¿Dónde está Ítaca?
Todavía retumbaban en su cabeza los gritos desesperanzados de quien no había podido superar la injusta frontera y ya se encontraba de nuevo a pocas horas de volver a la supuesta Ítaca. ¿Dónde estaba su hogar? No lo sabía. Acá tenía un presente. Allá un pasado cada vez más lejano. No estaba triste, quizá desorientado. ¿Pudiera ser que tomase el avión equivocado? ¿Por qué no había sido capaz de alcanzar el puerto previsto? No estaba seguro de casi nada. Nuevamente su mujer le echaría las culpas de su cambio de opinión y recíprocamente él volvería a pensar que ella, con su extraño y distante comportamiento, era realmente la indecisa. Ninguno se atrevía o ninguno quería dar el paso definitivo, pero cada vez estaban más lejos. Se amaban sin embargo. Eso era evidente. Habían tenido una hermosa relación. Mucho más hermosa de lo que ambos hubieran nunca imaginado. ¿Por qué motivo o en qué momento se empezó a quebrar si es que eso era realmente lo que ocurría? Sentía ganas de hacer la maleta y huir. Absurdo, pues le quedaban muy pocas horas para tomar un avión que les alejaría 5 husos horarios y 10 millares de kilómetros. Abandonar el húmedo y frio invierno para aterrizar mañana en un verano que recién amanecía. En cierto modo ambos serían libres otra vez. No para flirtear sino simplemente para leer, comprar o laburar sin tener que dar explicaciones a nadie. Caminar cada uno por su ciudad y respirar cada uno el aire viciado que conocían desde niños. Estaban los hijos, sí, pero en eso, al menos él, era un absoluto desastre. Pensaba en todo eso mientras miraba la televisión sin atender a nada de lo que vomitaba el receptor. Tenía la cabeza en otro lado, a solo dos segundos de él. Cuando comprendió eso se levantó, apagó el televisor y cruzó los tres metros que le separaban del cuerpo dormido y desnudo que más amaba. Se metió en la cama y la abrazó. Ella protestó un poco, pero se dejó acomodar.Y mientras sus ojos lentamente se cerraban pensó que allí es donde mejor se sentía. Al lado de ese corazón y junto a la piel que mejor conocía. Luis Cercós, "Cruzando el Océano", 2011.