Carola Chávez.
Credito: Rosalva Silva / MPP Comunas
22 agosto 2012 – .- Porque las historias más grandes hacen desde lo pequeño, en lo cotidiano, como a fuego lento, un poquito sumado a otro poquito, tantas veces pasando inadvertido, como el niño que crece frente a nuestros ojos que no terminan de verlo crecer, hasta que llega una tía que tenía meses sin verlo y se asombra de todo lo que aquel pequeño ha crecido… Esta historia es tan nuestra y pasa tan en nuestras narices, los protagonistas somos nosotros mismos, un elenco de millones, con razones, con tropiezos, descubrimientos y logros. Los que contamos historias tantas veces nos perdemos buscándolas en otros lados, y dejamos de contar la historia más grande y hermosa de todas: la historia de este pueblo que es donde Chávez vive.II
Margarita es tan pequeña que nada ahí debería parecer lejano, pero en la medida que dejábamos atrás La Asunción y sus calles sombreadas por enormes árboles frondosos, tan verde todo, incluso cuando hay sequía… en la medida en que nos alejamos de Pampatar y su estilo urbano pseudo- mayamero, y sus centros comerciales, sus calles adornadas con jardinería, esa parte de Pampatar por donde pasa la reina, claro, porque la otra Pampatar, la de Las Casitas la de los pescadores, no sale en los catálogos para turistas… Decía que en la medida que nos alejábamos de la Margarita en la que vivo, camino hacia el municipio Tubores, el paisaje al borde de la avenida se hacía más amplio y las casas pequeñas, dispersas, iban suplantando la visión de atapuzamiento que supone el progreso, así como el verdor intenso de grandes robles al que estoy acostumbrada se tornó en los chisporroteos de verde de los yaques y cardones que crecen en la aparente aridez de ese lado de la isla… y yo sentía que viajaba, lejos, muy lejos… y tan cerca.
Aparente aridez dije, porque ahí, donde mi ojo inexperto me juraría que sembrar sería perder el tiempo, justo ahí, conocí a Paulino y a Gladys, quienes, junto a otros amigos de la Comuna José Celedonio Tubores, siembran y cosechan en el Agropónico de Guayacán del Norte.
Paulino es un hombre grande, cachetón, sonriente. Antes de ser agricultor atendía una licorería, solo eso contó de su ocupación del pasado, “y mírame −dijo−, fuimos a Cuba, allá nos enseñaron a sembrar, aunque no creas, algunas cosas las tuvimos que aprender nosotros solos aquí, trabajando la tierra, porque en Cuba hay otro clima y otras condiciones…”. Paulino inventando o errando siembra, contra viento y marea, porque no es fácil el trabajo de la tierra. Más fácil era vender cervezas pero Paulino siembra. También es más fácil, como me cuenta, vender la cosecha de ajíes, “los mejores de la isla” por sacos y al mayor, total, ganarían lo mismo en menos tiempo, pero “entonces se encarece, las cadenas de intermediarios se enriquecen y la comunidad no puede comprar el ají que se siembra aquí mismo”. Así que lo venden de a kilo, a la tercera parte del precio de los mercados. “Uno no puede evitar que alguien lo revenda, pero vendiendo de a kilo, por lo menos va a tener que fastidiarse haciendo varias veces la cola.” −Sonríe Paulino. Hablamos de todo y cuando señalaba un problema, porque tienen problemas, decía “No se trata de quejarse sino de buscar soluciones”, y así, conversando dijo ”Ahora lo que yo quiero es soltar esto” −y yo, con pesar, pensé que Paulino estaba cansado, que se iba, y él volvió a reír y, clarito como el agua, me regresó el alma al cuerpo: “¿Irme yo? No, lo que quiero es que venga más gente, yo quiero enseñarles estas cosas que hemos aprendido”
“Yo soy una de esas mujeres que Chávez sacó de su casa”. −Dice Gladys, mientras me muestra un semillero de ají. “Yo pasé toda mi vida criando hijos y después nietos y quién me iba a decir que yo iba a estar aquí y que iba a aprender tanto… Y mira que no solo aprendimos, sino que también enseñamos. Aquí había gente que no comía sino pescado y arepa y nosotros los enseñamos a preparar y a comer espinacas, acelgas y tantas otras cosas, y todo sano porque no usamos químicos, usamos plantas para atacar la plaga: albahaca, ruda, orégano orejón… He aprendido tanto que yo tengo esto aquí adentro −decía señalando su pecho−, yo tengo que sacar todo esto y compartirlo, yo lo que quiero es enseñar”
Un poco más allá, en la Eco-comuna La Restinga, se levantan hermosas estructuras de madera con una hermosa historia. Una brigada de mujeres que se descubrieron carpinteras, y, de ahí, se han descubierto capaces de lograr todo lo que se propongan. “Podemos más que los hombres, tanto, que ellos cuando nos vieron se pusieron a ayudar y entonces, si ellos cargan 12 tablones de madera, nosotras vamos y cargamos 13”.
Henri Araque, carpintero, se metió en La Restinga y levantó un ejército de mujeres. Con un proyecto para construir y reformar los espacios turísticos de La Restinga se pudo lograr tantísimo más. “Nosotras antes, cuando venía la gente, nos escondíamos, ahora salimos a ver quién viene” −Sheila Vásquez, Elizabeth Fernández, Mari Cruz Salazar y Eliana Vicent nos iban contando su historia. “Entonces llegó Henri y nos enseñó a trabajar el machihembrado y uno que iba a saber que iba a terminar siendo carpintera… al principio uno creía que no iba a poder”. −Ríen las cuatro recordando cómo se mancharon las piernas y los pies de tinte, y hablan de lo importante que es para ellas poder mostrarle a sus hijos lo que ellas mismas hicieron y cómo sus hijos se incorporaron en el trabajo.
El arco de la entrada, el puesto de artesanos, el puesto de las ostreras y el pabellón en la playa…, donde haya madera en La Restinga están las manos de estas carpinteras. “Y no era solo carpintería lo que aprendimos. Henri llegaba aquí con sus libros leyes”. Y es que Henri es un carpintero experto que sabe tanto de leyes como sabe de madera. “Antes de empezar nos sentábamos con las leyes”. −Explica con su voz pausada que contrasta con la algarabía de las carpinteras. “…por qué es importante conocer las leyes, porque el poder popular está amparado en estas leyes, solo tenemos que conocerlas para darnos cuenta de todas las cosas que podemos hacer… y luego, claro, hacerlas…”. “Y ahora vamos a hacer las casas, 60 casas…”, −interrumpen las mujeres y en sus ojos el brillo de la certeza, el orgullo de saberse capaces y una urgencia que ya había visto hace poco, en Guayacán del Norte con Paulino y Gladys: “Antes buscábamos aprender −dijo Sheila− ahora buscamos alumnos”
La urgencia de enseñar, de multiplicar la experiencia que cambió sus vidas para siempre, la sabiduría que les hizo comprender lo que significa El Poder Popular.
CAROLA CHÁVEZ/ESPECIAL CIUDAD CCS
FOTO ROSANA SILVA/MPPP COMUNAS