Cada vez suena con más insistencia un reclamo en la sociedad estadounidense: Donald Trump debe volver a presentarse a las elecciones presidenciales en 2024. No se trata ya de sus votantes, que siempre han apoyado que vuelva, sino también de muchos ciudadanos independientes e incluso demócratas tradicionales.
Con año y medio de Administración Biden, se tiene la sensación de que todo va rematadamente mal en el país y en el mundo. Ni siquiera las intensas campañas de propaganda de los medios de comunicación progres pueden ocultar ya que Donald Trump fue un gran presidente y que Biden es un desastre con patas cognitivamente incapaz de gobernar y liderar. Es algo que la mayoría de los estadounidenses de todas las tendencias políticas e ideológicas reconocen. Ni siquiera los demócratas de izquierda más radicales pueden argumentar con lógica ni oponerse sin parecer absolutamente estúpidos y obcecados. Las evidencias han destrozado sus acusaciones sobre la protesta del 6 de enero, los impeachments sin base alguna contra Trump, o la "legitimidad" de las elecciones de 2020, que fueron un amaño gigante.
Las burlas contra Trump y las sonrisas condescendientes cuando hablaba, se han puesto en su contra y convertido en una mueca que los retrata en su miseria humana.
No hace tanto tiempo, teníamos un país respetado y respetable bajo la presidencia de Trump. Bajo su Administración, Estados Unidos se convirtió en un exportador neto de energía y éramos energéticamente independientes, un objetivo largamente perseguido durante décadas, desde al menos 1970. Con Donald Trump se hizo realidad. En política exterior, teníamos un verdadero camino hacia la paz en Medio Oriente, mediante los Acuerdos de Abraham; algo que parecía imposible de lograr hasta entonces.
Con Trump, la economía era la mejor que había tenido Estados Unidos en más de 50 años; la reducción de impuestos benefició a la clase media y las pequeñas y medianas empresas; incluso las grandes corporaciones multinacionales estaban repatriando miles de millones de dólares debido a una política fiscal competitiva; el empleo y la inflación estaban en mínimos históricos entre blancos, negros, hispanos y asiáticos. Todos esos logros son reconocidos por los expertos e incluso por medios tendenciosos y progres que han atacado salvajemente a Trump, como The New York Times o The Washington Post.
La presidencia de Trump fortaleció las Fuerzas Armadas y reguló una inmigración ordenada. Sin embargo, con ser todo eso muy importante, hay algo todavía más relevante. Donald Trump les dio a los conservadores estadounidenses y de todo el mundo una voz en la cultura de nuevo, respondiendo a los ataques de los medios gubernamentales, corporativos y de la izquierda contra principios conservadores como la fe, la vida, la familia, la libertad religiosa y el excepcionalismo estadounidense. Con su discurso nítido de un conservadurismo íntegro, que no renuncia a sus valores y que da la batalla cultural e ideológica frente al socialismo y el comunismo, expuso con claridad la tiranía de la izquierda política. Algo que la sociedad está viendo en su máximo apogeo con la Administración Biden y con otros gobiernos social comunistas en el extranjero, como el de Pedro Sánchez y su banda de ultra izquierdistas radicales en España.
Por supuesto, ningún ser humano está libre de fallos, y como otros grandes hombres en el pasado, Trump tiene los suyos, como su confianza en exceso hacia algunos colaboradores que resultaron ser traidores; fallos que, en cualquier caso, no le impidieron convertir su presidencia en una de las mejores de la historia moderna.
Como todo estadounidense que es ajusto con lo conseguido, estoy muy agradecido a Trump por su trabajo y servicio a Estados Unidos.
Realmente no necesitamos más evidencias sobre el fraude electoral de los demócratas en 2020 para determinar que fueron amañadas. Lo sabe toda la sociedad. Las pruebas se acumulan cada vez en mayor cantidad y es un grito a voces que los demócratas utilizaron el voto por correo en ausencia sin excusa para apuntalar un fraude colosal que quedó en evidencia con los retrasos nocturnos durante el recuento de votos. Incluso Molly Ball, de la revista TIME, nos confesó a todos que ella era una conspiradora entre una "cábala bien financiada de personas poderosas en industrias e ideologías, que trabajaban juntas tras las bambalinas para influir en las percepciones, cambiar reglas y leyes, dirigir la cobertura de los medios y controlar el flujo de información". O sea, contribuir al fraude electoral.
En cualquier caso, eso ya es historia. La Constitución no está especialmente preparada para evitar fraudes una vez que el Colegio Electoral certifica los resultados, sean o no amañados. Lo que sí importa es la percepción de los votantes, y ahí Trump ha logrado otra victoria en la contienda ideológica por los corazones y las mentes de los estadounidenses, ya sean conservadores, demócratas o independientes. Se ha vuelto a cargar de razones y eso es importante de cara a este año de elecciones al Congreso y a las elecciones presidenciales de 2024.
Los argumentos electorales de Trump y sus candidatos MAGA llevan el impulso ganador al denunciar y proponer soluciones frente al enorme aumento de la delincuencia, una economía vacilante y paralizada por la inflación y las interrupciones de la cadena de suministro, las absurdas y tiránicas restricciones con el pretexto del coronavirus, la imposición forzada de la teoría crítica de la raza y la cultura woke (despertar); la ideología radical sobre sexualidad y transgénero en las escuelas públicas y el ejército; la desfinanciación de la policía y la política exterior débil e ineficaz.
Los republicanos están ganando sus elecciones, como el gobernador de Virginia, Glenn Youngkin, al adoptar la agenda política de Trump. Es una tendencia imparable que debe ser confirmada en las elecciones midterm de noviembre.
De cara a 2024, los votantes recordarán que con Trump todo iba mejor en el país y en sus vidas. Es por eso, que más y más ciudadanos reclaman que se presente de nuevo a las elecciones. Es el candidato favorito para la mayoría, por encima del gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, una estrella en ascenso, y muy por delante de la odiada y pésima Kamala Harris y del incompetente Joe Biden, que está demostrando ser inelegible en 2024. Sus facultades cognitivas no están en buenas condiciones; es algo que todos sabemos, y su régimen es un desastre de crisis continuas que nos ha llevado incluso al borde de una Tercera Guerra Mundial.
Cualquier puede ver que Estados Unidos necesita un presidente fuerte, experimentado y mesurado para liderar en estos tiempos impredecibles. Un candidato que reprenda a los medios de comunicación y desmonte sus mentiras y manipulaciones, pero que se mantenga firme en los hechos, el sentido común, la lógica, y la razón; un candidato que haga frente al radicalismo y la tiranía de la izquierda política.
El favorito para desempeñar ese liderazgo en 2024 es, a día de hoy, Donald Trump. Sólo una decisión personal suya puede consolidar o cambiar eso.