Foto de portada: Trilok Rangan
Hace unos años. mientras aún estaba en Costa de Marfil, leí un artículo sobre un fenómeno bastante particular: comerciantes Indios en busca de nuevos mercados estaban comenzando a poblar el continente africano. Muchos se sorprendían de la elección y se preguntaban por qué habrían de preferir, al momento de invertir (tarea ya de por sí riesgosa)paises asolados por guerras y hambrunas, en lugar de desembarcar en "terrenos más fertiles", en paises más estables. ¿Qué habria llevado a estos comerciantes a priorizar paises como Congo o Liberia, en lugar de economías emergentes de otros lugares del mundo, o bien, en lugar de los destinos clásicos para nativos de la India: EEUU, UK, Italia o España.
Ellos respondían de manera muy sencilla: "En Africa nos sentimos culturalmente más cercanos, hay una forma de hacer negocios que no nos suena tan distinta y, además, hay mucho por hacer. El mercado es grande, las posibilidades muchas, y no hace falta invertir grandes cantidades de dinero". Claro que, dicho así, parece fácil, pero hay que estar luego en los zapatos de esta gente enfrentando guerras cruentas, paises divididos, corrupción estatal (con todo lo que eso implica para trabas a la importación de productos, etc), y, en muchos casos, no sólo un idioma diferente (la mayoria estaba instalándose en la Africa francófona) sino una multiplicidad de dialectos distintos. Cabe recordar, a modo de paréntesis, que la inmigración India en el continente negro no es nueva: fueron llevados allí en épocas de la Colonia Británica, como esclavos. Lo nuevo es que se instalen y decidan hacer negocios en paises más allá de esas fronteras. ¡Y que les vayan bien a pesar de todos los problemas y contra todo pronóstico!
La explicación para ésto último la encontré en las declaraciones de uno de éstos comerciantes, a quien entrevistaba el artículo. Este hombre, originario de la India, había elegido la República Democrática de Congo ( RDC, cuya capital es Kinshasa), para iniciar su negocio de ramos generales e importación de motos indias, y ya hacía más de 8 años que allí estaba, prosperando y ampliando rubros.
Cuando le preguntaron el secreto de su éxito, él explicó cómo había encarado su empresa: primero había montado un pequeño negocio y se había dedicado a observar cómo la gente se relacionaba. Se había dado cuenta, así, que en los alrededores de los negocios siempre había mucha gente haciendo "changas": llevando bolsas de compras, ayudando a descargar cosas pesadas, dispuesta a subirse al techo a buscar algo, lo que fuera que hiciera falta. Y que a esa gente se le daba una pequeña retribución, pero fundamentalmente, se le permitía quedarse allí a pulular. Se dio cuenta tambien que el entramado social era más complejo que ello y que dependía de otras cosas. Que si la relación se mantenía sólo en esos niveles nada garantizaría que un día no comenzaran a faltar cosas, o que, en medio de los combates, de las revueltas, de las guerras, él no fuera a encontrarse solo y la misma gente que allí estaba trabajando para él no acudiera en su ayuda en momento de necesidad.
Contaba este hombre que el gran cambio ocurríó cuando fallecíó el padre de un empleado y éste le pidió prestado un auto para ir al entierro y llevar a los deudos más cercanos. El no sólo le dió el auto, sino que se lo prestó por una semana porque conocía que los funerales en Africa no son cosa de 24 hs, envió flores, e hizo una donación a la familia. El no le dió demasiada importancia (era, al fin y al cabo, lo que había observado que otros hacían) y su empleado tampoco hizo mucho mención. Pero cuando, al tiempo, estalló la guerra y empezaron los saqueos, un día al abrir la puerta del galpón donde guardaba la mercadería, después de una semana de no poder ir a causa de la situación securitaria, se encontró nada más ni nada menos que con ese mismo empleado y miembros de su familia, armados de machetes y palos. Habian dormido en el galpón durante una semana, sin decirle nada, dispuestos a defender ese negocio y la fortuna de ese hombre que los había ayudado cuando lo necesitaban y que había estado para ellos sin pedir nada a cambio. Eso es hacer negocios en Africa: integrarse a una comunidad, pasar a formar parte de la familia de aquél que trabaja para uno, hacerse cargo de esa persona (por decirlo de alguna manera), sabiendo que la retribución y la lealtad llegarán, sin pedirlas. Es esa misma lealtad la que salva, cuando todas las estructuras caen, cuando nada queda en pié, como lamentablemente sucede tan a menudo.
En el tiempo que estuve en Costa de Marfil pude comprobar que la personalización de las relaciones es necesaria y aconsejable en todos los ámbitos de la vida: al tratar con autoridades, con colegas, con empleados. Hay cortesías del día a día que, lejos de ser meros mecanicismos, conforman esa enorme red social que es la comunidad, la familia extendida. No conocer, y peor aun, no tomarse el trabajo de aprender esos códigos es un error que puede pagarse muy caro. No se pide erudición en cultura africana: se exige (si, la exigen), sensibilidad para entender que sus costumbres son distintas, que hay cosas que "en Africa no se hacen", y respetarlas, se pide humildad para dejarse enseñar, se pide interés. Y cuando digo interés, ojo que no digo caridad. La caridad, hasta cierto punto hasta diría que se desprecia, se ve como muestra de debilidad. Y de la caridad se aprovechan.
Por eso, si viajan a Africa, y en particular a Costa de Marfil, y de algo puede servirles mi experiencia, no olviden nunca que al saludar, "Bonjour" va acompañado del nombre propio o de "Madame", "Monsieur", o "Mademoiselle", que acto seguido hay que preguntar cómo está el otro y cómo está su familia, y hay que interesarse en la respuesta, que antes de pedir cualquier cosa hay que dialogar, conversar de la vida, del clima, de la cultura local, de la cultura propia, que siempre hay que ofrecer agua cuando alguien llega a casa y nunca hay que decir "no" cuando nos la ofrezcan, que no hay que mirar a los ojos al interlocutor, que si uno hace un favor hay que permitirle al otro que lo repague (de lo contrario es una ofensa, un desprecio), que nadie quiere hacer negocios apurado, y que ésta falta de apuro corre tambien para el trato con las autoridades: nunca vayan directo al grano en conversaciones oficiales, el "no tener tiempo para perder" está mal visto, hay que tomarse el tiempo de relacionarse con el otro.Si están en una posición jerárquica, recuerden que el respeto tambien pasa por estas cosas: firmeza en los límites con consideración por la persona humana. Nada más, ni nada menos.
Entender una cultura distinta es como aprender un idioma nuevo, y aprenderlo de cero, como lo aprenden los bebés. Al comienzo todo es shock y novedad y gran dosis de frustracion porque los mismos gestos representan distintos códigos, porque creemos que decimos "A" y en realidad decimos "B" (o creemos que nos dicen "B" y en realidad nos estan diciendo "C").
Entenderse lleva tiempo, romper las barreras lleva tiempo, generar confianza lleva tiempo. Pero, como un bebé, con oidos y ojos muy abiertos y a base de prueba y error y pedidos de disculpas cuando corresponde y "por favor" y "gracias" la cultura nueva empieza a entrar por los poros y llega un punto en que no sólo se conoce, sino que hasta se presiente. Paciencia, perseverancia, respeto, ganas: nada más hace falta y la recompensa es un mundo nuevo, o al menos, una nueva forma de ver el que tenemos, que ya es mucho.
Y se los digo yo, que de salir airosa sé porque le llevé el regalo equivocado al Rey y sobreviví para contarlo...pero contarlo, lo cuento en un próximo post ;)
¡Que tengan un lindo fin de semana!