Al atardecer, cuando los últimos rayos del sol tocaban las puntas de las tiendas de los campamentos sioux, los niños solían sentarse alrededor del fuego junto a los ancianos de la tribu para escuchar sus historias y aprender sobre la vida.
El viejo cacique sioux, estaba teniendo una charla con sus dos nietos Leotie y Pakiutlema.
Les decía:
—Me siento como si una gran pelea estuviera ocurriendo en mi corazón y es entre dos lobos.
Uno de los lobos representa la maldad, es violento, rencoroso, y vengador.
El otro, es bondadoso, humilde, generoso y está lleno de amor y compasión.
Esta misma pelea está ocurriendo dentro de ustedes, y dentro de todos los seres de la tierra…
Los niños se quedaron contemplando en silencio el fuego por un largo rato. Finalmente, Leotie alzó sus ojos almendrados y profundos y preguntó:
—Abuelo, dime: ¿cuál de los lobos ganará?
Y el viejo cacique respondió simplemente:
—El que ustedes alimenten…
Todos nosotros, tenemos dos tipos de emociones. Las que nos dañan (miedo, rabia, tristeza) o las que nos impulsan a superar los obstáculos que vamos encontrando por el camino (amor, alegría, generosidad). Aquella en la que nos centramos (la que alimentamos) determinará nuestras acciones, comportamientos y reacciones.
La buena noticia es que nosotros tenemos la capacidad para elegir ¿Preferimos alimentar el lobo del miedo o el del amor, la flexibilidad, generosidad?
El segundo lobo, es el lobo de la aceptación, de quererse uno mismo. Es el lobo que no soporta las máscaras que día a día te pones para evitar mostrarte a ti mismo lo que eres. Es el lobo que, te demuestra tanto amor, que agacha la cabeza y se muestra sumiso ante la voracidad de tu otro lobo, tu propio ego, que poco a poco va conduciéndote por el camino fácil, sencillo y monótono de la manada.
Puedes seguir dejándote ser alimentado por lo que los demás quieren darte (o recordando aquello que tanto daño dices que te produjo) o decidir buscar el alimento necesario para que ese segundo lobo te descubra quién eres realmente y te lleve a vivir conectado contigo mismo. Superando obstáculos y sintiéndote protagonista de tu vida.
Como decía Séneca: “Donde está el miedo, no está la felicidad”
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