Muerte de Don Quijote.
Grabado de Gustavo Doré
Su fiel escudero Sancho Panza, no sabiendo que hacer con su montura, malvendió su Rocinante y con lo que de éste sacó, compró unos gorrinos que aumentaron su hacienda y la de sus hijos, que no eran pocas las bocas a alimentar.
Sancho Panza y su burro.
Grabado de Gustavo Doré
Soldados viejos como Miguel de Cervantes, que perdió una mano batallando en Lepanto contra el Turco; o Calderón, que pasó lo suyo en Flandes, y tantos otros que ahora no queremos recordar, fueron fénix de la pluma y de la espada para mayor gloria de España. Ahora son espectros que incordian la memoria de una historia dura y seca como la tierra que a todos nos parió.
En estos tiempos y en esta piel de toro en la que ya es escándalo torear, poco queda del linaje de don Quijote, y sólo los hijos de Sancho heredaron Celtiberia. Y esta estirpe, más que recoger la virtudes de su simple padre -que las tenía y en abundancia-, se juntaron con la del Buscón Don Pablos y tantos otros pícaros y buscavidas que en este patio de Monipodio se afanan para llevarse lo suyo sin dar palo al agua.
Ya no queda nada de las virtudes de Don Quijote, ni de la lealtad, sentido común y mesura de Sancho. No hay mas Dios que el dinero, ni mas Dulcinea que a quien ves en el espejo, campa la envidia y ya todo es un sin Dios. Si por un azar de la fortuna alcanza a nacer un Don Quijote, en esta tierra donde vaga errante la sombra de Caín, presto se juntan todos los Sanchos, buscones, zafios, brutos, gañanes, pisaverdes, trepas, arribistas, cuentistas y demás tropa - menuda tropa-, para ponerlo a buen recaudo.
Así, desde hace siglos, en este ingrato solar de esta patria con los muros siglos ha desmoronados, cada vez que un Quijote aparece, cien Sanchos le embisten y le hielan el corazón hasta que el hidalgo abandona su locura y muere feliz en la cordura del rebaño.