Las calzadas humedecidas, el barro por el bies de las carreteras, las cunetas llenas del agua que ya pasó, el verde prestado que todavía perdura en los matorrales, el cielo embadurnado de gris, las hojas amarillas del primer desafecto posadas en las rodadas y el aire enfadado que se quiere ir. El escenario no podía ser más hermoso y más dificultoso para quien todavía no puede presumir de motería secular. El escenario estaba puesto solo para hoy, que ya vendrán tiempos gélidos que impidan abrir el telón del invierno allí donde el invierno vive.
La nueva GU-921, donde han ido a parar, por fin, nuestros dineros, luce espléndidamente serpenteada entre robles, pinos y matorrales. Un firme muy firme y una soledad muy cotizada por quien necesita de ella como del beber. Entre Lupiana y Valfermoso del Tajuña se celebra la boda del Matayeguas con el Ungría, y no hay nadie allí. He pasado sin hacer ruido no fuera a ser que se despertasen los convidados de piedra.
Pasear por donde nadie hay, por donde nadie holla, por donde nadie se lamenta, por donde nadie miente, por donde nadie se pierde, es como leer lo que nadie lee, lo que nadie escribe, lo que nadie piensa.
Los ratos de soledad han de ser buscados, han de ser encontrados donde nada discurre salvo la propia vida.