El domingo 20 de octubre celebramos la Jornada Mundial de la Propagación de la Fe, el popular DOMUND, una fecha muy apta para fortalecer nuestro compromiso misionero, que dimana de nuestra condición de discípulos de Cristo. En este año, coincide con el final del Año de la fe. En el mensaje que el Papa Francisco nos ha dirigido para esta jornada nos dice que “la fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar. Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más bella”. Afirma el Papa que la fe es un don que no está reservado sólo para unos pocos, sino que se ofrece a todos. No podemos guardarlo sólo para nosotros porque lo esterilizaríamos. Hemos de compartirlo para que todos puedan experimentar la alegría de ser amados por Dios y el gozo de la salvación.
El anuncio del Evangelio es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia y una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial, que no se queda en los caminos trillados, sino que sale también a los “suburbios”, para llegar a aquellos que aún no han conocido a Cristo. El Concilio Vaticano II subrayó de manera especial que la tarea misionera es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas. No es un aspecto secundario de la vida cristiana, sino algo esencial. No significa violentar la libertad de los destinatarios de nuestro anuncio, si lo hacemos con respeto, sin obsesiones proselitistas, pero sí con entusiasmo y convicción. A veces vemos, nos dice el Papa, que son la violencia, la mentira, el error lo que se nos ofrece y propone. Nosotros, por el contrario, anunciamos al que es el Camino, la Verdad y la Vida del mundo, el manantial de esperanza que no defrauda. Y hemos de hacerlo siempre en comunión estrecha con la Iglesia que nos envía a evangelizar. Esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero o evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.
Es un hecho que a una gran parte de la humanidad todavía no le ha llegado la buena noticia de Jesucristo. Por otra parte, vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también al sentido de la vida y los valores fundamentales que le dan consistencia. En esta situación, en la que el horizonte está cubierto por tantas incertidumbres, es más urgente que nunca el anuncio del Evangelio de Cristo, que es promesa de esperanza, reconciliación, comunión, anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia y de su salvación. La Iglesia no es una organización asistencial como tantas otras, una empresa o una ONG. Es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría. El hombre de hoy necesita ser iluminado por la fe, que hermosea la vida, la llena de esperanza y plenitud.
Se dirige el Papa al final de su mensaje a todas las realidades y familias eclesiales pidiéndoles que dinamicen su compromiso misionero. Lo pide especialmente a los Obispos y a las Diócesis. A los Obispos, en virtud de la colegialidad episcopal, nos urge la solicitud por la Iglesia universal y la solicitud misionera. Por ello, consciente de que la fe se robustece dándola y alentado por el testimonio precioso de tantos sacerdotes sevillanos que han entregado y siguen entregando su vida al servicio de la Iglesia en Hispanoamérica, una vez más manifiesto mi disponibilidad a compartir nuestros dones, personas y recursos, con otras iglesias más necesitadas, especialmente de aquel Continente, asumiendo una zona de una diócesis, por ejemplo de Perú, por un grupo de sacerdotes y laicos sevillanos que, trabajando en equipo, desde la cercanía, la amistad y el apoyo mutuo, vivan la comunión entre ellos, con la Diócesis que les envía y con aquella a la que son destinados. Es algo que podemos ir perfilando en los Consejos Episcopal y del Presbiterio con la ayuda de la Delegación Diocesana de Misiones. Este proyecto, que bien podría denominarse DIÓCESIS MISIONERA, nunca será una pérdida, sino una ganancia, pues compartir misioneros será, sin duda, una riqueza grande que oxigenará y enriquecerá a nuestra Iglesia particular.
Termino rogando a los sacerdotes, catequistas y profesores de Religión que se impliquen a fondo en la campaña del DOMUND, programando también actos de oración por los misioneros, pues la oración de todos, y muy especialmente de los enfermos, los niños y los contemplativos, es el alma de la misión. Les pido también que hagan con todo esmero la colecta. Agradezco a los miembros de la Delegación Diocesana su entusiasmo y generosidad en el servicio a la misión. Que el Señor premie sus esfuerzos.
Para todos, y muy especialmente para nuestros misioneros y misioneras diocesanos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo PelegrinaArzobispo de Sevilla