Lo conocí en las redes, y me atrapó. Era la oreja del desahogo, en ella volcaban penas y alegrías viejos amigos y compañeros, que le buscaban. A veces los sufría en elegante silencio. En la cola del pan, en la del médico. En la calle o el Ateneo. En todos los lugares que visitaba pescaba sabiduría, o la sabiduría pescaba a Enrique. Regurgitaba la escucha convirtiéndola en Píldoras Vitales, válidas para seguir caminando. Para lo que uno quisiera, para la Fe y la esperanza, para la pereza mental, para levantarse tras una caída, para marcarse un tango con el presente, que era donde de verdad le gustaba vivir.
Aprendí de memoria a quererle, o a quererle de memoria porque sin querer me lo enseñó. No sé si hay terremotos que tragan vidas virtuales. Pero hoy me levanté y ya no estaba en el barrio 2.0, no le encontré en Twitter, ni en Facebook, ni Linkedin, ni en Google +, ni en tumblr, ni en su blog “Las cosas de Enrique”, que eran muchas. Varios blogueros le buscaban. Hablo en pasado solo por eso, porque ya no está en las redes. Espero que se trate de una mudanza al viejo barrio offline, porque Enrique merece ser real por muchas arrobas que lo adornen. Como reales han sido mis lágrimas solo de pensar que se fuera a un barrio diferente. Prefiero pensar que es la broma de un hacker.
Me gustaría tener un banco de palabras. Custodiar en una caja aquellas más valiosas. Hoy se la daría, le diría sírvete tu mismo que yo no sé qué decir pero aquí guardo las más bellas. Le diría “dime algo, Enrique”, en público o en privado, a través de tus redes o de tu querido Samsung S6 Edge + con el que tenías pesadillas (soñabas con que se averiaba). Llama, quiero decirte que funciona.