Apágame tu beso mordido por tus labios,
enciéndeme este tacto con tu poros, con tus lívidos suspiros,
reviéntame ese elixir de tu carne en mis costados,
acósame de nuevo mordiéndome la sombra,
que encima de tu sombra
estará mi boca buscándote la boca.
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“¿Te dije que hoy tenías mi amor hasta las nubes?".
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Pones el pecho: tú pecho o mi pecho,
¡no importa!; nuestro pecho.
Ni el aire ni el cielo escucharán latidos,
pero la misma sangre contemplará la luz
que hace brillar a nuestros ojos.
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Te contemplo… Y admiro, embebido,
las líneas de tu imagen y la sombra
que ataja la expresión más permanente.
Hacia tus ojos miro. Sobre tus manos bebo.
El trigo derrama tu corazón al viento
y espigas tu mirada en espera de la mía.
Y te contemplo, como el ave mira al aire
y le da un beso con sus alas
para que le abra paso con su alma.
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¡Cuídese usted de mí y de mi boca,
y de mis brazos y mi tacto y de mis ojos,
pero sobretodo de mis besos!
De mi libro: Hilada a mi corazón la quiero.
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¿De qué besos estás hecha, pedacito de dulzura,
que no acabo nunca de saciarme?
De mi libro: Hilada a mi corazón la quiero.
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Leo sin ataduras tu rostro:
naces siempre de un beso
y en sinfonía de sonidos.
Lo que tú no hablas, lo escucho.
Lo que tú no dices, lo miro.
Y eres, entonces, más linda
que todas las palabras
que emergen de mi pecho.
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Escucho que el paisaje es una voz endurecida
donde se quiebra la mirada de un nosotros.
Y yo creo en nada,
solamente en el pájaro y su senda,
en su vuelo hacia el encuentro de un pétalo
que hace temblar a la mirada,
porque el cielo se escribe con tus ojos.
(Del libro: Niños de la calle)
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Un día de estos, en tu boca,
no cualquiera, en tu boca,
en ese beso ardiente,
no sé por qué, pero en tu lengua,
quiero decir, que no en cualquiera,
sino en tu boca,
diré que todavía
me sabes a ese sueño
de gloria y fantasía.
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Me gusta perder la libertad a veces:
que me estrujes, me aprietes con tus brazos,
me fuerces con tus ojos, me trinches con tus labios.
Entonces mi libertad me sabe a tu lengua,
y me hago nube y voy volando.
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Al levantarme aquella madrugada
imaginé un diminuto sol sobre tu piel despierta,
y me dediqué largas horas a mirarle
para ver como salía del oriente y se ocultaba por tu espalda.
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Vestido de sorbo de café, de mi alrededor de hechizo,
busco tiempo, y me descubro idéntico azul
-pudor de algún abrazo, de alguna palpitación que me domina.
Quiero ser... y corro: descanso constelado.
Me pongo la corbata de palabra circunstancial
para que resalte mi destino,
para descifrar parvadas, o líquenes en mi memoria,
o adorados buques sobre mi sobra estridente.
Te veo... Y es entonces que el rubor se me cuela a la camisa,
abro el alba, cocino un pan de beso y aleluya,
incorporo el amanecer a la cuchara del azúcar.
Te veo y despiertas... Te miro... Te quiero.
Y en eso se me pasa todo el día.
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Usted me instaura, me zozobra, me aja,
me desempolva, me restituye, me reajusta,
me torna y difumina.
¡Mire usted cómo me gusta,
que yo amoldo mi ser a su caricia!
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Me escapo hacia tus párpados abiertos
-¡Ay, ese cielo de aves y perfumes!-.
Juntas todas tus miradas y las pones en mi taza a que las beba,
y me encierro adentro de tus párpados abiertos.
Me abrazas… y te abrazan mis ojos entreabiertos.
La mesa entibia un té de manzanilla que ha visto brotar su flor de entre los musgos.
Levantaré tus brazos. Los dormiré conmigo.
Los miraré junto a la flor y entre los musgos.
¡Ay, esos brazos de aves y perfumes!
Cerraré los ojos para escaparme hacia los tuyos.
¡Ay, esos brazos de párpados abiertos!
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Nacido en la ciudad de México. Con estudios en Antropología Social y una Maestría en Sistemas de Computación. Como escritor inició su carrera a finales de 2005 y desde entonces ha publicado más de 20 libros.
Para saber más, en nuestro blog
Un manifiesto en la voz del mexicano Salvador Pliego | Curiosones invitados
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Salvador PliegoImagen: Revista Literaria Pluma y Tintero