Aunque algo dije cuando salió a la luz el caso Contador, he pasado estos días desde que se destapó la Operación Galgo leyendo y escuchando todo lo que se dice, y por supuesto, reflexionando sobre el tema. ¿La conclusión? La misma de siempre: Todos los deportistas de élite toman sustancias para aumentar el rendimiento, la capacidad de entrenamiento, la masa muscular, o cualquier otro aspecto que mejore sus marcas. Todos toman sustancias, expresamente prohibidas o no, pero las toman. Y también utilizan otros métodos que no consisten exactamente en la toma de sustancias, pero sí en alteraciones de lo que es natural.
A unos los cogen con las manos en la masa, a otros los delatan los análisis, a otros nunca les encuentran nada. Ahí radica la diferencia y también la injusticia, pero es lo que hay y tenemos que vivir con ello. De pronto nos damos cuenta de que los mitos deportivos a los que hemos admirado durante mucho tiempo no son más que el producto de un diseño de laboratorio, y las gestas deportivas nos parecen menos gestas y menos deportivas. Contador, Marta Domínguez, deportistas a los que jamás habríamos relacionado con el dopaje, están ahora en el centro del huracán y nos hacen dudar seriamente de la honestidad del deporte profesional. De ahí que me asalta una cuestión que me parece vital resolver: ¿Debemos dejar que los deportistas superprofesionales utilicen todos los medios a su alcance para darnos el mayor espectáculo posible o debemos seguir persiguiendo el dopaje aunque sepamos que siempre iremos un paso por detrás de los tramposos? Esta cuestión no es baladí, porque la realidad es que la gente paga por ver un espectáculo, y los atletas cobran sueldos multimillonarios. El que paga tiene derecho a recibir el mejor espectáculo posible y a lo mejor hay que dejarles que se dopen y que lleguen más lejos, más alto, más fuertes... Y que el deporte sea eso, el placer de hacer ejercicio físico para sentirse mejor, lo que practica cualquier persona de a pie que estudia o vive de su trabajo y utiliz algunas horas de su tiempo en ello sin mayores pretensiones.
Tal vez sea esta la solución. Iremos a un partido de fútbol o una competición de atletismo a disfrutar, sabiendo que todo vale, pagaremos la entrada con la satisfacción de saber que nos darán el máximo, y lo recordaremos como quien recuerda una película o una obra de teatro. Y además, no gastaremos nuestro dinero en perseguir a tramposos ni nuestra ilusión en seguir a ídolos de mentira.