Sobre la mesa dos copas que se negaban a ser acabadas, en sus pupilas negras el reflejo de una vela de color gris perla, que se consumía con una llama de colores rojos y amarillos, que al mezclarse formaban una sinuosa silueta naranja coronada por un abrasador frío azul.
Su dedo índice pulso la botonera. Al retíralo, sintió el relieve de los caracteres braille en la yema de su dedo, y tras unos segundos de silencio cómplice del ascensor, sus puertas se abrieron dejando paso a un pasillo coronado por una lámpara de araña y flores en el centro y a los lados.
Su falda roja formo un abanico sobre una majestuosa alfombra de diseño clásico Isabelino, mientras que con una mano desabotono su blusa, dejando a la vista un rígido pezón rosado. Tomo su mano guiándola sobre el redondeado pecho, sintiendo la dureza de su propio pezón entre los dedos de su amante, le hizo tocarlo y apretarlo en círculos mientras el aroma a sexo la embriagaba.
Donde hay deseo se enciende una llama, y donde hay una llama, casi siempre, alguien está obligado a quemarse. Pero el placer del deseo es como el chile, una vez que lo pruebas todo lo demás parece insípido