Yo en el instituto. 3º de la ESO. Primera hora, clase de matemáticas pero sin matemáticas. En la mesa, una radio pequeña. En la radio, las noticias de unas explosiones en los trenes de cercanías. En la cara de mi profesor, indignación y rabia: “Hijos de puta“, repetía. No hubo muchas clases, o por lo menos clases normales, aquel día. Por la tarde, al quiosco de prensa que, por aquel tiempo, regentaba mi madre. Lo habíamos abierto en diciembre. Muchos no esperaron al día siguiente, y ese mismo día llegaron ediciones especiales de algunos periódicos con las novedades más inmediatas. Ya se llamaba 11-M. El quiosco estaba al lado de un ambulatorio, y en el ambulatorio hacían guardia ambulancias del SUMA que, en aquel día, no habían parado de ir y venir. Algún médico se acercó a conocer las últimas noticias (ni Twitter ni smartphones hace diez años. Cómo hemos cambiado, ¿eh?). Estaban desbordados. Como todos.
Madrid se desangró aquella mañana (Twittea esto). Y todos nos convertimos en pasajeros de esos trenes. La rabia infinita y la indignación más absoluta poseyeron a la población, que salió a la calle en masa.
En aquel tiempo fui más consciente de las muestras de amor, solidaridad y cariño de la gente, que de la manipulación mediática y política. Sin embargo, cada mañana tenía acceso a los periódicos y fui testigo, con catorce años, de una teoría conspiratoria que ha dejado heridas políticas y periodísticas más hondas de lo que muchos se creen. Los titulares malintencionados, la manipulación pura, el falso respeto por las víctimas y la estúpida norma de repetir mucho una mentira para que termine convirtiéndose en verdad, más allá del dolor de víctimas y familiares, daban vergüenza. Aún hoy, la dan.
Varios políticos y periodistas de hace diez años no eran los políticos y periodistas que, en un momento como aquel, se merecía este país. No eran los políticos y periodistas que se merecía Madrid. Y aunque a muchos les duela el castigo, primero en las urnas y después en las calles, fue claro y decisivo. Aunque ahora parezca que el tiempo hace de las suyas y cura esas heridas hondas de las que hablaba antes, mientras nos centremos más en la crisis, el paro y la deuda pública, y en esa rutina que maldecimos un día como hoy, lunes, pero que es lo mejor que tenemos.
Los lunes por la mañana, en los que no se es persona hasta el tercer café. Los domingos por la tarde en el sofá, con una manta y a lo mejor con alguien especial al lado. La sonrisa de ese alguien especial. Su abrazo. Tu madre poniéndote tu comida favorita porque vas a verla. Las risas de los amigos. Una conversación con alguien a quien hace tiempo que no vemos. El saludo de un niño desconocido en una estación (de tren, sí). Un madrugón para ir al trabajo. Salir directo a otra actividad. Hacer planes. Una cerveza en la Latina, un paseo por Sol. 191 estrellas brillando, más fuerte que nunca, en Atocha. Cosas pequeñas, que formaban parte de las vidas que aquel 11-M se apagaron y que deberían hacer que nos diéramos cuenta de que, al menos por una vez, el respeto tendría que haber ido por encima de cualquier cosa.
Pero no fue así.
NOTA: Mañana se cumplen 10 años del 11-M. Al contrario que varios medios, que han empezado esta misma mañana sus particulares homenajes porque van a estar toda la semana dándole bombo a la tragedia, yo mañana celebro que este blog cumple 1 año, pero no quería olvidarme de mi querida Madrid ni de todo lo que esta fecha representa.
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