A quién voy a engañar, el trabajo de científico es eminentemente aburrido. Repites y repites las mismas cosas hasta que obtienes resultados distintos, o eso parece. Nunca dejas de estudiar para poder sentirte más estúpido, de vez en cuando te reúnes con otros científicos y, con demasiada frecuencia, recibes mails de tu jefe. Algunos de esos mails convocan a reuniones. Algunos de estos convocan a una sola reunión: “la más importante del año”.
El 70% de la financiación de nuestro laboratorio de Cáncer del Desarrollo de la Fundació Sant Joan de Déu proviene de donaciones. Este porcentaje, el pasado año 2015, significó 1,78 millones de euros (un 37% más que el 2014, que fue un 55% mayor que en 2013, que fue un 32% mayor que en 2012). De este dinero, 1,25 millones provinieron de donaciones particulares, el resto de fundaciones y empresas. La mayor donación supuso 54000€ de una tacada. Todo lo demás, la inmensa mayoría, implica cientos, miles de inscripciones a carreras populares a 5 o 10€ cada una, cientos, miles de pulseras vendidas a 3 o 5€, concierto, muñecas, torneos de baloncesto, caminatas solidarias, botellas de vino, eventos de todo tipo detrás de los cuales hay un montón de personas dedicadas a rascarse y rascar bolsillos.
Gracias a este dinero, los 28 trabajadores del laboratorio podemos dedicarnos a repetir todas esas cosas que tanto repetimos, podemos estudiar y estudiar, reunirnos con otros científicos de vez en cuando y volver a estudiar y volver a probar y a repetir. Y podemos también avanzar en el tratamiento del neuroblastoma, en su diagnóstico y pronóstico, en el conocimiento del glioma difuso de protuberancia, podemos proponer ensayos clínicos para el tratamiento de la leucemia, optimizar la terapia contra el sarcoma de Ewing o el retinoblastoma, elaborar modelos 3D de los tumores para ensayar y así mejorar su resección quirúrgica… Una vez al año (en esta ocasión fue el pasado sábado 30 de abril) nos reunimos con nuestros donantes y les intentamos tranquilizar: Ustedes se han dejado la piel para darnos todo este dinero y nosotros estamos sudando hasta el último céntimo.
Cada evento, cada euro, tiene una historia, un nombre propio. Porque la mayor parte de estos financiadores incansables son padres de niños que han pasado por el hospital. Y ocupan los asientos del auditorio con una parte de entusiasmo y doscientas o trescientas partes de emoción. Muy pocos de ellos llevan a sus hijos. Algunos, supongo, no consideran que este tipo de rendición de cuentas sea del gusto de un público infantil. Otros, desgraciadamente, no podrían llevarlos aunque quisieran. Durante la pausa del café, me fijo en una de las niñas que sí fueron. No puedo asegurar haberla visto durante su enfermedad, yo no frecuento la planta de oncología, pero el caso es que me suena su cara aunque ahora luzca melena. Estaré sensiblón, pero la imagino agradecida. Y a mí con eso me basta y me sobra para aburrirme otro año más.
P.S.: ¿No es el peso (70%) de estas donaciones el síntoma de una financiación pública deficiente? ¿Del desinterés de nuestros gobernantes por la ciencia? Sin duda. Pero de eso, quizá, hable otro día.