¿Os acordáis? ¿Sí?
Pues nada, borradlo de vuestra mente. No he dicho nada. Nada de nada de nada. Nothing.
Ays...
El caso es que yo estaba decidida, pero esa imagen de mi misma, cargada con la bolsa del gimnasio por esos mundos de God, con los fríos que se avecinan, mi estrés en todo lo alto y el recuerdo de mis pasadas aventuras at the gym, que más que relajarme, ejercían el efecto contrario, han sido más que suficientes para que decidiera tomarme las cosas con calma y seguir, que ya lo dice Rulo, tranqui por mi camino.
Que me apetece más estar en una clase calentita y cómoda que dar pedaladas cual loca. Sobre todo si después tengo que ducharme a toda prisa para ir a currar. Así no hay cuerpo que se arregle, ya lo sé, pero en serio que pensar en el tema gym sumado mis jaleos laborales lo único que hacía era incrementar mi ansiedad perpetua. Y no.
Así que, ya que estamos, he decidido volver a las aulas. Porque hay un horario que me va bien, porque -permitidme el momento L'Oreal- a estas alturas, con mi B2 garantizado por partida doble, lo del C1 suena más a capricho de empollona que a otra cosa y, por tanto, no me voy a agobiar (prometido) si no puedo ir a clase algún día por temas laborales o si cateo. Y porque quiero, eso sí, sacar el CAE en junio, y lo poco o mucho que pueda ir a la EOI me va a venir de perlas.
Y lo del gym lo dejaremos para los días libres, con calma. Será menos efectivo pero será. Que ya es algo.
Ahora sólo queda pedir, por las barbas de Dumbledore y el calcetín de Dobby, que mi nueva teacher sea normal. No pido genialidades, no pido maravillas. Sólo normalidad.
No pido tanto, ¿no?