Un libro que estimula la mente y toca el corazón. Así han definido El jilguero de Donna Tartt los miembros del jurado del premio Pulitzer 2014 que han decidido otorgarle la distinción por la "madurez de una novela maravillosamente escrita, con unos personajes exquisitamente perfilados". Más de mil páginas conforman esta cautivadora obra de la autora americana que conjuga los elementos del thriller más actual y el clasicismo del novelón decimonónico de iniciación a la vida adulta. Una combinación osada que nos atrapa sin remisión. Un joven de 23 años, Theo Decker, nos cuenta en primera persona su oscura vida, en la que, al clásico estilo dickensiano, a pesar de su pureza de corazón, se ve empujado por la desgracia hacia el lado más cruel de la realidad en la que filtreará con delincuencia, drogas y desesperación.
Nueva York y sus distintos extractos sociales son el escenario principal de esta historia que también nos traslada a Las Vegas más infernales de la adicción al juego y al Amsterdam tenebroso de las mafias. Es en la ciudad de los canales donde comienza el relato con un Theo que sueña con su madre. "Me encontraba aun en Amsterdam cuando soñé con mi madre por primera vez en mucho tiempo...." Así empieza la biografía del protagonista que nos devuelve a sus 13 años, momento en el que una bomba lo deja huérfano. Un atentado en el Metropolitan de Nueva york del que consigue salir en apariencia ileso y con un tesoro oculto que marcará toda su vida."Me habrían ido mejor las cosas si ella hubiera vivido. Pero murió cuando yo todavía era un niño; y aunque todo lo que me ha sucedido desde entonces es mi culpa, al perder a mi madre perdí de vista cualquier punto de referencia que podría haberme conducido a un lugar más feliz, una vida más plena o agradable", nos cuenta.
Tres hombres: Boris su amigo del lado oscuro, su padre borracho y jugador y el anticuario Hobie, que será su refugio, serán las influencias que dominarán su vida. Sufrimos con Theo su desgracia y nos alarmamos al ver el mal camino que toma, pero no podemos dejar de pasar las páginas para averiguar qué es lo que Donna Tartt nos tiene reservado en este universo helicoidal, en el que el joven se convierte en espectador desapegado y arrastrado por las circunstancias.
Es una novela a la antigua usanza, al estilo de los clásicos novelones del XIX, con buenos, malos, amor imposible y amistades incorruptibles. Pero su prosa sencilla, escrita para que se lea, destila también una modernidad arrolladora, que no tiembla a la hora de hablar de atentados, cultura destruida, falsificación de la belleza o el sórdido mundo de la drogadicción. Imágenes a veces lacerantes y descarnadas que casi parecen sacadas de la series americanas más agresivas como True detective o Breaking bad. Junto ello, y en contrapunto, descripciones minuciosas sobre el mundo puntillista de la restauración de antiguedades que rompen en parte el ritmo angustioso del relato.
Y bajo todo, de telón de fondo, ese cuadro del jilguero atrapado, que representa el arte como bien superior, como espíritu que pervive a pesar de los hombres y de sus miserias. Una belleza perenne que nos envía su mensaje más allá de la vida. Merece la pena el esfuerzo de leer mil páginas.No hay prisa, hasta el 2025 Tartt no nos ofrecerá otro.
Publicado en La Voz de Galicia.