Hasta ahora, se entendía así la donación de órganos vitales. Hay que esperar a la muerte del individuo para la extracción del órgano y posterior transplante.
Recientemente se ha publicado en el Cambridge Quarterly of Healthcare Ethics un artículo titulado "La insignificancia moral de la muerte en la donación de órganos", que cuestiona la regla del donante muerto como condición para que el proceso del trasplante sea éticamente admisible (véase un comentario en Bioedge: http://www.bioedge.org/index.php/bioethics/bioethics_article/10445).
Esta pretensión de minimizar la importancia de la vida del donante dificulta los intentos de precisar mejor el criterio neurológico de muerte; éste fue aceptado cuando surgió en 1983 en un texto de la Escuela Médica de Harvard (los llamados "Criterios de Harvard"), y fue puesto en duda por bastantes datos clínicos: pacientes que cumplen dichos criterios han vivido varios años (hasta 20 en algún caso), manteniendo espontáneamente sus constantes vitales, pasando la pubertad y venciendo infecciones (véase un comentario en Bioedge: http://www.bioedge.org/index.php/bioethics/bioethics_article/10446).
Pero la presión de quienes intentan quitar valor a la vida humana impide hablar de este tema con la tranquilidad de que la discusión académica sobre el criterio diagnóstico de muerte va a hacerse dentro del respeto por la vida del donante.