He leído, a lo largo del mes de diciembre, Without, el libro que Donald Hall (Connecticut, 1928) escribió a raíz de la muerte de su esposa y compañera, la también poeta Jane Kenyon, traducido y prologado por Juan José Vélez Otero. Un libro amargo y, a la vez, cargado de resortes emocionales y de evocaciones. Al leerlo, vivimos, digámoslo en palabras de José Hierro, "aquello que ya vivió (o que no vivió) el poeta". Los poemas de Hall recuerdan a la amada en el lecho del dolor del hospital y la dura convivencia con la enfermedad. Pero no sólo. Recobran los viajes en coche al supermercado, el hueco que queda en el grupo de amigos de toda la vida, las pequeñas manías de Jane, las fotografías de su álbum familiar ("Raquel y Polly delgados posando / en el porche con los niños / en 1952, gente corriente / en una casa..."), el alquiler de una película en el videoclub, las jornadas de trabajo y de intercambio de versos y de ideas entre ellos, poetas ambos, las fiestas, los detalles mínimos vividos juntos y vestidos de orfandad tras la muerte... Without es un canto a la vida asentado sobre el vacío que la muerte deja. Escrito en un lenguaje directo, en apariencia sencillo pero con una intensidad lírica y emocional extremadamente difícil de alcanzar (quienes escribimos poesía sabemos lo que es eso) e impregnado, de manera casi absoluta, del aliento existencial de Jane Kenyon. Incluso en la primera parte del libro, en la que los poemas tienen cierta deriva onírica, irracional, se advierte una característica que subraya Vélez Otero en el prólogo como parte sustancial de la poesía que escribió Jane: "poesía desnuda, precisa y clara que emplea adjetivos exactos sin ornamentación superflua: doméstica".
"El recorrido de la felicidad es doloroso;
lo mismo que recordar el dolor.
Vivo en un presente lleno
de aniversarios y objetos:
tu alfiletero; tus zapatillas blancas;
tu secador de pelo,
la etiqueta albahaca escrita en una caligrafía que conozco;
una mancha en unas sábanas estampadas".
Hacía mucho tiempo que no había leído un poemario de un tirón, como si de una novela se tratara. Eso me ha ocurrido con Donald Hall. La poesía como conjuro que nos concilia con la vida, que nos ayuda a contemplar la realidad con otra mirada, a emocionarnos con las vivencias que el poeta transforma en lenguaje, a mirar a la muerte con la certeza de que algo más allá de su sombra nefasta vivirá en el poema por encima del tiempo. Y, como trasfondo, un escenario en el que se levanta una casa en el campo (la Eagle Pond, una granja heredada), no lejos de un lago y cerca de un pueblo apacible (Wilmot) de la Norteamérica interior.
Donald Hall y Jane Kenyon, en sus pasos por Eagle Pond / De un reportaje de televisión
El libro se cierra con una sucesión de poemas largos, a modo de cartas dirigidas a Jane Kanyon, dando cuenta de cómo evoluciona, sin ella, la realidad que compartieron: ("Carta sin destino", "Carta del Día de la Independencia", "Carta de Verano", "Carta de otoño"). Hermosas muestras del poder de la palabra para dar vida a lo que ya no se vivirá. Es dificil no empatizar con esta poesía arraigada en la que alienta una de las líneas que más me atraen de la poesía norteamericana del último siglo: la que está en el mundo y busca la relación dialéctica de lo íntimo y lo común. Ashbery, Sexton, o Sylvia Plath son poetas generacionalmente próximos aunque muy distintos a Hall. Éste conoció, aunque tardíamente (es de una oleada posterior) a los grandes mitos de la beat generation, pero no asumió ni compartió sus opciones estéticas, rotundamente rupturistas. Es un poeta más entrañado y más atento a lo cotidiano y a la belleza de lo próximo y pequeño.Al leer a Hall he recordado otras lecturas (algunas lejanas en el tiempo, otras muy próximas) de poetas norteamericanos, hombres y mujeres, que han desplegado ante mí un mundo fascinante pese a nutrirse de la cotidianidad: el valor de la memoria, el encanto de las pequeñas comunidades interiores, en las que un día de pesca compartido con el padre se convierte en un lugar inmortal en el poema, bares de carretera donde reír, llorar o meditar o escuchar música, el amor de una madre ante la existencia rota de un hijo o de una hija viviendo la diaria experiencia de la enfermedad terminal del padre.Viajes en coche con amigos, el amor construido en caminatas por la montaña o en viejas ciudades europeas, partidos de beisbol compartidos por padre e hijo... Una poesía realista, sí, pero dotada de la magia difícil del lenguaje revelador, nuevo. Sharon Olds, C.K. Williams, Robert Hass, Mary Jo Bang, Billy Collins. Es un mundo con ventanas abiertas a la narrativa (en muchos casos se trata de poesía con un fuerte componente narrativo, como en Without), y no es difícil reconocer ella el telón de fondo que comparten los relatos de Carver, Richard Ford o Tobias Wolff, esa narrativa minimalista que fue calificada de realismo sucio pero cuyos logros van infinitamente más allá de ese término. Mi experiencia como director de una colección de poesía (y, en menor medida, como crítico y poeta), me ha permitido entrar en contacto con la obra de muchos de esos autores. Y, en parte, conocer una América interior, individualista y comprometida con lo colectivo a la vez, que sólo muy parcialmente llegamos a conocer sin la ayuda de la literatura.
Concluyo con este fragmento del poema de Hall "Carta del Día de la Independencia".
"Cinco de la mañana. Cuatro de julio.
Salgo por Eagle Pond a pasear con el perro,
llevo puesto el abrigo de cuero
para combatir el frío de la mañana,
miro los nenúfares que se agarran unos a otros
como fríos puños amarillos
mientras afronto el nuevo día
doce semanas después de aquel martes
cuando nos dijeron que te ibas a morir.
"Esta tarde liquidaré las facturas pendientes
y le escribiré a un amigo sobre su libro
y veré el partido de béisbol de los Red Sox.
Sacará de nuevo a pasea a Gussie.
Pondré algo de Stouffer's en el microondas.
Una señora va a venir desde Bristol
para ver el Ford de tu madre
que está aparcado junto a tu Saab
en el aparcamiento de coches de segunda mano
de mujeres muertas".