Revista Cultura y Ocio

Doña Guiomar de Ulloa, la entrañable amiga de santa Teresa

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa
Doña Guiomar de Ulloa, la entrañable amiga de santa TeresaLa cena mística (fragmento). Gaspar Muñoz de Salazar

Daniel de Pablo Maroto, ocd
  “La Santa” (Ávila)

Existe en la Biografía de santa Teresa una figura de mujer que atrae de manera especial el interés de los lectores no solo por la profundidad de los mutuos sentimientos, sino por la ayuda necesaria que prestó a Teresa fundadora de la reforma del Carmelo. Me refiero a doña Guiomar de Ulloa.

Resumo su biografía. Nació en Toro (Zamora) en torno a los años 1527-1529 de padres nobles, Pedro de Ulloa y Antonia de Guzmán. A los 16 años se casó con el también noble abulense don Francisco Dávila; del matrimonio nacieron tres hijos, Luis, Antonia y Elvira, que tendrán también relaciones de amistad y admiración con doña Teresa. Antonia se casó y, a la muerte del marido, fue monja en La Encarnación y dio un interesante testimonio en el proceso de Ávila para la beatificación de Teresa. Dijo que en el convento tenía “dos [¿?] hermanas y una tía”. Elvira terminó mal de salud. Muerto el marido, doña Guiomar, viuda de 25 años, se trasladó con sus hijos y su madre, doña Aldonza, a Ávila fijando su residencia en el palacio familiar que todavía existe. Después de una vida alegre, llamativa para los vecinos abulenses, cambió de costumbres al contacto con los padres jesuitas, san Pedro de Alcántara y la misma Teresa, y su casa se transformó en un lugar de tertulias espirituales, presentes, entre otros, la célebre Maridíaz con fama de santa.

Creo que, más que la biografía completa de doña Guiomar y su familia interesará a los lectores de estos breves apuntes sus relaciones con la madre Teresa y su proyecto de reforma del Carmelo. Todo comenzó en el convento de La Encarnación, donde doña Guiomar tenía una hermana, doña Aldonza, y adonde terminarían sus dos hijas. En aquel tiempo, ese convento estaba habitado no solo por monjas buenas y vocacionadas, sino también por las que entraban para “remediarse”, como escribió Teresa con una fina ironía, y por sus familiares. Pues bien, en ese hábitat de mediocridad espiritual, como repulsa, germinó la Reforma del Carmen.

La ayuda personal a doña Teresa. Sus relaciones de amistad comenzaron antes de la programación de la Reforma y en sintonía cronológica con algunas experiencias místicas de Teresa, como los “sentimientos de presencia de Dios que no podía dudar” que era él; locuciones divinas que se oyen en lo interior con palabras formadas, pero no con los oídos, después del año 1554, (1ª conversión ante un “Cristo muy llagado”. Vida, 9, 1). Buscando consejo en un sacerdote, un laico y otros consejeros, le diagnosticaron que esos “fenómenos” eran causadas por el demonio (Vida, 23, 14 y 25, 14).

Pues bien, contra ellos —todos “varones”— se impuso la intuición o sintonía espiritual de la amiga Guiomar: “Era tanta su fe —escribe la Santa— que no podía sino creer que era espíritu de Dios el que todos los demás decían era demonio”. Dios daba luz a una mujer “en lo que los letrados ignoraban” (Vida, 30, 3). Considero este aparentemente insignificante dato de una importancia histórica capital, porque supone la defensa de las mujeres “espirituales” y “místicas” juzgadas con recelo por los “teólogos” e inquisidores (¡!). Desde ese momento, Guiomar se convirtió en su confidente espiritual y partícipe de las “mercedes” místicas de Teresa (ib.). Tanta amistad causó molestias a su hija Antonia, porque confesó que estaban frecuentemente juntas, como testificó el Proceso de Ávila en 1610 para su beatificación.

Pero hizo algo más la amiga Guiomar por la angustiada Teresa por los fenómenos místicos que caían sobre su alma como una invasión celeste y que no la “entendía nadie”; con permiso del padre provincial del Carmen, la hospedó en su casa, en ocasiones tres años seguidos, la puso en contacto con su confesor jesuita Juan de Prádanos (Vida, 24, 4) y con el gran asceta y místico san Pedro de Alcántara, que disipó todas sus dudas y aquietó su alma angustiada (Vida, 30, 2-7). De esa misma opinión fue otro gran místico, san Francisco de Borja, de paso por Ávila (Vida, 24, 3). Los místicos se comprenden por sintonía espiritual.

Pero si fue valiosa esta ayuda personal, creo que fue más importante la que prestó a doña Teresa participando en el proyecto de su Reforma del Carmelo desde los comienzos hasta la plena realización (1560-1562). En primer lugar, participó en una tertulia de amigas en su celda de La Encarnación, donde se fraguó el proyecto de una nueva orden de estricta observancia religiosa. Enseguida, como reseña Teresa, “comenzó a dar trazas para darle renta” (Vida, 32, 10. Francisco de Ribera, Vida, cap. 13), aunque poca ayuda económica podía prometer porque andaba falta de medios y estaba ayudando a san Pedro de Alcántara a edificar un convento reformado en su pueblo natal (Aldea del Palo). Pronto vino la confirmación de lo Alto en una “locución”: “Que no se dejaría de hacer el monasterio”; y así “muchas veces” (Vida, 32, 12).

Inmediatamente, doña Guiomar fue a hablar con el padre Provincial carmelita, Ángel de Salazar, junto con doña Teresa, quien prometió aceptar la nueva casa (ib., 32, 13) respondiendo a la pregunta sobre la “renta” prevista para la subsistencia de la comunidad; poco después él cambió de opinión viendo el “alboroto” del pueblo, de las monjas de su convento y la oposición de las autoridades civiles de la ciudad. También fue a presentar el proyecto, junto con doña Teresa, al eminente teólogo dominico, Pedo Ibáñez, quien, después de muchas dudas, lo aprobó en un luminoso escrito de teología y espiritualidad.

Los dineros para la compra de una casa para transformarla en convento fueron llegando por varios caminos: dos futuras novicias aportaron los primeros auxilios que sumaron en total, 500 ducados; doña Guiomar “empeñó un cobertor de grana y una cruz de seda” y aportó 30 ducados, como comentó al primer biógrafo de la Santa, el P. Ribera. Su madre, doña Aldonza, desde Toro, colaboró con 30 ducados para rehacer una tapia que se había caído en la casa en construcción. Finalmente, su hermano Lorenzo, desde Perú, envió un buen lote de dinero, unos 200 ducados. Un tesoro para comenzar, aunque la madre Teresa confiaba también en la ayuda del Santo José.

Además de esa contribución económica y la acción personal, creo que lo más importante que hizo doña Guiomar, junto con su madre, doña Aldonza de Guzmán, fue pedir a Roma el Breve para fundar el convento de San José y aceptar la concesión del mismo. Quiere decir que, oficialmente podían considerarse ellas las “fundadoras” de la Reforma del Carmelo. Teresa se quedó en la trinchera de la retaguardia para no implicar al convento de La Encarnación.

Más curiosa todavía resulta la petición que hizo a Roma doña Guiomar de otro Breve para cambiar la jurisdicción del convento de San José, que ostentaba el obispo, a la de los superiores de los carmelitas descalzos, en julio de 1577. De todos estos trámites se conservan los documentos con todas las formalidades exigidas: presencia de la comunidad de monjas aceptando el cambio, Teresa como priora del convento, el obispo que hacía lo propio, el notario que da fe de los hechos, etc. Mucho le dolió a la madre Teresa promover el cambio y mucho más a don Álvaro de Mendoza, nombrado obispo de Palencia. Él siguió como amigo de su querido convento de San José, donde sigue difunto en un espléndido mausoleo en el altar mayor de la iglesia. Falta en el lado de enfrente el cuerpo de la santa madre Teresa.

Por todo lo dicho, propongo que valdría la pena rehabilitarla en la orden como una benefactora insigne y necesaria, una ayuda imprescindible para la madre Teresa tal como se desarrolló su proceso de su reforma del Carmelo. Es verdad que suena demasiado fuerte decir que fue co-fundadora de la Reforma teresiana; que los lectores le concedan el título que merece.
Como colofón de todo lo escrito, viene bien el retrato literario que hizo de ella doña Teresa de Ahumada a su hermano Lorenzo:

“Favoréceme esta señora, doña Guiomar [..]. Es mujer de Francisco Dávila […]. Ha más de cuatro años que tenemos más estrecha amistad que puedo tener con hermana; y, aunque me ayuda harto, porque da mucha parte de la renta, por ahora está sin dinero; y cuando toca a hacer y comprar la casa hágolo yo”. Le dice que le han dado “dos dotes” (cf. antes). Y concluye dando a entender que le ha enviado dineros y añadido “cuarenta pesos” que le hacían “grandísima falta” (Carta de Ávila, 23-XII-1561). Estilo diplomático, intenciones subliminales, pidiendo sin pedir y esperando que el hermano rico le siga enviando más dineros.

Al final, sobre todo después de la fundación de San José (1562), se va desdibujando su imagen en la historiografía teresiana hasta quedar en el anonimato y el silencio. Supongo que una razón sería que la disciplina del convento de San José era mucho más rigurosa comparada con La Encarnación. Sabemos que en 1578 entró en el convento de San José, pero no perseveró, quizá por falta de salud, de la que informa la madre Teresa al Padre Gracián: “Doña Guiomar anda mala; poco viene acá, que aquel humor toda la desbarata” (Cta. de Ávila a Pastrana, 16-II-1578, 18). Poco después sigue el mismo diagnóstico: “Anda muy mala” (Cta. de Ávila a Alcalá, 2-III-1578, 16). Y poco después va mejorando: “Doña Guiomar se está aquí y mejor, con harto deseo de ver a Vuestra Paternidad” (Cta. de Ávila a Alcalá, 15-IV-1578, 21). Y prácticamente se va desvaneciendo su figura. Sabemos que el final es una nebulosa. El año 1585 vivía y dio un breve informe al P. Ribera mientras escribía la primera biografía de la madre Teresa que publicó en Salamanca en1590.

(Los interesados en seguir esta historia pueden consultar los documentos originales publicados en la colección de Documenta Primigenia, publicados en Roma, Teresianum, a partir de 1973. Y algunas informaciones útiles sobre doña Guiomar, la familia, etc., en ELADIO RIESCO HERNÁNDEZ, Teresa y la noble villa Aldea del Palo, Zamora, Ediciones Monte Casino, 2022), 119 pp. Si Dios quiere, prometo seguir profundizando en el tema.

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