Revista América Latina

¿Dónde se ha escondido nuestra humanidad?

Publicado el 17 noviembre 2015 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

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Por Vincenzo Basile

Beirut se quema y París sangra. Oriente Medio debe aceptar su condena histórica de gigantesco polvorín y Occidente tiembla de miedo cuando le toca recoger los frutos de sus siembras. El terror del ISIS no tiene fronteras y sus víctimas no tienen nacionalidad. Miles de personas – o quizás más – han caído y seguirán cayendo bajo el fuego de la ignorancia y del fanatismo disfrazado de milenaria religión.

Pero los recientes acontecimientos de París y la poderosa ola solidaria que se ha desatado parecen desmentir una ecuación hipotéticamente lineal. Nos demuestran que según la opinión pública occidental – que parece ser la opinión pública mundial – hay dos macabras categorías de muertos: los que merecen una oración y todos los demás.

Y no es un descubrimiento novedoso ni un hecho reciente. Desde el 11 de septiembre – e incluso antes – Occidente herido vale mucho más que el resto del mundo desangrado. Siempre ha sido así y siempre será así. Es el imaginario colectivo, consciente o inconsciente, forjado y empoderado por una maquinaria de la información que ha logrado inculcarnos un sectarismo étnico-racial, sin precedentes en la historia humana, donde la diferencia entre nosotros y ellos, nuestra cultura y su cultura, nuestro color y su color, es el banco principal para llegar a la conclusión que nuestra sangre vale más que la de ellos; que la violencia, cuando penetra en nuestras seguras fronteras – físicas o culturales, reales o imaginarias –, se convierte en un abominable crimen que afecta hasta el más indiferente de los corazones.

Poco sentido tendría enumerar uno a uno todos los males que sacuden a nuestro planeta y averiguar las correspondientes olas de solidaridad que se han desatado. Pero sí tendría sentido preguntarse en qué oscuro rincón se ha escondido nuestra humanidad, nuestra natural pertenencia a una sola familia mundial, cada vez que nos asombramos por el dolor inesperado de algunos y normalizamos la muerte diaria de otros, volviéndonos peligrosos conformistas e indiferentes cómplices de la barbarie cuando, aunque sea sólo en un silencioso pensamiento, afirmamos que hay lugares del mundo donde así son las cosas.

Cada quien llora sus causas. Es cierto. Hay todo tipo de persona que defiende todo tipo de creencia. Es un innegable derecho a solidarizarse con lo que más nos toca el alma y nos mueve la conciencia. Pero llorar por París y olvidarse de Beirut, Ankara, del avión ruso y de los civiles sirios e iraquíes, no es decidir entre una causa y otra; es abrazar una sola causa, la mismísima causa, y seleccionar meticulosamente aquellas víctimas que valen y cuyas muertes sí deben indignar, borrando del mapa solidario a los olvidados de este mundo, cuyas desgracias han sido normalizadas y cuyo sufrimiento hemos decidido esconder entre los trapos sucios de nuestra dichosa civilización.


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