Asistí a la segunda representación de este Don Carlo de Verdi, la del día 12, y asistiré a dos más, la del 15 y la del 21. Es imaginable que las sensaciones serán diferentes, debido a los giros que se están produciendo en todo lo relacionado con el Palau de Les Arts.
Días después de esta foto con los participantes en la obra que inauguraba oficialmente la presente temporada de ópera, se produjeron algunos hechos de singular relevancia, que ya son de sobra conocidos, por la difusión y el debate que han tenido y siguen teniendo en los medios de comunicación y en los foros adscritos a todo lo que genera la ópera en su faceta, no solo cultural, sino también político-administrativa. Con estos antecedentes, no era fácil desprenderse del presentimiento de asistir a un 'legado'. Un 'legado' como testamento de la extinta figura del intendente en Les Arts, transformada en una bicefalia que separa la gestión y su parte administrativa, de la programación y su cariz artístico. El perfil del nuevo programador definido por los responsables políticos era, como mínimo, preocupante y no presagiaba nada bueno para la continuidad del nivel alcanzado en las anteriores temporadas de ópera.
El Palau de Les Arts nació con unos planteamientos de prestigio un tanto exacerbados, que proyectaron a la Comunitat Valenciana como receptora de un turismo cultural a nivel nacional e internacional. La crisis puso en cuestión la sostenibilidad de dichos planteamientos. El reto fue, en su momento, mantenerlos adecuándose a la nueva realidad económica. Hacía falta imaginación, creatividad y compromiso para llevarlo acabo, y eso se consiguió con esfuerzos y sacrificios, superando trabas y administrando los recursos. Esta parte positiva no ha sido valorada lo suficiente, o lo ha sido a posteriori, creando una situación que deja una gran incertidumbre y malestar en los implicados en este proyecto. Los representantes políticos parece que están enmendando la plana, dando ahora una nueva visión de sus intenciones de dar una continuidad a lo alcanzado hasta ahora. Veremos en qué quedan estos cambios en su discurso.
Foto de Miguel Lorenzo
Entrando en la crónica de la velada referida de este supuesto 'legado', las sensaciones fueron buenas e incluso en algunos momentos muy buenas. La leyenda negra en torno al reinado de Felipe II que sobrevuela en esta ópera de Verdi, plasmada ya en la obra de Schiller, 'Don Karlos, Infant von Spanien', en la que se basa su libreto, venía muy a cuento dado el cariz que estaba tomando la dimisión de Davide Livermore como intendente de Les Arts.La elección de esta producción procedente de la Deutsche Oper de Berlín me parece todo un acierto. Marco Arturo Marelli, como responsable de la dirección de escena, la escenografía y la iluminación, consigue crear la atmósfera adecuada jugando con los espacios y las luces para narrar la acción, a la que le da un carácter más reivindicativo en contra de la opresión por los poderes eclesiásticos del que ya posee el texto. Para ello, se toma algunas libertades, como transfigurar la voz del cielo en una madre con su hijo en brazos, al que arrebatan los clérigos, y modificar el final con el fusilamiento de Carlo y los representantes flamencos. La escenografía es sencilla pero no simple y acaba siendo efectiva en los resultados obtenidos por el director suizo. Acorde a esta atmósfera está el diseño del vestuario hecho por Dagmar Niefind.
Curioso, no siendo la noche del estreno, que el cuerpo técnico del teatro volviera a salir a saludar al final de la representación, recibiendo el aplauso del público por su labor.
Opciones como esta propuesta forman parte del criterio que se debería tener, para mantener la programación de un teatro dentro de un nivel mínimo de calidad e interés.
Foto de Miguel Lorenzo
Don Carlo es una ópera que requiere voces que le hagan justicia y eso se consiguió con algunos pequeños matices.El tenor italiano Andrea Carè cantó la parte de Don Carlo con una voz prometedora y no exenta de belleza, pero sin visos de expresividad, con un fraseo algo tosco que tendría que pulir y con agudos que no terminan de expandirse, sonando algo estrangulados.
Plácido Domingo, en el idealista y noble papel de Rodrigo, sigue dando lecciones de como cantar Verdi. Está, sin duda, lejos del color de voz de un barítono, pero logra, aún, destellos de lo que fue su reconocible timbre vocal, y es capaz de hacer entrañable su personaje estando tan lejos, por edad, del perfil de Rodrigo como amigo de la infancia del Infante.
Del personaje de Elisabetta se hizo cargo en esta ocasión la soprano mexicana María Katzarava, ganadora del concurso Operalia celebrado en Canada en 2008, y que alterna funciones con María José Siri. La voz es de calidad y tiene los registros adecuados para defender su personaje con capacidad. Es expresiva en su canto y esto le ayudó a conquistar al público en su debut, con una muy meritoria actuación.
Filippo II es un bombón de personaje para cualquier bajo que se precie, ya que la acción gira mayoritariamente en torno a él. Tiene el aria, 'Ella giammai m'amò', que es un auténtico regalo de Verdi para los oídos. Alexander Vinogradov, en este papel, se llevó uno de los mayores aplausos de la noche. Tiene una voz grande y como muchas de ellas son difíciles de moldear. En la célebre aria consiguió transmitir el estado anímico requerido con un canto intencionado, fue su momento. Su triunfo fue más por volumen que por un modulado fraseo. Un Felippo II, de mucho peso vocal.
Violeta Urmana hizo una Eboli de muchos arrestos, con el temperamento preciso. En el registro central y bajo posee color y enjundia, pero los agudos son ya algo gritados y problemáticos, su etapa de soprano dramática quizá le ha pasado factura, aún así, dejó claro su nivel artístico y su interpretación fue totalmente entregada.
Marco Spotti compitió en volumen en su dúo con Filippo, pero le faltó algo más de oscuridad en su timbre lo que le restó rotundidad en algunas de sus frases como Il Grande Inquisitore. Cantó estupendamente, pero le quedó algo desdibujado su terrible personaje.
Remarcables fueron las intervenciones, en sus comprimarios papeles, de Rubén Amoretti como un frate, cuyo transito de tenor a bajo ha tenido unos resultados muy dignos y es un reto para la ciencia canora; de Karen Gardezabal en la parte de Tebaldo y de Matheus Pompeu como Il Conde di Lerma. Una voce dal cielo que suena siempre fuera de escena fue presencial en esta ocasión, como ya se ha dicho, y Olga Zharikova cantó la parte con notables resultados.
También destacables los seis diputados flamencos en su hermosa parte cantada en el mencionado auto de fe, fueron: Javier Galán, Manuel Mas, Valentin Petrovici, Pedro Quiralte, David Sanchez y Arturo Espinosa.
Hay que valorar en su justa medida la intervención del Cor de la Generalitat Valenciana. Perfecto, tanto en las voces femeninas como en las masculinas. Demostraron su elevado nivel de forma espectacular al final de la primera parte, actos primero y segundo, y a todo lo largo de la representación. Una gozada.
Ramón Tebar, encargado de abrir la presente temporada al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana, estuvo inspirado. Ya ha demostrado su afinidad con Verdi en anteriores oportunidades en este mismo teatro y en esta ocasión tampoco defraudó. Supo sacar del foso un sonido esplendoroso y aterciopelado en los momentos clave. Con un tempo lento sin perder la línea del discurso sonoro y consiguiendo un empaste con las voces propio de un estupendo director de foso, luciéndose en los momentos orquestales y replegándose en los acompañamientos. Un Verdi de altura.
Los integrantes de la orquesta al igual que los del coro tuvieron su noche, y ambos conjuntos como cuerpos titulares de este teatro, dejaron constancia de que son los que siguen marcando el prestigio adquirido por Les Arts, a pesar de los momentos de transición e incertidumbre por los que pueden estar pasando.
Esta ópera de Verdi, 'Don Carlo' o 'Don Carlos' en su versión original, no es un 'tiramisú' de dulce y suave ingestión, es más bien un 'cocido', por aquello del tema español, con muchos ingredientes, que juntos y consumidos con mesura y templanza proporcionan placeres que se van descubriendo poco a poco. Es densa, intensa, dramática, con escasos momentos de optimismo, solo el dúo de Carlo y Rodrigo, con su canto a la amistad y a la libertad ilumina un tanto la partitura, el resto es bastante sombrío, de una belleza por momentos mórbida, por momentos lírica, con alguna rendición al espectáculo, como el reiteradamente mencionado concertante del segundo acto previo al descanso en esta versión de solo cuatro. Con todo esto es difícil conseguir una versión redonda al cien por cien y programarla es un riesgo para cualquier teatro. Les Arts ha puesto sus ingredientes, y como estamos en Valencia, se puede decir que el 'puchero' ha salido con buen sabor. Para repetir...