Revista Libros
Relatos de la frontera, territorio salvaje, cuya única ley la dicta la lucha por la supervivencia. Indios y colonos se disputan la tierra; unos quieren conservar el lugar donde siempre han vivido, cuna de sus antepasados, los otros instalarse para comenzar una nueva existencia para ellos y sus familias: la ley del más fuerte. No hay buenos ni malos, es la vida en las praderas, el desconocimiento del otro; cortar cabelleras de los enemigos muertos, robar caballos, saquear granjas, raptar mujeres y niñas son costumbres inhumanas para el hombre blanco, para el indio son muestras de valor, historias de coraje, orgullo de un guerrero. A la vista del hombre blanco, los indios son salvajes, si caes en sus manos la única esperanza es morir; a la vista del indio, el hombre blanco es un depredador, depreda sus territorios de caza, depreda sus campos, mata de hambre a su pueblo. Totalmente integrado en el medio natural donde ha nacido, la vida del indio es simple: camina ligero, monta a pelo potros cimarrones, caza búfalos, guerrea y honra a sus antepasados. Explorador de horizontes lejanos: la vida del hombre blanco es más compleja, nueva religión, nuevos códigos de comportamiento, diferentes modos de relacionarse entre las personas, diferentes usos del tiempo; el hombre blanco desea demasiadas cosas. Choque de tragedias, de miedos, de desesperación, de pesadillas y gritos. Granjas de cabañas de troncos, quemadas; campamentos indios de tiendas de piel de bisonte, arrasados; vidas destruidas. Ojo por ojo, venganza por venganza. Crows, sioux, soshones, pies negros, cheyennes, lakotas, pueblos poderosos que, por culpa de la codicia de los colonizadores, ahora pasan hambre sin perder el honor; cada uno con sus costumbres, cada uno enemigo del otro y todos ellos enemigos del hombre blanco, dejan sus diferencias, sus guerras intestinas para establecer alianzas contra una amenaza mayor, contra el enemigo en común: los rostros pálidos. La prepotencia y el menosprecio de una cultura tecnológicamente más avanzada arrasa a otra.Once relatos componen Indian Country que van de lo bueno a lo mejor, algunos inolvidables y en su conjunto brillantes. Dos de estos cuentos, “El hombre que mató a Liberty Balance” y “Un hombre llamado caballo”, se han convertido en clásicos del wéstern; con cualquiera de ellos se podía haber realizado una interesante película o haber desarrollado una, no menos interesante, novela. Todos hacen honor a la fama, bien ganada, de la autora, Dorothy M. Johnson, de ser la mejor escritora de narraciones cortas del oeste americano. El conocimiento etnológico de lo que cuenta, el manejo de las situaciones humanas, los conflictos morales y el tratamiento de los personajes, sin caer en fatuos sentimentalismos ni falsos clichés dotan de fuerza sus historias de lectura altamente recomendable. Los hombres ásperos y sombríos con pistolas al cinto, los indios silenciosos con plumas en la cabeza y pinturas de guerra en la cara, los colonos duros como la tierra que conquistan, los guías indígenas vestidos como el hombre blanco, los soldados de caballería con sus casacas azules, también sueñan con ser unos héroes, con el amor y con vivir en paz.