a Jesús, ¿saben de quién lo reciben? Jesús está vivo para nosotros. Pero ¿en medio de qué arenas movedizas se habría perdido, no ya su memoria y su nombre, sino su influencia viva, la acción de su evangelio y la fe en su persona divina, sin la continuidad visible de su iglesia?... ‘Sin la iglesia, Cristo se evapora, se desmenuza, se anula’. ¿Y qué sería la humanidad privada de Cristo?»
3- Un hombre ve únicamente en la medida en que ama. Quien no se compromete un poco para vivir la experiencia de la fe y la experiencia de la iglesia y no afronta el riesgo de mirarla con ojos de amor, no descubrirá otra cosa que decepciones. El riesgo del amor es condición preliminar para llegar a la fe.
4- Quien osa arriesgarse no tiene necesidad de esconder ninguna de las debilidades de la iglesia, porque descubre que...junto a la historia de los escándalos existe también la de la fe fuerte e intrépida, que ha dado sus frutos a través de todos los siglos en grandes figuras como Agustín, Francisco de Asís, el dominico Bartolomé de las Casas con su apasionada lucha por los indios, Vicente de Paúl, Juan XXIII. Quien afronta este riesgo del amor descubre que la iglesia ha proyectado en la historia un haz de luz tal que no puede ser apagado. También la belleza surgida bajo el impulso de su mensaje, y que vemos plasmada aún hoy en incomparables obras de arte, se convierte para él en un testimonio de verdad: lo que se traduce en expresiones tan nobles no puede ser solamente tinieblas. La belleza de las grandes catedrales, la belleza de la música nacida al calor de la fe, la magnificencia de la liturgia eclesiástica, principalmente la realidad de la fiesta que no la puede hacer uno mismo sino sólo acoger, la organización del año litúrgico, en el que se funden en un conjunto el ayer y el hoy, el tiempo y la eternidad, todas estas cosas no son, a mi juicio, algo casual. La belleza es el resplandor de la verdad, ha dicho Tomás de Aquino, y podríamos añadir que la ofensa a la belleza es la autoironía de la verdad perdida. Las expresiones en que la fe ha sabido darse a lo largo de la historia, son testimonio y confirmación de su verdad
5- La única posibilidad que tenemos de cambiar en sentido positivo a un hombre es la de amarlo, trasformándolo lentamente de lo que es en lo que puede ser.... Esto solamente fue posible porque surgieron hombres con el don del discernimiento, que amaron la iglesia con corazón atento y vigilante, con espíritu crítico, y dispuestos a sufrir por ella... Permanecer en la iglesia porque ella es en sí misma digna de permanecer en el mundo, digna de ser amada y trasformada por el amor en lo que debe ser, es el camino que también hoy nos enseña la responsabilidad de la fe.
Permanecer o no permanecer - podríamos exclamar parodiando a Shakespeare- esa es la cuestión. Ante la apostasía de las masas, el abandono de católicos hacia las sectas, la flojera de los que continuamos... permanecer como Teresa o como nos alienta Ratzinger es la misión. Recientemente se ha nombrado a Santo Tomás Moro patrono de los gobernantes y políticos del mundo, todo un ejemplo de saber permanecer; cuando la mayoría apostató por el anglicanismo o el luteranismo, él, a pesar de perder su puesto de Primer Ministro de Inglaterra, a pesar del abandono, la cárcel, la muerte, él permaneció, fue el hombre para la eternidad que hoy venera la iglesia. Y justo antes del martirio nos dejó escrita una hermosa vida de Jesús sin recortes, "La agonía de Cristo", trasunto de su propia agonía (lucha) y lleno de esperanza; poco antes de ser trasladado al patíbulo escribía a su hija Margarita: "Te suplico con sincero corazón que sirvas a Dios y estés contenta y alegre".
El presente documento busca precisamente esto: que todos permanezcan y los que se han ido vuelvan, y a los que no les ha llegado puedan recibir la salvación de Cristo.
Por esta razón, el Cardenal Ratzinger - prefecto de la Congregación que ha elaborado el documento- ha señalado que en el animado debate contemporáneo sobre la relación del Cristianismo y las otras religiones, se difunde cada vez más la idea que "todas las religiones son para sus seguidores vías igualmente validas de salvación". Pero ¿cuál es la consecuencia fundamentalmente de este modo de pensar y sentir relativistas en relación al centro y al núcleo de la fe cristiana? "Es el sustancial rechazo de la identificación de la singular figura histórica, Jesús de Nazaret, con la realidad misma de Dios, del Dios viviente. De esta manera, objetivamente hablando, se introduce la idea errada de que las religiones del mundo son complementarias a la revelación cristiana", agregó.
Aquí está el núcleo básico de la cuestión, en el que da el título al documento: "Dominus Iesus" -"El Señor Jesús", la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, en la que se explica claramente por qué la revelación cristiana no es equivalente a las demás religiones ni puede ser complementada por ellas. De ahí deriva su imperioso y decisivo mandato: ID: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16, 15), "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28, 18).
II. ¿POR QUÉ HA MOLESTADO? ¿DE QUÉ HABLA?
Tiempo hacía que un documento vaticano no suscitaba tanta reacción. Quizá haya que ir hasta la encíclica Humanae vitae de Pablo VI. Calificativos como "inoportuna" por "sacar a la luz viejos contenciosos que se creían superados", "pinta horizontes sombríos", "estilo condenatorio" y poco cercana al talante dialogador del Vaticano II... Tanto que muchos están conociendo el documento no tanto por su lectura como por las críticas de la lectura. Sin embargo, estas mismas reacciones prueban hasta qué punto era necesario clarificar o recordar. Como dice el refrán "se enfadan las comadres porque le dicen las verdades", o la popular expresión de Don Quijote: "Ladran, Sancho, luego cabalgamos". De hecho, como lúcidamente señaló el profesor jesuita de la Universidad Gregoriana, P. Juan Antonio Martínez Camino, lo que más ha escocido es encarar radicalmente el problema del relativismo, "el problema más grave de nuestro tiempo". (Conferencia en la FUE, Madrid, 17 de octubre del 2000).
Glosando a Donoso Cortés cuando escribía: "el Sr. Proudhom se sorprende de que tras un problema socioeconómico se esconda un problema moral; yo me sorprendo de su sorpresa", yo podía decir: "me sorprendo de los sorprendidos impugnadores de este documento". Argumentan éstos: "Si el Concilio nos había conducido hacia el ecumenismo, el diálogo con la cultura moderna tolerante y plural, ¿por qué se zanja ahora la cuestión?". Nueva sorpresa. Cualquiera que esté al tanto de las preocupaciones del Magisterio de la Iglesia verá que el problema que ahora se ventila ha sido detectado, formulado y tratado desde hace tiempo, tanto por el mismo Papa, como por el Cardenal Ratzinger, la Comisión Teológica Internacional, la revista "La Civiltà Cattolica". En 1985, en la célebre entrevista de V. Messori a José Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se detectaba este problema: "Algunos han comenzado a preguntarse: ¿Por qué inquietar a los no cristianos, induciéndoles al bautismo y a la fe en Cristo, si su religión es su camino de salvación en su cultura y en su religión?".
Por su parte, Juan Pablo II, aborda la cuestión en tres encíclicas fundamentales, citadas en la Dominus Iesus , l Redemptoris missio de 1990, la Veritatis splendor de 1993 y la Fides et ratio de 1998.
Intercaladas entre estas tres encíclicas nos encontramos otras tantas del Cardenal Ratzinger: A los obispos de Asia, en Hong-Kong, en 1993, tras la publicación de la Redemptoris missio, con el título Cristo, la fe y el reto de las culturas. Tras la Veritatis splendor habló a los presidentes de las comisiones doctrinales de las Conferencias Episcopales de Latinoamérica, en Guadalajara (México) en 1996, acerca de la Situación actual de la fe y de la teología; por último, en febrero del 2000, en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid, abordó el tema en cuestión con la ponencia titulada Fe, Verdad y Cultura, refiriéndose especialmente a la relación entre verdad, religión y religiones.
La Comisión Teológica Internacional, en 1996, tras varios años de estudio dirigido por el P. Luis Ladaria publicó un documento de gran interés titulado El cristianismo y las religiones cuya primera conclusión es taxativa: "Sólo en Jesús pueden los hombres salvarse, y por ello el cristianismo tiene una clara pretensión de universalidad". La tercera, eclesiológica, es una claro precedente de la DI "Si la salvación está ligada a la parición histórica de Jesús, para nadie puede ser indiferente la adhesión personal a él en la fe. Solamente en la Iglesia, que está en continuidad histórica con Jesús, puede vivirse plenamente su misterio. De ahí la necesidad ineludible del anuncio de Cristo por parte de la Iglesia".
También la "Civiltà Cattolica dedicó en 1995 y en 1996 dos largos editoriales a los problemas del "Diálogo interreligioso" y del "Cristianismo y las demás religiones". De igual modo, la Revista Católica Internacional Communio 18 (marzo-abril 1996) abordó el tema en su monográfico titulado "La salvación y las religiones".
Ojalá como fruto de esta álgida polémica se lean los textos completos y no nos quedemos con los titulares de prensa o los estereotipos.
Quizá nos venga bien conocer algunos datos técnicos que respondan a las preguntas de rigor: quién, cómo, para qué... Y el organismo responsable es La Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el Cardenal J. Ratzinger, como Prefecto, y el Secretario, Mons. T. Bertone, que son los que firman el documento, con la aprobación del Papa Juan Pablo II. El documento, de 36 páginas, una introducción, seis capítulos y una conclusión, ha sido publicado en inglés, francés, alemán, español, portugués, italiano, polaco y latín. En Lima podemos conseguir su texto completo en la popular edición de la Editorial Salesiana y Paulinas, en la edición peruana de "L´Osservatore Romano" y en el "Quincenario del Arzobispado de Lima", lástima que no contengan las notas tan reveladoras por ofrecernos la matriz de la que se ha nutrido para su elaboración: de las 102 notas, vemos que un gran porcentaje son de la Redemptoris missio, Fides et ratio, Lumen Gentium, Santos Padres...
Se puede jalar de internet en ACI DIGITAL: http://www.aciprensa.com/DominusIesusT.zip O el resumen oficial de la Congregación en: http://www.aciprensa.com/DominusIesusR.zip
La Declaración tiene dos partes fundamentales: una cristológica (los tres primeros capítulos) y otra eclesiológica (los tres últimos) y se articula en seis apartados, que resumen los datos esenciales de la doctrina de la fe católica sobre el significado y el valor salvífico de las otras religiones.
En la introducción se da cuenta del propósito y alcance del documento: "exponer nuevamente la doctrina de la fe católica", indicando "algunos problemas fundamentales...y confutar determinadas posiciones erróneas o ambiguas" en las que "la revelación cristiana y el misterio de Jesucristo y de la Iglesia pierden su carácter de verdad absoluta y de universalidad salvífica, o al menos se arroja sobre ellos la sombra de la duda y de la inseguridad" (n.4).
1. El primer capítulo, titulado "Plenitud y definitividad de la revelación de Jesucristo", señala que "contra la tesis que sostiene el carácter limitado, incompleto e imperfecto de la revelación de Jesús" la Declaración "reafirma la fe católica acerca de la plena y completa revelación en Jesucristo del misterio salvífico de Dios". En consecuencia, no obstante admitir que las otras religiones no raramente reflejan un rayo de aquella Verdad que ilumina a todos los hombre, se afirma nuevamente que la calificación de libros inspirados se reserva solamente a los libros canónicos del Antiguo y el Nuevo Testamento, que, en cuanto inspirados por el Espíritu Santo, tienen a Dios por Autor y enseñan con firmeza, fidelidad y sin error la verdad sobre Dios y la salvación de la humanidad .
La Declaración señala además que debe ser firmemente retenida la distinción entre fe teologal, que es la acogida de la verdad revelada por Dios Uno y trino, y la creencia en las otras religiones, que es una experiencia religiosa todavía en búsqueda de la verdad absoluta y carente todavía del asentimiento a Dios que se revela.
2. "Contra la tesis de la doble economía salvífica: la del Verbo eterno, que sería universal y por lo tanto válida también fuera de la Iglesia, y aquella del Verbo encarnado, que estaría limitada solamente a los cristianos", la Declaración afirma la unicidad de la economía salvífica del único Verbo encarnado, Jesucristo, Hijo unigénito del Padre.
"El misterio de Cristo -se explica- tiene en efecto una intrínseca unidad, que se extiende desde la elección eterna de Dios hasta la parusía". "Jesús es el mediador y redentor universal. Por esto, es asimismo errónea la hipótesis de una economía salvífica del Espíritu Santo investida de un carácter más universal que la economía del Verbo encarnado, crucificado y resucitado. El Espíritu Santo es de hecho el Espíritu de Cristo resucitado, y su acción no se pone fuera o al lado de la acción de Cristo".
3. "En consecuencia, la Declaración reafirma la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Cristo"; y agrega que "ciertamente, la única mediación de Cristo no excluye mediaciones participadas de distintos tipos y orden; estos, sin embargo, obtienen su significado y su valor únicamente de la mediación de Cristo y no pueden entenderse como paralelas o complementarias".
4. En el cuarto capítulo, titulado "Unicidad y unidad de la Iglesia", el documento señala que "el Señor Jesús continúa su presencia y su obra de salvación en la Iglesia y a través de la Iglesia, que es su cuerpo"; por ello "se debe creer firmemente como verdad de fe católica la unidad de la Iglesia por él fundada. Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia Católica".
"En relación con la ‘existencia de numerosos elementos de santificación y de verdad fuera de su estructura visible’, o en las Iglesias y Comunidades eclesiales que no están todavía en plena comunión con la Iglesia Católica, es necesario afirmar que su eficacia ‘deriva de la misma plenitud de gracia y verdad que fue confiada a la Iglesia católica’".
"Las Iglesias que no aceptan la doctrina católica del Primado del Obispo de Roma permanecen unidas a la Iglesia Católica por medio de estrechísimos vínculos, como la sucesión apostólica y la Eucaristía válidamente consagrada. Por eso, también en estas Iglesias está presente y operante la Iglesia de Cristo, si bien falte la plena comunión con la Iglesia católica".
Por el contrario, se explica, "las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, no son Iglesia en sentido propio; sin embargo, los bautizados en estas Comunidades han sido incorporados por el Bautismo a Cristo y, por lo tanto, están en una cierta comunión, si bien imperfecta, con la Iglesia católica".
5. En el quinto capítulo de "Señor Jesús" explica que "la misión de la Iglesia es ‘anunciar el Reino de Cristo y de Dios, y establecerlo en medio de todas las gentes; [la Iglesia] constituye en la tierra el germen y el principio de este Reino’. Por un lado la Iglesia es ‘signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano’"; por otro lado, "la Iglesia es el ‘pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’".
"Pueden darse distintas explicaciones teológicas sobre estos temas. Sin embargo, no se puede en ningún modo negar o vaciar de significado la íntima conexión que existe entre Cristo, el Reino y la Iglesia", explica el documento.
"El Reino de Dios no se identifica, sin embargo, con la realidad visible y social de la Iglesia. En efecto, no se debe excluir ‘la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia’"; dice el texto; y explica que al considerar las relaciones entre el Reino de Dios, el Reino de Cristo y la Iglesia, "se hace necesario evitar acentuaciones unilaterales, como ocurre cuando se habla del Reino de Dios sin mencionar a Cristo, o se privilegia el misterio de la creación callando sobre el misterio de la redención". "En tales casos, se aduce que Cristo no puede ser comprendido por quien no posee la fe cristiana, mientras pueblos, culturas y religiones diversas pueden reencontrarse en la única realidad divina, cualquiera sea su nombre".
6. Al respecto, en el sexto capítulo, se explica que "ante todo, debe ser firmemente creído que la ‘Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia’. Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica universal de Dios; por lo tanto, ‘es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación’. Para aquellos que no son formal y visiblemente miembros de la Iglesia, ‘la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo’".
El documento reconoce claramente que las diferentes religiones "contienen y ofrecen elementos de religiosidad, que forman parte de ‘todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones’. A ellas, sin embargo, no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ‘ex opere operato’, que es propia de los sacramentos cristianos".
"Con la venida de Jesucristo Salvador -se explica-, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de todos los hombres. Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad indiferentista ‘marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que una religión es tan buena como otra’".
El documento concluye señalando que al tratar el tema de la verdadera religión, "los Padres del Concilio Vaticano II han afirmado: ‘Creemos que esta única religión verdadera subsiste en la Iglesia católica y apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la obligación de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles: ‘Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado’".
III. 2000 AÑOS DE EVANGELIZACIÓN
Como historiador me gustaría destacar algunos puntos cruciales del Documento en la perspectiva del Jubileo del 2000. A las puertas del 2000, se impone a todos los cristianos conocer su propia historia. Juan Pablo II en la "Tertio millennio adveniente" (TMA) nos dirá: "Gracias a la venida de Dios a la tierra, el tiempo humano, iniciado en la creación, ha alcanzado su plenitud". Penetrar en su historia bimilenaria, nos ayudará a vivir uno de los objetivos marcados por el Papa Juan Pablo II para el Jubileo, que es dar gracias por "el don de la Iglesia"(TMA n.32) Este documento fundamental en sus números 56 y 57 nos sintetizan los dos mil años de evangelización con el sugestivo título de «Jesucristo es el mismo [...] siempre»(Hb 13, 8):
"La Iglesia perdura desde hace 2000 años. Como el evangélico grano de mostaza, ella crece hasta llegar a ser un gran árbol, capaz de cubrir con sus ramas la humanidad entera (cf. Mt 13, 31-32). El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, considerando la cuestión de la pertenencia a la Iglesia y de la ordenación al Pueblo de Dios, dice así: «Todos los hombres están invitados a esta unidad católica del Pueblo de Dios (...). A esta unidad pertenecen de diversas maneras o a ella están destinados los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en general llamados a la salvación por la gracia de Dios». Pablo VI, por su parte, en la Encíclica Ecclesiam suam explica la universal participación de los hombres en el proyecto de Dios, señalando los distintos círculos del diálogo de salvación...
57. Por esto, desde los tiempos apostólicos, continúa sin interrupción la misión de la Iglesia dentro de la universal familia humana. La primera evangelización se ocupó especialmente de la región del Mar Mediterráneo. A lo largo del primer milenio los misioneros partiendo de Roma y Constantinopla, llevaron el cristianismo al interior del continente europeo. Al mismo tiempo se dirigieron hacia el corazón de Asia, hasta la India y China. El final del siglo XV, junto con el descubrimiento de América, marcó el comienzo de la evangelización en este gran continente, en el sur y en el norte. Contemporáneamente, mientras las costas sudsaharianas de Africa acogían la luz de Cristo, san Francisco Javier, patrón de las misiones, llegó hasta el Japón. A caballo de los siglos XVIII y XIX, un laico, Andrés Kim llevó el cristianismo a Corea; en aquella época el anuncio evangélico alcanzó la Península Indochina, como también Australia y las islas del Pacífico. El siglo XIX registró una gran actividad misionera entre los pueblos de Africa.
Todas estas obras han dado frutos que perduran hasta hoy. El Concilio Vaticano II da cuenta de ello en el Decreto Ad Gentes sobre la actividad misionera. Después del Concilio el tema misionero ha sido tratado por la Encíclica Redemptoris missio, relativa a los problemas de las misiones en esta última parte de nuestro siglo. La Iglesia también en el futuro seguirá siendo misionera: el carácter misionero forma parte de su naturaleza. Con la caída de los grandes sistemas anticristianos del continente europeo, del nazismo primero y después del comunismo, se impone la urgente tarea de ofrecer nuevamente a los hombres y mujeres de Europa el mensaje liberador del Evangelio. Además, como afirma Redemptoris missio, se repite en el mundo la situación del Areópago de Atenas, donde habló san Pablo. Hoy son muchos los «areópagos», y bastante diversos: son los grandes campos de la civilización contemporánea y de la cultura, de la política y de la economía. Cuanto más se aleja Occidente de sus raíces cristianas, más se convierte en terreno de misión, en la forma de variados «areópagos»...
Confío esta tarea de toda la Iglesia a la materna intercesión de María, Madre del Redentor. Ella, la Madre del amor hermoso, será para los cristianos que se encaminan hacia el gran Jubileo del tercer milenio la Estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor. La humilde muchacha de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia Aquel que es «la luz verdadera, aquella que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). (10 de noviembre del año 1994).
En la bula convocatoria del Gran Jubileo “Incarnationis Mysterium”(29-XI-1998) nos habla de que “cada año jubilar es como una invitación a una fiesta nupcial” (n.4), invitándonos a vivir “la conmemoración bimilenaria del misterio central de la fe cristiana...como camino de reconciliación y como signo de genuina esperanza para quienes miran a Cristo y a su Iglesia, sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”(id.)
El propio símbolo del jubileo nos habla claramente de su significado. El círculo azul indica el globo terrestre abrazado por la cruz. Las cinco palomas, con diverso color, representan los cinco continentes. Del centro de la cruz irradia la luz de Cristo, ayer, hoy y siempre... Se pretende "fortalecer la fe, suscitando un gran anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado" (TMA, 41). Entre otros muchos medios, quiero fijarme en tres para responder a este llamado:
1.La "purificación de la memoria"
En el documento Memoria y reconciliación: La iglesia y las culpas del pasado (Marzo 2000) nos indica que "consiste en el proceso orientado a liberar la conciencia personal y común de todas las formas de resentimiento o de violencia que la herencia de culpas del pasado puede habernos dejado, mediante una valoración renovada, histórica y teológica, de los acontecimientos implicados, que conduzca, si resultara justo, a un reconocimiento correspondiente de la culpa y contribuya a un camino real de reconciliación... Juan Pablo II añade: "Como sucesor de Pedro pido que en este año de misericordia la Iglesia, fuerte por la santidad que recibe de su Señor, se ponga de rodillas ante Dios e implore el perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos" (IM 11). Al reafirmar después que "los cristianos están invitados a asumir, ante Dios y ante los hombres ofendidos por sus comportamientos, las deficiencias por ellos cometidas", el Papa concluye: "Lo hacemos sin pedir nada a cambio, fuertes sólo por el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5, 5)".
2. El testimonio de los mártires y los santos
La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires: «Sanguis martyrum, semen christianorum»... Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes ... han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, como revelaba ya Pablo VI en la homilía de la canonización de los mártires ugandeses. [22] Es un testimonio que no hay que olvidar." TMA 37. En IM 13, al estimular la memoria de los mártires se recuerda la grandeza de la vocación cristiana "en la cual el martirio es una posibilidad anunciada" que no puede excluir de su "propio horizonte existencial".
De igual modo cabe hablar de la santidad. El domingo 21 de noviembre de 1999, el Papa Juan Pablo II canonizaba 12 beatos, los últimos antes de cruzar el umbral del Año Santo. A la fecha Su Santidad había proclamado 296 santos, justo la mitad de los 592 canonizados desde que se creó la congregación de la Causa de los Santos en el S.XVI. Las ceremonias de beatificación y canonización, al tiempo que proclaman la santidad, instan a todos los cristianos a que vivan santamente. Juan Pablo II no pierde ocasión de recordarlo: Jóvenes de todos los continentes, no tengáis miedo de ser los santos del nuevo milenio. Sed contemplativos y amantes de la oración, coherentes con vuestra fe y generosos en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y constructores de paz".
3 María, camino hacia Cristo El Papa quiere también que miremos a María como Madre de Jesús que - en frase del Papa- "estará presente de un modo 'transversal' a lo largo de todos los años y que será contemplada durante este primer año en el misterio de su Maternidad divina. ¡En su seno, el Verbo se hizo carne!...La Iglesia, meditando sobre ella con amor y contemplándola llena de veneración, entra más íntimamente en el misterio de la Encarnación y se identifica cada vez más con Jesucristo". Nuestros obispos proponen como objetivo específico: "Fomentar y revitalizar el rezo del Santo Rosario
IV. SENTIDO RELIGIOSO DE LA HISTORIA DEL PERÚ
Donde está la Iglesia está el Espíritu Santo y donde está el Espíritu Santo está la Iglesia". Esta sentencia de San Agustín nos ayudará a comprender de qué manera tan misteriosa, pero real, ha impulsado el Espíritu Santo la historia del Perú. El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos dice que "el origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo (ES) es enviado a los apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre" (N. 244). De tal manera, que podríamos concluir que la Iglesia es la obra del ES en la historia; así lo reconoce el CIC: "La misión de Cristo y del ES se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo" (N.737). ¿De qué manera? Preparando a los hombres. Son numerosos los testimonios del espíritu religioso de nuestro pueblo. El Espíritu Santo ha ido preparando a Perú mucho antes de la llegada del Cristianismo. Hay numerosos vestigios que nos hablan de costumbres pre-hispánicas muy próximas al cristianismo, son las "semillas del Verbo" que fueron tan bien aprovechadas por los misioneros. Sigue el CIC, comunicándonos que la "Iglesia ha recibido este nombre (ES) del Señor y lo profesa en el bautismo de sus nuevos hijos" (N. 691). Con su venida en Pentecostés "el ES hace entrar al mundo en los 'últimos tiempos', el tiempo de la Iglesia" (N.732).
Por su parte, "El Espíritu Santo manifiesta al Señor resucitado"(CIC 737). Es bien palpable en nuestra Iglesia a lo largo de los cinco siglos de existencia. Nos contentamos con destacar algunas manifestaciones:
a. Acta de la fundación de las ciudades. Lima es La Ciudad de los Reyes por ser fundada en esa fiesta b. Doctrinas. Lugares específicos de evangelización de los naturales de América.. Hay en el S.XVII más de 300 doctrinas que se convierten en pueblos con parroquias.
c. Monasterios y conventos. Pensemos sólo en el Cercado de Lima; son centros selectos de formación y evangelización.
d. Concilios, Juntas, Sínodos. Pensemos en el Tercer Concilio Limense de 1583 cuya luz llega hasta 1899 y del que brotó la legislación canónica para toda América del Sur. Pensemos que los catecismos emanados del concilio son los primeros libros impresos en Perú.
e. Catedral y cabildo catedralicio. Microcosmos celeste, corazón de la Iglesia; arte, liturgia, ilustres canónigos
f. Misioneros. Desde el protomártir Fray Diego de Ortiz en Vilcabamba hasta los recientes; miles de misioneros acá en las tres regiones.
g. Jerarquía: Obispos, Superiores de Órdenes, Nuncios.. Recorrer la galería de los obispos de Lima, todos ellos con la idea de imitar al Santo Arzobispo Mogrovejo.
h. Los santos: los seis canonizados, otros tantos en proceso, tantos religiosos ejemplares y laicos comprometidos anónimos.
i. Las cofradías, hermandades, asociaciones y movimientos.
La clave de la poderosa personalidad de Perú no puede encontrarse sin prescindir de la fe, sin su identidad católica. Lo ha puesto de manifiesto en diferentes momentos Juan Pablo II:
"Las raíces de la cultura de vuestro país están impregnadas del mensaje cristiano. La historia del Perú se ha ido forjando al calor de la fe, que ha inspirado y a la vez ha impreso una marca propia a su vida y costumbres. A la luz de ella se modeló una nueva síntesis cultural mestiza que une en sí el legado autóctono americano y el aporte americano y el aporte europeo" (15-5-1988).
Así lo reconocen los Obispos del Perú:
"La primera evangelización tiene una importancia constituyente para la Iglesia en nuestra patria y también para el Perú mismo [...] La fe católica ha acompañado en todo momento la formación de nuestros pueblos latinoamericanos, y del Perú en particular, constituyendo un elemento fundamental de nuestro ser nacional, como lo reconoce la misma Constitución Política del Perú en su artículo 86... Inspirada en el impulso de Trento, proporciona la clave para entender la manera de asumir y de vivir la fe en el Perú de hoy. La forma como se la llevó a cabo nos da valiosas lecciones para la Nueva Evangelización que intentamos realizar". (Conferencia Episcopal Peruana 1992).En este marco constitucional, el Estado Peruano estableció un Acuerdo con la Santa Sede el 19 de julio de 1980 (Decreto Ley Nº 23211 de 24.VII.1980) por el cual: "La Iglesia Católica en el Perú goza de plena independencia y autonomía. Además, en reconocimiento a la importante función ejercida en la formación histórica, cultural y moral del país, la misma Iglesia recibe del Estado la colaboración conveniente para la mejor realización de su servicio a la comunidad nacional" (Art. 1). La Constitución Política de 1993, vigente en el presente, en su art. 50, reproduce el texto anterior, con una ligerísima modificación al final: "Dentro de un régimen de independencia y autonomía, el Estado reconoce a la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, le presta su colaboración. El Estado respeta otras confesiones y puede establecer formas de colaboración con ella".
Casi todos los especialistas coinciden en afirmar que la cristianización del Perú es un acontecimiento decisivo en la formación de la identidad nacional.
V. A. Belaunde en su obra Peruanidad llegará a decir que la peruanidad es una síntesis viviente creada por el espíritu católico.
M. Marzal escribirá en Religión Católica e identidad nacional (Lima 1979, pp.148-9) que tal identidad católica se traduce en el peso de la Iglesia institucional en el Perú y en la religiosidad popular.
Por su parte J.A. Arguedas sabe comprender el alma andina y descubrir en ella las raíces profundas de una evangelización que se expresa en las palabras del sacristán en la diminuta iglesia de San Pedro:
“Dios es esperanza, Dios alegría, Dios ánimo. Llegó UNPU, enjuermo, agachadito. Salió tieso, juirme, águila. Era mozo no más, Dios hay aquí, en Lahuaymarca. De San Pedro se ha ido, creo, para siempre”(J.M. Arguedas Todas las sangres)
Vale la pena recordar el testimonio de la viuda de César Vallejo, quien en su lecho de muerte, a finales de marzo de 1938, dijo « Escribe » ; y le dictó : « Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor : Dios ».
Un botón de muestra de este hecho fue la consagración del Perú al Corazón de Jesús como expresión de entrega total y comprometida por los lazos más sagrados que son los del amor. Y de ello supieron mucho Diego de Hojeda, Diego Alvarez de Paz, Rosa de Lima, Martín de Porras, Juan de Alloza, Francisco del Castillo, Paula de Jesús Nazareno, Mateo Crawley (alma del monumento en el Cerro de los Angeles, Madrid), así como los institutos y cofradías, los escritos y las novenas, los santuarios y monumentos, que llenan nuestra geografía
A lo largo del medio milenio de catolicismo en Perú, sus propios hijos se han encargado de recoger por escrito una suerte de anamnesis como a diario la Iglesia lo vive en la celebración litúrgica. Todo estudio sobre la Iglesia viene a ser un recuerdo de "las intervenciones salvíficas de Dios en la historia", y "hace memoria" de las maravillas de Dios" (CIC 1103).
El gran misionólogo, Padre José de Acosta, en cuyo cuarto centenario de su muerte en Salamanca, estamos, y que vivió tanto tiempo entre nosotros, tuvo desde sus primeros años de estudiante una inquietud por la vocación misionera. Escribe De Procuranda Indorum Salute. Este libro no sólo pretende describir la realidad indígena sino que como verdadero manual pastoral busca mostrar los caminos y medios para la implantación de la fe en las Nuevas Tierras. Pondrá mucho énfasis en la comprensión y simpatía frente a la persona y para ello considerará de absoluta importancia el aprendizaje y conocimiento de las lenguas vernáculas (La compañía de Jesús exigió a los misioneros el conocimiento del idioma nativo). Dirá en el proemio de su monumental obra:
"La causa principal que me movió a emprender esta tarea fue comprobar la múltiple variedad y discrepancia de opiniones en torno a los asuntos de Indias y la desconfianza de los más en la salvación de los indios; además, la novedad y complejidad de muchos acontecimientos, que se oponían o al menos parecían oponerse a la verdad del Evangelio... Nunca pude llegar a persuadirme que la llamada de Dios al Evangelio de estos pueblos innumerables pudiera ser baldía, así como el destino para este apostolado tanto de otros siervos de Dios como de los nuestros (Jesuitas), cuando en mi mente me ponía a dar vueltas sobre la inmensidad del amor de Dios y las promesas de la Sagrada Escritura, y cuando notaba, lo digo sinceramente, cómo iba creciendo en mí una peculiar confianza, ya de antiguo concebida y superior a todas las dificultades, en la salvación de estos pueblos. Finalmente, fue siempre idea cierta y fija en mí que nosotros, por nuestra parte, deberíamos procurar con todo ahínco la salvación de los indios, que Dios por la suya en modo alguno negaría su asistencia a la empresa comenzada".
Todo ello se comprende en la concreción de un misionero de excepción que fue su Arzobispo Santo Toribio: Transcribo parte de una carta dirigida al Rey con motivo de su tercera visita en abril de 1602:
"Salí habrá 8 meses en prosecución de la visita de la provincia de los Yauyos, que hacía 14 años que no habían ido a confirmar aquella gente, en razón de tener otras partes remotas a que acudir y en especial al valle asiento de Huancabamba, que hará un año fui a él, donde ningún prelado ni visitador ni corregidor jamás había entrado, por los ásperos caminos y ríos que hay. Y habiéndome determinado de entrar dentro, por no haberlo podido hacer antes, me vi en grandes peligros y trabajos y en ocasión que pensé se me quebraba una pierna de una caída, si no fuera Dios servido de que yéndose a despeñar una mula en una cesta, adonde estaba un río, se atravesara la mula en un palo de una vara de medir de largo y delgado como un brazo de una silla, donde me cogió la pierna entre ella y el palo, habiéndome echado la mula hacia abajo y socorriéndome mis criados y hecho mucha fuerza para sacar la pierna, apartando la mula del palo, fue rodando por la cuesta abajo hacia el río y si aquel palo no estuviera allí, entiendo me hiciera veinte pedazos la mula. Y anduve aquella jornada mucho tiempo a pie con la familia y lo di todo por bien empleado, por haber llegado a aquella tierra y consolado a los indios y confirmándolos y el sacerdote que iba conmigo casándolos y bautizándolos, que con 5 ó 6 pueblos de ellos tiénelos a su cargo un sacerdote que, por tener otra doctrina, no puede acudir allí si no es muy de tarde en tarde y a pie, por caminos que parece suben a las nubes y bajan al profundo, de muchas losas, ciénagas y montañas".
V. PRESENCIA DE LA REDEMPTORIS MISSIO. NUESTRA FE EN PELIGRO
Todavía recuerdo la conmoción planetaria provocada por un loco cuando martillo en mano golpeó y destrozó la inmortal obra marmórea La Pietà de Miguel Angel. ¿Qué sucedería - Dios nunca lo quiera- si alguno se atreviese con la imagen del Señor de los Milagros? Algo mucho peor se denuncia en este documento: el deterioro de la persona de Jesucristo, Dios y Hombre Verdadero, por la ideologización del relativismo, el subjetivismo, el eclecticismo, "el vaciamiento metafísico del evento de la encarnación histórica del Logos eterno, reducido a un mero aparecer de Dios" con resabios arrianos... De ahí que, con motivo del jubileo del bimilenario del nacimiento de Cristo, la Iglesia, que durante dos mil años ha proclamado y testimoniado con fidelidad el Evangelio integral de Jesús, vea necesario evitar todo tipo de ambigüedades y quiera clarificar algunos de los artículos del Credo que se han malinterpretado. Notemos que tanto en la Introducción como en el apartado 3 se contienen los artículos del Credo. Así se lee: "hoy más que nunca, es actual el grito del apóstol Pablo sobre el compromiso misionero de cada bautizado: ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio" (n.2).
Este grito ¡Ay de mí! se percibe a lo largo del documento. Juan Pablo II colocó la actividad misionera en la RM en el corazón mismo de la vida eclesial, responsabilizando a todos de la misión: "Toda la Iglesia por naturaleza es misionera" (Ad gentes 2). Pareciera que el Papa quiere remover, sacudir a la Iglesia entera para comprometerla con la misión.
Es un grito que nace de la fe como eco del lanzado por san Pablo. "La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida traída por Cristo y vivida por sus discípulos" (RM 7). Por ello el Papa subraya cómo el primer deber de la Iglesia es el anuncio; tal actividad es causa y estímulo de renovación (la fe se fortalece dándola); es la contribución más importante que la Iglesia puede ofrecer al hombre y a la humanidad; conocer el mensaje evangélico es un derecho de todas las personas y de todos los pueblos. Es un grito que nace de la situación actual, contemplando los aspectos negativos, problemas y desafíos...y sobre todo para "disipar dudas y ambigüedades sobre la misión ad gentes" (RM 2). Estos se señalan en los tres primeros capítulos en un contexto teológico ampliamente anclado en la Biblia: la secularización, el horizontalismo del Reino, el temor del proselitismo... Otras son más sofisticadas como la distinción entre el Cristo histórico y el Verbo de Dios, la separación entre Reino, Cristo e Iglesia, entre Reino terreno y escatológica; otras, más directamente operativas por separar u oponer actividades complementarios de la misión como el anuncio, el diálogo, la promoción humana, la inculturación...
La encíclica afirma:
. La universalidad de la salvación operada por Cristo
. La plena y definitiva revelación de Dios en Cristo
. La unidad entre el Verbo y Cristo
. La posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a tal salvación.
. La relación necesaria entre Reino, Cristo e Iglesia, entre la dimensión terrestre y la escatológica
. El respeto de la libertad personal y del anuncio propositivo del Evangelio
VI. CONCLUSIÓN: Nueva Evangelización, especialmente con motivo del Jubileo 2000
Este deseo de claridad en la mente y compromiso audaz, entusiasta, nada tiene que ver con el proselisitismo utilitarista y sectario. "La fe exige la libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta" (RM 7). Todo ello haciéndolo compatible con el diálogo interreligioso: "La paridad, que es presupuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de la dignidad personal de las partes, no a los contenidos doctrinales, ni mucho menos a Jesucristo -que es el mismo Dios hecho hombre- comparado con los fundadores de las otras religiones" (n.22). Como sabiamente declaraba al semanario Alfa y Omega el general de los Jesuitas, P. Peter-Hans Kolvenbach, "en este documento la Iglesia proclama en el nombre del Señor lo que ella debe ser. El diálogo es nítidamente situado dentro de la verdadera fe, una condición indispensable para que pueda llevarse adelante con justicia y sin dar lugar a falsas expectativas".
Nada mejor que el Capítulo VI "La misión de la Iglesia hoy en América: la nueva evangelización". "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21) para concluir:
Cristo resucitado, antes de su ascensión al cielo, envió a los Apóstoles a anunciar el Evangelio al mundo entero (cf. Mc 16, 15), confiriéndoles los poderes necesarios para realizar esta misión. Es significativo que, antes de darles el último mandato misionero, Jesús se refiriera al poder universal recibido del Padre (cf. Mt 28, 18). En efecto, Cristo transmitió a los Apóstoles la misión recibida del Padre (cf. Jn 20, 21), haciéndolos así partícipes de sus poderes. Pero también "los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tienen la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio ... En efecto, ellos han sido "hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo". Por consiguiente, "los fieles laicos -por su participación en el oficio profético de Cristo- están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia", (241) (242)y por ello deben sentirse llamados y enviados a proclamar la Buena Nueva del Reino. Las palabras de Jesús: "Id también vosotros a mi viña" (Mt 20, 4), 242 deben considerarse dirigidas no sólo a los Apóstoles, sino a todos los que desean ser verdaderos discípulos del Señor.
La tarea fundamental a la que Jesús envía a sus discípulos es el anuncio de la Buena Nueva, es decir, la evangelización (cf. Mc 16, 15-18). De ahí que, "evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda"...Como Pastor supremo de la Iglesia deseo fervientemente invitar a todos los miembros del pueblo de Dios, y particularmente a los que viven en el Continente americano -donde por vez primera hice un llamado a un compromiso nuevo "en su ardor, en sus métodos, en su expresión" a asumir este proyecto de Nueva Evangelización y a colaborar en él. Al aceptar esta misión, todos deben recordar que el núcleo vital de la nueva evangelización ha de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo, es decir, el anuncio de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del Reino que Él nos ha conquistado a través de su misterio pascual...
El ardiente deseo de invitar a los demás a encontrar a Aquél a quien nosotros hemos encontrado, está en la raíz de la misión evangelizadora que incumbe a toda la Iglesia, pero que se hace especialmente urgente hoy en América, después de haber celebrado los 500 años de la primera evangelización y mientras nos disponemos a conmemorar agradecidos los 2000 años de la venida del Hijo unigénito de Dios al mundo (n. 66).
Amigos, la Iglesia o es misionera o no es Iglesia; los cristianos o somos misioneros o no somos cristianos. A las puertas del 2000, hemos de llenarnos de entusiasmo; la imagen de un Juan Pablo II, anciano, agotado, pero más joven que nunca, nos debe interpelar: él acaba de decirnos: "no me canso de invitar a la Nueva Evangelización". En su célebre encíclica misionera nos convida al optimismo pero comprometido:
«Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos» (RM 3). «En la proximidad del tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo. En efecto, tanto en el mundo no cristiano como en el de antigua tradición cristiana, existe un progresivo acercamiento de los pueblos a los ideales y a los valores evangélicos, que la Iglesia se esfuerza en favorecer» (RM 86). «Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos si todos los cristianos [...] responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo» (RM 91).
Concluyamos con la conclusión del documento: "Frente a propuestas problemáticas o incluso erróneas, la reflexión teológica está llamada a confirmar de nuevo la fe de la Iglesia y a dar razón de su esperanza en modo convincente y eficaz" (n.23). No olvidemos que Cristo no tiene otros labios para hablar que los nuestros, ni otros brazos ni otros pies, ni otro corazón. Si nos apagamos, Cristo no tendrá los instrumentos para llevar su luz y calor al mundo, y morirán de frío. Por el contrario, como nos recordaba el Papa en la Jornada Mundial de la Juventud: "Si sois lo que tenéis ser prendará fuego el mundo entero". Pidamos a Santa María, Madre y Maestra, la Sedes Sapientiae, porque fue la Morada de la Sabiduría que es el Señor -Dominus- Iesus, la Estrella de la Nueva Evangelización que nos lo alcance de su Hijo.