Revista Sociedad

¿Dónde está el paisaje?

Publicado el 06 junio 2011 por Abel Ros

La “marea del ladrillo” ha borrado el tinte verde del paisaje en pro del simbolismo vertical de las ciudades.
La “altura” ha sido sinómino de poder en el devenir social del ser. Desde la antigüedad las construcciones han sido el reflejo fiel de las estructuras inmateriales del pensamiento. La arquitectura ha sido el espejo de la desigualdad. A través del lenguaje urbano, el arte ha retratado en sus edificios la lejanía de las élites políticas en comparación con las casas humildes del pueblo llano.

Desde los tiempos egípcios, los templos eran el reflejo del poder. La quietud ante el tamaño del coloso marcaba las distancias entre los faraones sagrados y el pueblo desprovisto de nobleza. Durante la Edad Media, las catedrales han reflejado “quién mandaba en el reino de los cielos” a través, de la altura de sus bóvedas y la lejanía de sus cruces.
La industrialización cedió la piedra a los proletarios y la verticalidad que era monopolio de los ricos pasó a ser el símbolo de los “monos azules de la hacinada urbe”. Las viviendas plurifamiliares de la Gran Bretaña del XVIII se fueron extendiendo a occidente y se incrustraron en la idiosincrasia popular como signo de una clase media resignada a vivir en la verticalidad.

El ladrillo ha ido tapando la alfombra verde del paisaje. La limitación del espacio y la construcción exacerbada de los últimos años nos hace reflexionar sobre la crisis paisajística actual. Los “rascacielos” han sido el símbolo de la modernidad en la cultura occidental. La fórmula de ciudades altas retrata a los países avanzados en detrimento con las construcciones bajas del tercer mundo.

Desde la indignación ante la desolación irresponsable del paisaje por parte de las máquinas acelaradas de la era capital, debemos  solicitar a gritos el desarrollo normativo de la sostenibilidad como cumplimiento al imperativo constitucional.
La mentira de la “responsabilidad social corporativa” debería convertirse en verdad y cumplirse mediante una política basada en una conciliación entre las “fábricas” y los “árboles”.

La celebración del día del medioambiente por parte de “la cadena sueca” junto con la tala indiscriminada de árboles para realizar armarios en formato “kit”;  nos hace poner los puntos sobre las íes,  sobre la alienación maquiavélica del consumidor engañado.
La frivolización del discurso medioambiental por el primo de Rajoy, aquél que dijo que “el cambio climático no es importante” pone en evidencia la actitud de la élites conservadoras ante una subida ansiosa de  ”la marea del ladrillo”.


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