Revista Sociedad

Doña Elvira

Publicado el 18 enero 2013 por Abel Ros

Sin recuerdo, el ser humano se convierte en un perro abandonado en los márgenes del asfalto


Doña Elvira
ientras el reloj de la cocina, marcaba las horas en los adentros de Elvira; el espejo de la entrada, retrataba la misma fotografía desde sus tiempos de princesa. A través de los años  - decía esta sabia anciana, en sus diálogos internos – he presenciado, como los caballos de la democracia han ganado la batalla a los verdugos de mi infancia. El nacionalcatolicismo nunca consintió que mostrase mis encantos femeninos, en mi juventud evaporada. La mujer de aquellos años era un mero "ente reproductor", sin estímulos ni deseos. ¡Cuántas veces tuve que callar en el ruido de sus ronquidos, mis deseos más profundos de una "mala mujer" encerrada en sus jaulas reprimidas! Mis hijos -pensaba doña Elvira, mientras calentaba la comida – los eduqué con los rombos de la censura. En aquellos tiempos oscuros, los "maricones" – como así se les llamaba en los mentideros de la calle,  a los gays de Zapatero – eran perseguidos por los tricornios de Francisco y, encerrados como "asesinos" en las cárceles del delito. La doble moral servía a los "machos" del ayer, para ostentar su poder sobre el "reducto social" de la mujer.

Las arrugas del lago contrastaban con el bello lienzo en blanco y negro, que colgaba en las paredes de su alcoba. Su tersa piel de moza enamorada se había convertido en un conjunto de "pelos y pellejos"  dentro de un rostro castigado por los azotes de la vida. La belleza – seguía doña Elvira, en su rum rum de cada día – es tan efímera que en cualquier momento se derrumba delante del detenido. Recuerdo el primer beso de mi marido en la calle de "la Paca". Fue tanto el deseo por  la manzana prohibida que "el pecado" envenenó nuestras mentes de inmorales pensamientos. ¡Eran otros tiempos! Las sotanas de monjes, monjas y monaguillos cabalgaban como galgos por los pasillos pedregosos de las culpas divinas. 

La misa de los domingos servía a las conciencias manchadas para lavar las penas en las pilas bautismales. La libertad de expresión era el instrumento de los pasivos para decorar con palabras los filos de la tijera.

La muerte de mi hijo hirió de por vida el mejor rincón de mi vitrina. En aquel momento de su larga agonía, comprendí que somos tiempo y espacio en una misma estructura. El recuerdo es la huella que dejamos para el presente de los otros. Sin recuerdo, el ser humano se convierte en un perro abandonado en los márgenes del asfalto. Un animal sin dueño, en búsqueda de un gesto que comprenda el sufrimiento de su silencio. Hoy, se cumplen diez años de la muerte de Gregorio. Fue un 18 de enero, cuando oí como sus ojos me decían el último "te quiero". La vida es la misma para todos pero, cada uno la mira desde diferente perspectiva. A los quince años soñaba con la vida de los treinta y, a los noventa siento nostalgia por el vestido de mi boda. Todavía recuerdo, cuando mi padre estaba desterrado en las plazas de Granada. Nos levantábamos temprano para vender en el estraperlo del mercado, las sobras que teníamos de las cartillas de Paquito. Un día, cambiamos mis zapatos de las "palmas" por un puñado de habas y patatas, del huerto de Jacinto.

La belleza es tan efímera que en cualquier momento se derrumba delante del detenido

Estoy esperando a mi nieta Carola,  para que me traslade al cementerio. Voy a llevar flores a todos los que me miran desde lo alto de la tele. Siempre le suelo decir a la hija de mi Aurora, que: no corra demasiado por las carreteras de la vida. Los acelerones no han traído nada bueno a esta España de Rajoy, endeudada hasta las cejas. Me mira y se ríe. No se da cuenta que su abuela lleva consigo dos procesiones en sus adentros. Una que le empuja hacia los jóvenes y otra que le retiene entre sus rejas. Es la incomprensión entre jóvenes y viejos – decía una Elvira malherida – la que hace que unos vivan despacio, y otros a toda prisa. Cierto.

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