Me van a disculpar Lady Dark Diana y Lady Dirty Jess, así como Lord y Lady Bloody Rubeca*, pero llega el turno de la señora Doña María del Pilar de Querencia y Luis y olé, españoleando en vuestro Halloween que es mi Todos los Santos. Bueno vale, la Toussaint y Sahmain también, pero eso hacéis como que no lo leéis. Es mi respuesta a los Susurros de Dark Diana y a los adoradores de las sajonadas. Que vamos a ver, almas de cántaro ¡tanto jalogüin tanto jalogüin! Tanto “truco o trato” con voz de flautín y vestidos de mamarracho para que os den una bola de palomitas peguntosas, o unos cuantos caramelos…
¡Caramelos! Si es que hoy los tiempos no son como antaño. Antes, que te diera caramelos un extraño sí que daba miedo… ¿no os lo decía mamá, que no comierais nada que os ofrecieran en la calle? Si es que me dan ganas de tener unos cuantos rellenos de cicuta, que sabe a almendras y no debe de notarse, para cuando los mamarrachos llamen a mi puerta…
Vamos, molestar al vecindario para pedir caramelos… que me dan ganas de salir cual Gorgona furiosa a ver quién asusta a quién. Eso sí que es un disfraz. Caramelos… de leche les daba yo pero en plural. ¡Truco! ¡Elijo truco, que vais a saber lo que es un truco!
Mirad, jovenzuelos, me vais a comparar a mí unos caramelitos sobaos con los dulces de Todos los Santos de toda la vida de Dios:
Sí, son huesos de santo y buñuelos rellenos de crema, nata, chocolate, trufa, y esos de cabello de ángel y batata que nadie quiere nunca pero que hay que poner, porque así lo manda la tradición. Ja. Caramelitos. Venga ya.
Encima de casa en casa, que decoran con telarañas como si no hubieran quitado el polvo en veinte años y que se pegan a todo. ¿Eso da miedo? Eso lo que da es un asquete que te pasas… Con lo bien que se estaba en el sofá viendo ese Don Juan Tenorio que siempre daban esa noche en lo que era Televisión Española.
¡Cómo! ¿Que no conocéis a Don Juan Tenorio de Don José Zorrilla?. El de Johnny Depp no, que os veo venir. Digo el de Zorrilla.
Igual no sabéis por qué al ligón de turno, a ese que va cada día con una le dicen que es un Don Juan. Pues para eso estoy yo aquí con todo este paripé, para contaros de qué va así como quien no quiere la cosa. Bueno no, mentira, siií quiero cosas. Me mandáis un ciberbuñuelo en los comentarios por lo que os guste. Y si no os gusta un hueso de santo (os confieso que no puedo con ellos pero no se lo digáis a nadie, que no queda bien cuando estoy aquí españoleando tanto).
Veréis, hay algunos personajes más, pero nos vamos a centrar en los principales o la entrada nos dura hasta el próximo Jalogüin y no quiero, Si estamos aquí en tan largo plazo igual cambio de idea y el año que viene, en Halloween, os hablo de Sleepy Hollow. Y os pido caramelos vestida de Drusilla la de Spike (si no sabéis quiénes son no me hablo con vosotros). Vamos al lío.
El caso es que la cosa – cosa que es una obra de teatro escrita por José Zorrilla durante el Romanticismo español, o sea, siglo XIX, el de Bécquer y Espronceda con sus cañones por banda – empieza hablando de una apuesta que un tal Don Luis Mejía y otro tal Don Juan Tenorio – que son algo así como pijos sevillanos metrosexuales del XVIII – hicieron el año anterior en una taberna.
Básicamente se apostaron su reputación a ver quién era más capullo, hideputa que dirían antes, de los dos. Al cabo del año se encuentran en el bareto y se cuentan las cabronad… estooo… sus oscuras hazañas:
JUAN: La apuesta fue…
LUIS: Porque un día
dije que en España entera
no habría nadie que hiciera
lo que hiciera Luis Mejía.
JUAN: Y siendo contradictorio
al vuestro mi parecer,
yo os dije: Nadie ha de hacer
lo que hará don Juan Tenorio.
¿No es así?
LUIS: Sin duda alguna:
y vinimos a apostar
quién de ambos sabría obrar
peor, con mejor fortuna,
en el término de un año;
juntándonos aquí hoy
a probarlo
JUAN: Y aquí estoy.
Copa (jarra de vino) va, copa viene, van fardando de que no hay una que no se hayan tir… digo que haya caído ni pelea que no hayan ganado matando a todo lo que se menea sin cortarse un pelo
«Aquí está don Juan Tenorio,
y no hay hombre para él .
Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca,
no hay hembra a quien no suscriba;
y a cualquier empresa abarca,
si en oro o valor estriba.
Búsquenle los reñidores;
cérquenle los jugadores;
quien se precie que le ataje,
a ver si hay quien le aventaje
en juego, en lid o en amores.»
Esto escribí; y en medio año
que mi presencia gozó
Nápoles, no hay lance extraño,
no hay escándalo ni engaño
en que no me hallara yo.
Por donde quiera que fui,
la razón atropellé,
la virtud escarnecí,
a la justicia burlé,
y a las mujeres vendí.
Yo a las cabañas bajé,
yo a los palacios subí,
yo los claustros escalé,
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí.
Ni reconocí sagrado,
ni hubo ocasión ni lugar
por mi audacia respetado;
ni en distinguir me he parado
al clérigo del seglar.
A quien quise provoqué,
con quien quiso me batí,
y nunca consideré
que pudo matarme a mí
aquel a quien yo maté.
Total, que comprueban que en número de muertos y conquistas, gana de largo Don Juan. Pero no les basta con tanta tropelía, qué va. Don Luis reta a Don Juan a conquistar a una novicia inconquistable (ya os podéis imaginar que es Doña Inés). Acepta, pero añade que además va a conquistar a Ana de Pantoja, la prometida de Don Luis, y entre “Venga ya fantasma, tú de qué vas” pero a lo dieciochesco, y “¿que no? sujétame el cubata” pero a lo dieciochesco también, cierran la apuesta, que pa chulo Don Juan:
JUAN: Desde una princesa real
a la hija de un pescador,
¡oh!, ha recorrido mi amor
toda la escala social.
¿Tenéis algo que tachar?
LUIS: Sólo una os falta en justicia.
JUAN: ¿Me la podéis señalar?
LUIS: Sí, por cierto: una novicia
que esté para profesar.
JUAN: ¡Bah! Pues yo os complaceré
doblemente, porque os digo
que a la novicia uniré
la dama de algún amigo
que para casarse esté.
LUIS: ¡Pardiez, que sois atrevido!
JUAN: Yo os lo apuesto si queréis.
LUIS: Digo que acepto el partido.
Para darlo por perdido,
¿queréis veinte días?
JUAN: Seis.
LUIS: ¡Por Dios, que sois hombre extraño!
¿cuántos días empleáis
en cada mujer que amáis?
JUAN: Partid los días del año
entre las que ahí encontráis.
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas.
Pero, la verdad a hablaros,
pedir más no se me antoja,
porque, pues vais a casaros,
mañana pienso quitaros
a doña Ana de Pantoja.
Pero resulta que dos pares de oídos escuchaban la conversación de Luis y Juan: Don Gonzalo, el padre de Doña Inés, y Don Diego, el propio padre de Don Juan. Y claro, al escucharles se cabrean bastante y recriminan a Don Juan. Don Gonzalo, el Comendador, le espeta a Don Juan que había acordado con Don Diego que se casara con su hija Inés que está en un convento, pero vamos, que ahora ni de broma la toca, y Don Diego llama de todo a su hijo y anula el compromiso.
Don Juan viene a contestar que a él no le metan en sus marrones que el vive muy bien haciendo lo que le place, y que ya veremos si toca o no toca… Y vaya si la toca. Primero se liga a doña Ana Pantoja y después va al convento en el que está Doña Inés y la rapta. Por supuesto, la seduce. Peeeero…. ah, se enamora también. Y esta escena, la famosa escena del sofá, de la declaración de amor, seguro que os suena a todos, en su versión buena o en otra que habla de morcilla (madre mía). Que os lo cuenten Paco Rabal y Concha Velasco (no son los mejores Don Juan Y Doña Inés pero no he encontrado otros)
Don Gonzalo les encuentra y se pelean. Don Juan le mata y para que no le pillen tiene que huir a Italia.
Al cabo de cinco años vuelve a Sevilla. Por alguna razón visita el cementerio y se entera que que la pobre Inés murió de amor tras su abandono. Allí están las tumbas de casi todos, vamos, de TODOS los personajes importantes menos la suya: El Comendador padre de Doña Inés, Don Diego el padre de Don Juan, Don Luis Mejía y Doña Inés. No queda títere con cabeza. Es de noche. Tras una charla con el escultor de las estatuas de las tumbas, que le pone al dia de lo que ocurrió en Sevilla con sus allegados mientras no estaba, se queda solo. Y las estatuas de las tumbas empiezan a moverse….(y os lo juro, en esta escena es cuando yo empezaba a acojo.. digo acongojarme pero de verdad)
Sí, sí; ¡sus bustos oscilan,
su vago contorno medra…!
Pero don Juan no se arredra
¡alzaos, fantasmas vanos,
y os volveré con mis manos
a vuestros lechos de piedra!
No, no me causan pavor
vuestros semblantes esquivos;
jamás, ni muertos ni vivos,
humillaréis mi valor.
Yo soy vuestro matador
como al mundo es bien notorio;
si en vuestro alcázar mortuorio
me aprestáis venganza fiera,
daos prisa; aquí os espera
otra vez don Juan Tenorio.
Parece que sigue todo bravucón ¿verdad? Pues no. Llega Avellaneda, su ayudante, y le encuentra con el semblante demudado y tembloroso, pero lo cierto es que vuelve a sacar esa chulería que le caracteriza al ver que Avellaneda se ríe un poco de él, y se atreve a invitar a cenar a los muertos para intentar demostrar que no tiene miedo. Hasta al Comendador, que os juro que en todos los Don Juanes que he visto siempre da mucho miedo. La escena es digna de un maestro del terror. Y a Don Juan también, aunque lo niegue:
CAPITÁN CENTELLAS Don Juan,
dejad tranquilos yacer
a los que con Dios están.
JUAN: ¡Hola! ¿Parece que vos
sois ahora el que teméis,
y mala cara ponéis
a los muertos? Mas, ¡por Dios
que ya que de mí os burlasteis
cuando me visteis así,
en lo que penda de mí
os mostraré cuánto errasteis!
Por mí, pues, no ha de quedar
y a poder ser, estad ciertos
que cenaréis con los muertos,
y os los voy a convidar.
AVELLANEDA: Dejaos de esas quimeras.
JUAN: ¿Duda en mi valor ponerme,
cuando hombre soy para
hacerme
platos de sus calaveras?
Yo, a nada tengo pavor.
(Dirigiéndose a la estatua de DON GONZALO, que es la que tiene más cerca.)
Tú eres el más ofendido;
mas si quieres, te convido
a cenar comendador.
Que no lo puedas hacer
creo, y es lo que me pesa;
mas, por mi parte, en la mesa
te haré un cubierto poner.
Y a fe que favor me harás,
pues podré saber de ti
si hay más mundo que el de
aquí,
Y otra vida, en que jamás,
a decir verdad, creí.
CAPITÁN CENTELLAS: Don Juan, eso no es valor;
locura, delirio es.
JUAN: Como lo juzguéis mejor:
yo cumplo así. Vamos, pues.
Lo dicho, comendador.
Para no alargarlo más, aunque confío en que leáis o veáis la obra si tenéis ocasión: El Comendador aparece, claro, y se quiere llevar a Don Juan al Infierno. La escena es de verdad terrorífica. Pero aparece Doña Inés, que también ha hecho una apuesta con su padre: Don Juan la llora y entiende que la ama de verdad a pesar de haberla abandonado. Por ella recapacita y se arrepiente de sus pecados. Dios le perdona, así es que irá al cielo.
Hala, podéis llamarme de todo por haberme metido con Halloween, pero yo os contestaré finalizando como empieza el tenorio, declamando a voz en cuello:
¡Cuál gritan esos malditos! Pero, ¡mal rayo me parta si en concluyendo la carta no pagan caros sus gritos!
¡Mi señor Don Juan Tenorio!
Si no os gusta este jolgorio
que aquí montan en Octubre
Usad como disuasorio
de tan nefasta costumbre
Una espada para hacer
un puré de calabaza!
¡Don Juan, Don Juan, yo lo imploro
de tu hidalga condición
acaba con el follón
o te quitarán la plaza!
(Iba a firmar como la Eremita Zorrilla pero mejor no. Queda un poco raro ¿no? Pero vamos, que es una coplilla de las mías tuneando un poco a Doña Inés)
Y ahora dejadme que os diga que todo es un postureo para contaros el Tenorio, que Halloween me hace mucha gracia, porque tan español como el Tenorio es, como dice mi cuñada Yaque, que es cubana, apuntarse a todas las fiestas. Hasta a Halloween.
Venga. Que no paséis mucho miedo. O sí si es lo que os gusta
*Es que en El Redondal somos así de glamourosos, que si Hollywood tiene Brangelina (Brad y Angelina) nosotros tenemos Rubeca (Rubén y Rebeca)