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Doña Inés contra el olvido

Publicado el 07 marzo 2013 por Jlmaldonado

    Hay historias que merecen ser contadas; historias que deben ser leídas y rescatadas por su indiscutible vigencia.  Ese es el caso de Doña Inés contra el olvido de Ana Teresa Torres, novela publicada en 1992 y que lleva consigo dos premios importantes: Premio de Novela de la I Bienal Mariano Picón Salas y el Premio Pegasus de Literatura. Pero más allá de los merecidos laureles del éxito y ya entrando en materia, en términos amplios, la novela abarca tres siglos de historia venezolana, casi trescientos años por los cuales el personaje principal se pasea para contárnosla a su manera, desde su punto de vista muy particular: una voz femenina que desde el más allá, desde la ultratumba, narra diversos episodios de una Venezuela colonial e incipiente hasta llegar a mediados de la década de los ochenta del siglo XX. Doña Inés contra el olvido
   El devenir de la historia nos muestra a un personaje que es víctima de su propio tiempo, es decir, de los paradigmas sociales de aquella época que hacían de la mujer un apéndice del hombre y las labores hogareñas. Surge entonces la necesidad en doña Inés de revelarse y contar la historia, y sobre todo, contarse a sí misma por encima de una soledad implacable y del tiempo: “Ahora todos me han dejado sola. ¿Dónde están mis hijos nacidos de mi quince partos?” (Torres, A. 1999, p.11) Para luego decirle a su esposo Alejandro (siempre imaginario, siempre en la memoria de doña Inés) que “A veces creo que las sombras que me rodean esconden los papeles, conocen su lugar pero deliberadamente lo niegan para que yo siga eternamente buscándolos, pero no importa, triunfaré sobre ellas, tengo todo el tiempo del mundo para entregarme a la búsqueda de mis títulos” (Torres, A. 1999, p. 13) Además, ella misma y de manera axiomática dice después: “El tiempo ha dejado de interesarme, no me inquietan ya sus movimientos, porque he muerto hace mucho” (Torres, A. 1999, p. 14).
   Doña Inés Villegas y Solórzano, una mantuana típica de la colonia, se torna omnipresente, poderosa; su voz y pensamiento traspasa la barrera lógica del tiempo mientras va narrando los hechos en una suerte de agradable monólogo en el que ella y sólo ella tiene cabida. Interpela a su principal interlocutor, don Alejandro Martínez Villegas y Blanco, pero en ningún momento le cede la palabra. Doña Inés le pregunta pero ella misma responde. No obstante y más allá del gracioso matiz que esto le pudiera dar al personaje,  su manera de relatar denota nostalgia por todas las cosas vividas y el tiempo dejado atrás, incluso por encima de cierta altanería que en ocasiones evidencia. La excusa para narrar la historia tiene que ver con unas tierras en Curiepe que su esposo le dejó a Juan del Rosario Villegas (hijo bastardo que tuvo con una esclava) y que el general Joaquín Crespo le “expropió”. Doña Inés, sin ambages, lo increpa: “Ganaste la batalla, Joaquín Crespo, pero no lo sabrás nunca y yo te estoy esperando en Caracas” (Torres, A. p. 109),  Así que de la mano de este hecho, doña Inés llega hasta el tiempo moderno del cual también hace crítica. “Tú también me has dejado sola Alejandro, y tú, Juan del Rosario, contradíceme, dispútame”(Torres, A. 1999, p. 25), les dice, increpándolos en ese proceso de búsqueda que se marca desde el inicio de la obra.
   Desde su posición de ultratumba, doña Inés se envalentona; sabe que desde su dimensión puede opinar de política: “No dio resultado el liberalismo, Alejandro, y tuvieron que inventar la dictadura” (Torres, A. 1999, p.107); dar juicios de valor y dirigirse a las más altas figuras políticas del país con altanería: “A mí Cipriano Castro ni me va ni me viene. Tengo por él un profundo desprecio, aunque confieso que hasta me hacen gracias sus desplantes...” (Torres, A. 1999, p.107) de quien también se mofa diciéndole que se creía Napoleón Tercero. No obstante, estar allí en esa suerte de limbo, tal vez le permite ver la historia y hacer un recorrido sobre ésta con una visión más crítica que si estuviera en carne viva. A través de este elemento  ficcional la autora recrea los hechos y nos deja ver desde la mirada de doña Inés, cómo era el entorno, los hombres y mujeres, las casas, los hogares y sus costumbres, dicho en otras palabras, se entrega a una clara descripción de una época. Más allá de esto y considerando que “las novelas son un mecanismo poderoso de interiorización de normas sociales” (Culler, J. 2000, p. 112) podemos notar claramente en esta obra, una puesta en escena de todo un entorno social con un largo recorrido de casi tres siglos.
   Ana Teresa Torres presenta a doña Inés bien perfilada desde su interioridad, característica muy destacada de la autora en cuanto a la creación de sus personajes. En este orden de ideas, su feminidad y su visión particular de ver el mundo, destaca por encima de muchas cosas así como la soledad que la embarga, sobre todo si consideramos la época que sirve de contexto a la obra en donde la mujer estaba supeditada a los designios del hombre y a las estrictas labores del hogar. El personaje se transforma entonces en una suerte de rebelde silente que se impone a la tradición, al canon de la sociedad machista tomando la palabra a través de un escribano a quien le ordena transcribir su relato, proyectando la memoria desde su propia familia hacia el país entero. Es un personaje todopoderoso pues todo lo ve, todo lo oye y todo lo sabe. Se siente venir el discurso claramente desde el más allá, capacidad que pudiera tomarse como un don o una cruel penitencia que la dejó permanecer en el tiempo más allá de su muerte. La polifonía a la cual alude Bajtin (Bajtin, M. 2003) con respecto a la novela, por su diversidad de voces y su forma dialógica, en Doña Inés contra el olvidohay que atribuírsele por completo a un sólo personaje principal, a la mantuana que narra la historia, pues es quien lleva el hilo conductor del texto por medio de ese juego conversacional que no es más que consigo misma.
   Ana Teresa Torres saca partido de principio a fin de un personaje que se muestra por completo en su interioridad, pero es a través de esa mirada única de doña Inés, que también describe una época con precisión tal como ya se ha comentado, destacando por supuesto el aspecto social que recorre las páginas de la novela: “Y es que había de todo Alejandro, en aquella Caracas gomera y provinciana, dividida entre los que soportaban el dolor de algún preso engrillado y los que se enriquecían a la misma velocidad con que el petróleo brotaba de la tierra” (Torres, A. 1999, p.139).  Ejemplos como este sobran. Desde esta perspectiva, la reconstrucción de los hechos que forman parte de la realidad histórica del país, están allí como soportes desde donde la ficción se apalanca para construir el relato que denuncia, que critica.  El juego literario exime aquí al lector de la diatriba que pudiera plantearse entre lo real y lo ficticio; importa más la verosimilitud que el texto ofrece, pues “la literatura sirve como mediación -activamente- , a través del imaginario, a lo conflicto de lo real; o mejor, los articula en otro tipo de relato y por ello lo real siempre está presente aún como ausencia” (Montaldo, G. 2001, p. 78). Aquí no se discute si lo que se narra es verdad o mentira, sencillamente los hechos están allí para formar un entramado coherente, que se sustente por sí mismo construyendo su propia verosimilitud, y aunque no fuera así —lo cual no es— “utilizar la mentira literaria para denunciar la mentira social es, en verdad, un privilegio muy antiguo heredado de los Escépticos y de los Cínicos”, (Blanchot, M. 1992, p. 53) y esto queda refrendado con cada una de las situaciones relatadas en la obra.
    Doña Inés contra el olvido traza una cosmogonía de la mirada femenina de la mujer venezolana a lo largo del tiempo. La novela se apalanca en diversos hechos históricos para darle un corpus consistente a la misma y a través de los cuales, de ese ejercicio constante de mantener la memoria, se vincula a los suyos, a su gente, al anecdotario que formó parte de su vida haciéndolo desde su propia voz, lo que en línea directa coloca  a la memoria en un pedestal para doña Inés como su bien más preciado. Quiere por medio de su remembranza reivindicar su imagen de mujer, y por tanto, el honor y la dignidad de todas las mujeres de una época cuya mirada no podía ir más allá de los barrotes de unas ventanas.  Doña Inés sabe del valor de la memoria para mantener los recuerdos vivos, los propios y los ajenos, es decir, los que le pertenecen al colectivo, por ello mismo se atreve a decir que “en este país de la desmemoria yo soy puro recuerdo” (Torres, A. 1999, p.238) y tal como le dice a su esposo a pocas páginas del inicio de la obra “Escucha, de mi profunda memoria, el destino de nuestro linaje” (Torres, A. 1999, p.53) La memoria de doña Inés se expande incluso hasta inmiscuirse en la vida de otros personajes, pero esta situación no es más que el resultado de querer combatir la tautológica soledad que va marcando el relato página a página, esa que hace sufrir al personaje.

Referencias

Bajtin, M. (2003): Problemas de la poética de Dostoievski. F.C.E. México.
Blanchot, M. (1992): El libro que vendrá. Monte Ávila Editores, Caracas.
Culler, J. (2000): Breve introducción a la teoría literaria. Biblioteca de Bolsillo, España.
Montaldo, G. (2001): Teoría crítica, teoría cultural. Editorial Equinoccio, Caracas.
Torres, Ana (1999): Doña Inés contra el olvido. Monte Ávila Editores, Caracas.

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