Revista Opinión

Don Fidel Daquestaguisa

Publicado el 22 enero 2014 por Miguelmerino

- Buenos días, Don Fidel.

- Buenos días señor escribidor.

- ¿Es cierto, Don Fidel, que presume usted de haberle sido siempre fiel a su señora esposa?

- No señor, no es cierto.

- Ya me parecía a mí, treinta y pico años de fidelidad son demasiados.

- No se me equivoque señor escribidor. Lo que no es cierto, es que presuma de ello, que ser fiel, si que lo he sido, lo soy y lo seré.

- ¿Y como así, en los tiempos que corren?

- Los tiempos, ni corren, ni andan, se limitan a pasar y dejar su huella. En cuanto a lo otro, pues ya usted ve. Un poco por definición, el nombre marca, un poco por convicción, no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti, y un mucho por miedo.

- Explíqueme lo del miedo.

- Pues muy sencillo. Se lo explico. Mi parienta, cuando se enfada, se pone muy guapa, pero guapa, guapa, de hacerle un hijo por lo civil y otro por lo criminal, vamos.

- Pues menos lo entiendo aun.

- No se precipite, joven, no se precipite. Le decía que a mi mujer enfadada, se le sube el guapo. Pero cuando se encabrona, se pone hecha una fiera, una fiera corrupia, por mejor señalamiento. Y no se por qué, me da en la nariz que si le adornara la frente, no se iba a enfadar, si no que más bien se encabronaría. De ahí mis miedos.

- De todas formas, no tiene porque enterarse.

- Mire señor escribidor, dos cositas. Usted no conoce a mi mujer. Esa se entera hasta de lo que no ha ocurrido aun. Y por otro lado, si tengo una aventura con una tía buena, porque si no, no la tengo, y resulta que no lo puedo contar, pues ya me dirá usted dónde está la gracia.

- De acuerdo, pero ¿qué podría hacer?

- A ver si se lo muestro de una manera gráfica. Una vez, para la boda de una amiga suya, mi santa se compró un traje en una boutique de esas exclusivas, de esas que te dan los buenos días y te miras la cartera con desconfianza. Vamos, tres mil quinientos euros y tres avemarías. Llegó el día de la boda y al entrar en la iglesia, que mira que le tengo dicho que no entre en según que sitios, al entrar en la iglesia y en el mismo banco que la colocaron a ella, una rubia pechugona con el mismo traje. Yo miré para mi señora pensando que se me desmayaba allí mismo. Pues no señor. Aguantó impertérrita (coño con la palabreja) toda la ceremonia, las fotos, eso sí, procurando no coincidir en ninguna con la rubia pechugona, y la celebración. Cuando llegamos a casa, se quitó el traje, cogió del cesto de la costura las tijeras y metió en una cajita de zapatos tres mil quinientos euros de confeti. Confeti que luego lanzamos el día de San Roque al paso de la procesión. ¿Le ha quedado claro mi miedo, señor escribidor?

- Cristalino, Don Fidel.

- Pues ¡ea!


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