Mi marido y yo llevamos 2 sábados seguidos dejando a dormir a los niños con los abuelos. Es tan sólo una noche, pero vale por mil. ¿Cómo no lo habíamos hecho antes?
Estoy que no quepo en mí del gozo. Algunas pensaréis que es porque hemos retomado el romanticismo. Otras que las cenitas con copa nos están haciendo un gran bien. Y no digo que no, pero lo que de verdad nos ha devuelto la sonrisa tonta, ha sido el dormir del tirón.
Desde que nació nuestra hija, hace ya más de 2 años, que no me despertaba de forma natural.
Esa sensación de abrir los ojos por la mañana y tener ganas de levantarte porque has dormido todo lo que has querido, es para mí el no va más.
Ese dulce despertar en el que notas cómo se filtra la luz del día a sabiendas de que ningún berrido romperá la magia, no tiene precio.
Esa babilla que rezuma lenta hasta la almohada debido al gusto de dormir por dormir, es un regalo del cielo.
Si tenéis ocasión, organizad una noche especial, da igual si cenáis en casa o fuera, si vais al cine o veis una peli en el sofá, si salís de copas u os metéis en la cama. Vosotros planificad una noche sin niños y por una vez os podréis olvidar de levantaros porque os despiertan sus bramidos, para ver si respiran, para taparlos, para darles agua, para darles un biberón, para cambiarles el pañal, porque han cambiado bruscamente la postura, porque creéis que hay un mosquito en su habitación o porque hay tormenta.
Tan solo dormid del tirón. A la mañana siguiente, contemplaros en el espejo y gravad a fuego en vuestra memoria el retorno de la sonrisa tonta a vuestras caras.