Revista Cine
He estado un rato eligiendo la foto que complementaría esta entrada, hasta que he encontrado una que hace superfluo cualquier comentario que yo pueda hacer. Dos sacerdotes: el de la izquierda es San Josemaría Escrivá; a su derecha, mirando directamente a la cámara, Álvaro del Portillo. Hace hoy justamente 18 años, yo estaba cenando junto a algunos compañeros de profesión, que habíamos coincidido en un congreso de literatura inglesa renacentista. La ciudad podía ser Valladolid, León o Salamanca -no lo recuerdo-. En un momento de la conversación alguien comentó, que había fallecido (de madrugada) Álvaro del Portillo, Prelado del Opus Dei. Con 80 años recién cumplidos, acababa de regresar a Roma de una peregrinación a Tierra Santa. Don Álvaro había conocido al fundador de la Obra a mediados de los años treinta y se ordenó sacerdote en 1944; era Doctor Ingeniero cuando se puso la sotana. Tras la muerte de San Josemaría, fue nombrado su sucesor. Desde que don Álvaro se uniera al Opus Dei, trabajó estrechamente unido al fundador. Siempre pendiente de cualquier sugerencia de éste, cualquier insinuación, cualquier gesto, don Álvaro era un hombre de personalidad bien definida, con un carácter totalmente distinto al de San Josemaría. Y al tiempo, un hombre cuya docilidad y obediencia con él -más allá de ser consecuencias de un profundo afecto- eran fruto de la conciencia de saberse junto a un hombre de Dios, cumpliendo así una vocación personal.Hoy, en los cinco continentes, se celebra la Santa Misa en sufragio de su alma. Su causa de canonización comenzó el 4 de abril de 2004.